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Seguimos tomando el cielo por asalto (+ Fotos y Video)

Cuba, victoriosa frente a la COVID-19, merece sentir orgullo de sí misma, especialmente de sus jóvenes, para quienes el combate de estos tiempos, y el mejor homenaje a la Generación del Centenario, ha sido defender al pueblo frente a un enemigo que está diezmando a la especie humana en otras latitudes

Autores:

Alina Perera Robbio
Luis Raúl Vázquez Muñoz
Haydée León Moya
Yuniel Labacena Romero

Quien se haya detenido al pie del Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, cuyos muros fueron concebidos para sobrecoger a todo ser mortal, tendrá que reverenciar el coraje de aquellos muchachos asaltantes, que rondaban los 20 años de edad.

Más de un centenar de combatientes se enfrentaron en el cuartel Moncada a las tropas de la tiranía. Foto: AlbaCiudad

Ahora es fácil contarlo o leer cómo la valentía del 26 de julio de 1953 comenzó a cambiar el estado de cosas. Pero haberlo vivido, saber que la muerte era la acechanza terrible, solo es algo que sus protagonistas podrían explicar.

Haydée Santamaría Cuadrado (1922-1980) sintió que participar en el asalto al Cuartel Moncada aquel 26 de Julio cambió definitivamente su modo de mirar la vida. La impresión de aquellos instantes nos llega hasta hoy en sus palabras:

La doctora Melba Hernández (i) y Haydée Santamaría (d) , prisioneras tras las acciones del 26 de julio. Foto: Archivo de Granma

«Hemos conocido cosas como todos los cubanos, unas más grandes, otras más pequeñas, pero todas con un sentido profundísimo. Nos hemos preguntado por qué razón, si hemos vivido después del Moncada, la Sierra —antes de la Sierra, la clandestinidad— después un 1959, un Girón, cosas enormes, ¿qué razón hay para que el Moncada sea algo distinto a lo otro? Y esto no quiere decir que podamos querer más a uno que a otro.

«Yo algunas veces he dicho, no sé si en alguna entrevista o con alguna persona con quien he hablado, que a mí esto se me reveló muy claramente cuando nació mi hijo. Cuando nació mi hijo Abel fueron momentos difíciles, momentos iguales a los que tiene cualquier mujer cuando va a tener un hijo, muy difíciles. Eran dolores profundísimos, eran dolores que nos desgarraban las entrañas y, en cambio, había fuerza para no llorar, no gritar o no maldecir. (…) Porque va a llegar un hijo. En aquellos momentos se me reveló qué era el Moncada…

«Fuimos al Moncada con aquella misma pasión con que hoy vamos a cortar caña, con esa misma pasión con que vemos nuestras escuelas llenas de niñas y niños del campo. Porque cuando fuimos al Moncada vivíamos todo esto en nuestras mentes. No sabíamos si lo veríamos, pero aquella seguridad de que vendría, la teníamos y por eso íbamos en busca de la vida y no de la muerte (…) nunca he visto resistir con más fortaleza y con tan poca cosa para defenderse».

Durante el enfrentamiento cayeron ocho asaltantes y más de 50 fueron asesinados posteriormente por los esbirros batistianos. Foto: Archivo de JR

Los asaltantes, inferiores en número y armas, no pudieron tomar la fortaleza. La orden del dictador Fulgencio Batista fue eliminar a diez revolucionarios por cada soldado del régimen muerto en combate. Foto: AlbaCiudad

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Las motivaciones de aquellos combatientes de la Generación del Centenario siguen en pie: lo dieron todo para que los suyos nunca más fueran humillados en una esquina con un culatazo; para remontar masivamente siglos de ignorancia; para que un cubano no mirara al otro por encima del hombro; para que el oscuro color de la piel dejara de ser una maldición; para que las mujeres no fueran carne del abuso; para que los niños sonrieran; para que el trabajo y la creación fueran el camino de los ciudadanos decentes al bienestar; para desterrar el egoísmo, la prepotencia, la impotencia, la desesperanza.

