La gesta del Moncada vista por el pintor René Mederos. Autor: Osviel Castro Medel Publicado: 25/07/2019 | 08:11 pm
BAYAMO, Granma.— Poco después de las cinco de la madrugada creyó haber tenido una pesadilla horrible, pero al momento despertó con la certeza de que estaba escuchando disparos.
«Hay algo grande en el cuartel», se dijo, cuando miró por las ventanas de su casa, situada a ocho cuadras del sitio donde nacían las detonaciones.
Intentó volver a dormir, pero el eco de aquel rugido siguió persiguiéndolo en la cama. Cerca de las ocho de la mañana tomó rumbo a su estudio fotográfico tratando de averiguar qué había pasado.
«Vinieron unos jóvenes de afuera y atacaron el cuartel Céspedes. Está revuelta la ciudad. Los andan buscando y cazando», le dijeron por la tarde, luego de otras versiones confusas.
Lejos estaba de imaginar Rolando Avello Vidal que después sería llevado ante los cuerpos sin vida de algunos de los involucrados en aquel tiroteo. «El 27 de julio de 1953 me buscaron en dos yipis, uno con guardias y otro con personas del Juzgado para llevarme a tomar unas “fotos importantes”, según me dijeron. Fuimos por la carretera rumbo a Holguín y luego de algunos kilómetros nos detuvimos en un potrero», contó.
En Cejas de Limones, en plena manigua, uno de los guardias le aseguró que iba a retratar muertos, y eso le anudó la garganta. «Eran cuatro muchachos sin vida. Los orificios de los proyectiles eran enormes, uno de ellos tenía un hilillo de hormigas en la cara», recordó este hombre, que a la sazón tenía 29 años.
Avello sabría tiempo más tarde los nombres: Pablo Agüero Guedes, Rafael Freyre Torres, Lázaro Hernández Arroyo y Luciano González Camejo. También llegaría a la conclusión de que no habían caído en un combate, como aseguraban sus acompañantes, sino que habían sido acribillados en otros lugares y trasladados a ese hierbazal.
Otros mártires
El destacado fotógrafo dio su testimonio a este redactor en 2003, cuatro años antes de fallecer, y reveló algunos detalles vinculados con las acciones del 26 de julio de 1953 en Bayamo.
Luego del asalto al antiguo cuartel Carlos Manuel de Céspedes —hoy Parque Museo Ñico López— otros seis jóvenes perderían su sangre generosa en distintos sitios: Mario Martínez Ararás, en el cuartel; José Testa Zaragoza, en el camino del aeropuerto de Vega (en la actualidad Aeropuerto Viejo); Hugo Camejo Valdés y Pedro Véliz Hernández en la carretera a Sofía (ahora granja agropecuaria Ranulfo Leyva); y Ángel Guerra Díaz y Rolando San Román de la Llama, quienes fueron encontrados, inexplicablemente, entre los muertos del Moncada.
Una oncena víctima pudo haber sido Andrés García Díaz, a quien los soldados dieron por muerto después de ahorcarlo junto a Camejo y Véliz, pero este salvó la vida milagrosamente. Así, tiempo después, empezó a ser llamado por sus compañeros «el muerto vivo».
Si no hubo más crímenes fue por la ayuda desinteresada de varias familias bayamesas, las que brindaron techo y orientación a los asaltantes en su compleja retirada.
En la flor de sus vidas
Además de los diez mártires del asalto al cuartel Carlos Manuel de Céspedes, participaron en la acción Antonio López Fernández, Calixto García Martínez, Ramiro Sánchez Domínguez, Antonio Darío López García, Adalberto Ruanes Álvarez, Raúl Martínez Ararás, Armando Arencibia García, Orestes Abad Lorenzo, Gerardo Pérez-Puelles Valmaseda, Rolando Rodríguez Acosta y Orlando Castro García.
Ninguno de ellos fue apresado y solo Pérez Puelles resultó herido. Andrés García Díaz, Enrique Cámara Pérez y Agustín Díaz Cartaya fueron juzgados y condenados. Pedro Celestino Aguilera González fue juzgado y absuelto.
Llama la atención que entre los caídos, Pablo Agüero tenía apenas 17 años. Todos estaban en la flor de sus vidas, porque el mayor era Luciano Camejo, con 40 abriles.
Entre los asaltantes había de distintos oficios: zapatero, albañil, chapistero, hasta un vendedor ambulante. Todos tenían algo en común: se oponían a la dictadura de Fulgencio Batista.
La acción
El 26 de julio de 1953, como se sabe, un comando de 25 hombres atacó el antiguo cuartel Carlos Manuel de Céspedes, una de las chispas lanzadas por la Generación del Centenario para generar de nuevo el fuego libertario en la nación.
Jamás debemos afirmar que fue «otro asalto», como a veces decimos, porque la acción de Bayamo era parte inseparable y complementaria de los combates en Santiago de Cuba, que comprendían —recordemos— el cuartel Moncada e instalaciones aledañas.
«El ataque… tenía por objetivo tomar el cuartel, sublevar a la ciudad y establecer aquí, a orillas del Cauto, la primera defensa contra los refuerzos de tropas enemigas», diría Fidel 29 años después, en el discurso por el aniversario del 26 de Julio de 1982, al explicar la importancia del recinto militar y de la ciudad como nudo de comunicaciones de la región oriental.
En la Ciudad Monumento, los jóvenes tampoco terminaron el ataque con la victoria, entre otros factores porque falló la sorpresa.
Elio Rosete, el único de los 30 000 bayameses de entonces que sabía el plan, conocido de los guardias del enclave militar, faltó a su palabra y no guio a los revolucionarios al cuartel.
Aunque este negó años después, desde el exterior, que el plan fuese concebido así, varios asaltantes, entre ellos Agustín Díaz Cartaya, señalan que su ausencia en el lugar de los hechos fue determinante.
«Los problemas comenzaron cuando nuestro jefe autorizó a Elio Rosete para que saliera unos minutos. Ese hombre, clave a la hora de la ejecución del ataque, no volvió», dijo el autor de la Marcha del 26 en una entrevista con Radio Rebelde.
Tal desaparición provocó recelo en los integrantes del comando, quienes llegaron a sospechar una delación. Eso generó discusiones sobre el plan que se debía seguir, hasta que se lanzaron por la parte trasera del cuartel, donde chocaron con unas latas vacías, primera alarma para los centinelas de la instalación y primer desencadenante del combate desigual.
Todavía no se ha establecido con rigor si duró 20 minutos o menos. Lo cierto es que la embestida contra la otrora sede del escuadrón 13 de la Guardia Rural fracasó. No obstante, sirvió, como la gesta del Moncada, para empezar a andar, con la sangre derramada, un nuevo camino, y voltear, para siempre, la historia.