El laboratorio complementa los conocimientos de Agronomía de Javier González Fernández Autor: Laura Brunet Portela Publicado: 02/06/2020 | 07:16 pm
Santa Isabel de las Lajas, Cienfuegos.— El pitazo del central Ciudad Caracas para acompañar el aplauso del batey a los médicos cubanos lo sorprende en el laboratorio. Otras veces Javier González Fernández regresa al ingenio en medio de la noche porque «el equipamiento de la sonda oblicua automática empieza a dar “bateo”».
A este joven lajero lo abstrae una profesión que no era la de sus sueños, pero que con solo 25 años de edad le ha permitido conocer las entrañas de la industria azucarera cubana.
Viste de bata blanca en el espacio sagrado de su labor, observa probetas a trasluz, registra los datos. Maneja con precisión aparatos tecnológicos para garantizar que el central cienfueguero entregue al país un producto acorde con las exigencias de la exportación.
—¿Qué te hubiera gustado estudiar?
—No tenía nada decidido, y el «pre» no me parecía una buena idea tampoco. Lo que estaba claro era que quería estudiar y trabajar. Y al técnico de nivel medio vinculado con la industria azucarera le habían dado tanto bombo y platillo, que aposté por él.
—¿Fue acertado decidir por azar?
—Llegué ahí de manera fortuita, porque no me iba a quedar sin estudiar nada. Además me ofrecía una oportunidad de trabajo seguro en la industria. Mis profesores fueron los mismos trabajadores del central, que me instruyeron sobre el proceso de producción de azúcar, desde que se siembra la caña hasta el resultado final. Fueron las prácticas las que acabaron de engancharme. Probé y me quedé.
—Especialista principal del laboratorio, ¿tarea fuerte para un joven?
—Es duro, sobre todo porque uno es responsable del pago por el rendimiento de la caña por su calidad. Lo hacemos a través de sondas muestreadoras horizontales y oblicuas. Es mi deber que la caña que muela el central sea fresca, la única forma de elevar la eficiencia de la fábrica.
—Esa sonda oblicua ha dado mucho de qué hablar…
—Imagínate que es la única de su tipo en la provincia. Es un sinfín que entra al camión y extrae la caña para determinar su calidad. Muchas personas todavía no la dominan. Yo he estado en la inversión desde el principio y aprendí con los especialistas del ingenio cómo funcionan sus procesos.
—Enseñarles a los más longevos suele ser difícil. ¿Cómo han asumido los productores este método?
—Creo que se trata de educarlos en algo que es nuevo, pero les favorece y ellos mismos lo estaban necesitando. Están muy contentos con este método, porque es una manera diferenciada de pagar al productor en dependencia del rendimiento potencial de la caña. Lo han asumido tan bien que se encuentran en una especie de competencia sana por ser el mejor, y eso favorece mucho a la industria.
—¿Has rechazado alguna carga por su calidad?
—No hemos tenido que llegar a ese punto porque los productores valoran su trabajo y lo hacen bien. Pero sí hemos penalizado el exceso de materia extraña y la que está quemada, porque eso afecta el proceso de producción y el resultado final, que es el azúcar».
—A pesar de la COVID-19, la industria azucarera siguió moliendo…
—Continuamos trabajando en varios turnos para mantener la fábrica andando las 24 horas. Fueron 145 días seguidos hasta cumplir el plan de producción de azúcar a finales de abril y luego seguir moliendo para obtener más de mil toneladas extras. Lo hicimos con nasobucos, medidas de bioseguridad bastante fuertes y restricciones en las visitas a la fábrica. Tenemos que cuidarnos siendo disciplinados y obedientes.
—¿Qué representa la Ingeniería Agrónoma?
—Un escalón superior en lo que hago; por eso trato de alternar entre la universidad y el laboratorio sin descuidar ni lo uno ni lo otro. Es muy importante para mí porque me aportará muchos más conocimientos sobre el cultivo de la caña, la fertilización, las variedades y su calidad. Puedo incrementar lo que sé sobre el proceso productivo y hasta instruir mejor a los productores, que al final son el eslabón más importante de la industria azucarera.