En esa inspiración andamos, en una obra de justicia que no termina. Ciertamente, como hace poco escuchamos decir a un joven, los muchachos del Centenario rompieron la inercia, y muchos de ellos al costo de sus preciosas vidas. Hoy, sin embargo, es igualmente valiosa la defensa del país que ellos soñaron y que en esencia tenemos: una nación a la cual el enemigo imperial le niega hasta el derecho a la existencia, un pueblo que ganó la asombrosa batalla contra la pandemia que ahora diezma a la especie humana en otras latitudes; un pueblo que ahora lo hará todo por encontrar sus singulares caminos de desarrollo. ¿Y acaso no hay en tales propósitos la misma envergadura de lo casi imposible, esa que enfrentaron jóvenes como Haydée?

«Estos días de pandemia, estos días de guapear, han sido nuestro Moncada», asegura Julio César Cuesta Corrales. Foto: Haydée Moya León

No nos suena altisonante o hueco, por ejemplo, que un muchacho diga que su Moncada son las urgencias de hoy. Que estar cuando y donde se le necesite para el bien común, es la actitud. Julio César Cuesta Corrales pudo haber cumplido, en medio de la pandemia, con sus obligaciones diarias en la Dirección Provincial del Banco de Crédito y Comercio (Bandec), e irse a su casa del barrio norte de la ciudad de Guantánamo con la satisfacción de haber hecho lo que le tocaba como jefe del Departamento de Automatización y procedimientos de esa entidad.

Pero no, él acogió con entusiasmo la idea del pago a domicilio a jubilados, una de las iniciativas de Bandec como parte de las medidas de aislamiento social contempladas en la estrategia del Gobierno cubano para impedir la propagación de la COVID-19 en el país.

Durante tres meses, y siempre después de la jornada laboral, evitó, al igual que otros 12 jóvenes de su centro, que más de 200 personas acudieran al banco para un trámite generalmente engorroso, con cola, calor y riesgo de por medio, para cobrar sus chequeras. Sin transporte, sin retribución adicional, anduvo a pie media ciudad en esos días de tanto estrés y preocupaciones.

Julio César, a juicio de los principales dirigentes de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) en este territorio, se cuenta entre los más destacados en el apoyo a las tareas relacionadas con el enfrentamiento a la pandemia en Guantánamo. Licenciado en Contabilidad y Finanzas y con doble militancia política (más de 15 años en la organización juvenil y casi una década en el Partido), este guantanamero hace tan solo unos días comenzó a laborar como jefe del Departamento de Contabilidad en la Dirección Municipal de Salud Pública.

«Bandec no solo fue mi primera escuela laboral —ha explicado sobre la decisión del cambio—; allí me acogieron como una madre a su hijo, en un ambiente de camaradería y mucha profesionalidad. Me solicitaron este aporte y aquí estoy. Ese es nuestro Moncada: estar donde la Revolución más te necesite».

El deber que les movió el corazón

Karla Santana asevera que la juventud siempre ha asumido con heroísmo las tareas de la Revolución. Foto: Cortesía de la entrevistada

Los primeros pensamientos que la tomaron fueron de preocupación y hasta de temor, pero «lo que más nos marca es justamente superar ese miedo y asumir el reto; inmediatamente la confluencia del temor con el deseo de ser útil tuvo lugar, y ganó el deber».

Eso fue lo que experimentó Karla Santana, estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, poco después de brindar su disposición y ser llamada para trabajar como voluntaria en un centro de aislamiento con pacientes sospechosos de portar el virus SARS-CoV-2 o que tuvieran contactos con casos confirmados anteriormente.

Así, como muchos universitarios, se enfrentó por vez primera a una misión tan compleja y riesgosa que pensar en la alta posibilidad de contagiarse «nos paralizaba, pero el deseo de estar donde somos más útiles nos movió el corazón, y ya para entonces nada era más importante. Este era mi Moncada y le iba con todo».

Los comienzos de esa historia se remontan a la residencia estudiantil Alamar 6, de la Universidad de La Habana, con un grupo de diez compañeros. Y según cuenta Karla —quien es presidenta de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) en la Facultad de Derecho—, el día iniciaba a las 6:00 de la mañana, cuando ya el riguroso vestuario de protección estaba sobre el cuerpo.

«Posteriormente todos nos distribuíamos en las áreas de trabajo hacia la zona roja, y una vez allí la jornada de trabajo de 13 o 14 horas transitaba con muchas y variadas tareas diarias, que podían ser la limpieza de pisos, baños, cuartos de pacientes, la higienización del área de enfermería y cada superficie que en zona roja se hallase; o vestir las camas o cambiar avituallamiento.

«En los horarios de desayuno, almuerzo y comida también nos encargábamos de servir, distribuir por las habitaciones, y luego recoger y fregar las bandejas. Durante el día debíamos atender las necesidades básicas de los pacientes, desde un simple vaso de agua, hasta un malestar del que debíamos alertar a los médicos. La jornada era intensa, agotadora, y culminábamos generalmente entre las siete y las nueve de la noche».

Karla no olvidará que uno de los momentos más tensos era cuando se detectaba a un paciente positivo. «Atenderlo era de lo que más presionaba estando allí, limpiar e higienizar su habitación, llevarle la comida y el agua; significaba redoblar las medidas de bioseguridad, pero sin perder la voz cálida y atenta».

Recordará por siempre la alegría de los pacientes dados de alta, quienes «no vacilaban en acercarse a nosotros para agradecer el trabajo y la atención que prestábamos. Creo que ahí estaba el secreto de levantarme todas las mañanas con deseos de trabajar».

Su familia, como es lógico, sintió mucha preocupación. «Sin embargo, estoy segura de que saberme no donde estoy mejor, sino donde está el deber, los llenó de orgullo». Ella tuvo un privilegio familiar como algunos de los que fueron al Moncada: la oportunidad de compartir trinchera con «mi novio Raúl, compañero de vida y de lucha, mi amigo; que es también un pedacito de la familia que me traje.

«Este es nuestro 26 y nuestra forma de honrar a los caídos y los sobrevivientes de aquella gesta; no es ni será la primera vez que nuestra juventud asume con heroísmo las tareas de la Revolución. Como a aquellos asaltantes, pero sin más armas que la convicción profunda de nuestro deber y algunos accesorios de protección contra el virus, no nos detiene nadie. Como en el Moncada, claro que valió la pena, y si fuese necesario volvería a entrar a zona roja».

Siempre ha sido 26

Se le plantea la pregunta. Queda meditabundo un tiempo y dice: «¿Cuál es mi Moncada?». «¿El Moncada de nosotros?». Vuelve a pensar y asegura: «Chico, pero si el Moncada ha sido siempre…».

Detrás de ese nasobuco hay unos ojos que sonríen. Dijo que sí. Cuando preguntaron, dijo que estaba dispuesto a irse a un centro de aislamiento con los sospechosos de la COVID-19. No fue; sin embargo, lo mandaron a otra tarea no menos sensible: atender a 17 abuelos, residentes todos en el reparto Vista Alegre, de Ciego de Ávila, a varios kilómetros de su casa, en el reparto Canaleta.

Laidel Castillo Reyes afirma que estar cuando y donde se le necesite para el bien común, es la actitud. Foto: Luis Raúl Vázquez Muñoz

Laidel Castillo Reyes, estudiante de 4to. año de la especialidad de Derecho, afirma que los días de la pandemia le cambiaron en muchos sentidos la vida. Le mostraron un país unido frente a un gran problema, tratando de distribuir lo poco que tiene, con muchas personas jóvenes en lugares de riesgo sin pedir nada, de ancianos solos, a quienes se les humedecían los ojos cuando les tocaron la puerta por primera vez.

«Junto con un grupo de jóvenes universitarios se creó el contingente 97 años con Cuba. Es el mismo número de los años de la FEU. Nuestra misión fue atender a los ancianos que no tenían a nadie que les hiciera los mandados», cuenta.

El joven buscó mandados, medicinas, estuvo en colas para comprar productos de aseo o alimentos, estuvo en bodegas y placitas. No recibió nada material a cambio. Solo el orgullo de saber que hizo el bien y que lo ubicaron entre los 150 jóvenes destacados de la provincia en el enfrentamiento a la COVID-19.

Por eso cuando le preguntan por la presencia del Moncada en la generación actual de Cuba, él insiste en su idea: «El Moncada no se acabó en el 26 de julio de 1953. Desde esa fecha Cuba ha sido un eterno asalto a un cuartel, pero al cuartel de las dificultades, de los retos inmensos, de resistir, pelear, de echar para alante, de sacar de dónde no hay y nadie se imagina. La Revolución ha sido un eterno Moncada si te pones a pensar bien.

«Mira, te voy a decir más: si pienso en cómo aquellos jóvenes organizaron el asalto y lo que se ha hecho ahora, te voy a decir una cosa: estos días de pandemia, estos días de guapear, han sido nuestro Moncada».

 

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