José Ramón Machado Ventura, Segundo Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, en el acto por el Aniversario 60 de la firma de la Ley de Reforma Agraria. Autor: Jorge Luis Bastista Publicado: 17/05/2019 | 04:15 pm
Campesinas y campesinos granmenses y de toda nuestra nación;
Compañeros dirigentes del Partido, del Gobierno y demás invitados;
Compatriotas:
En un día de tan especial significación, el primer recuerdo, el sentido homenaje y el profundo agradecimiento para nuestro Comandante en Jefe.
Gracias a su prédica y acción la Generación del Centenario pronto adquirió conciencia de la importancia de hacer realidad el derecho a la tierra, un viejo y justo anhelo de nuestros campesinos, ganado con creces desde las guerras por la independencia e invariablemente traicionado por quienes se apoderaron de la República con el apoyo del naciente imperio yanqui, que además se apropió de buena parte de las mejores tierras del país.
Con Fidel aprendimos también que la Reforma Agraria constituía un acto de justicia, era una deuda inaplazable y, además, un paso imprescindible en el camino del desarrollo económico y en la edificación de una sociedad justa, equitativa, libre y unida.
Con cuánta satisfacción entregó sus títulos de propiedad a los primeros campesinos, de los 100 000 que los recibirían en los meses siguientes. De inmediato, con la tenacidad y pasión que lo caracterizaban, puso todo su empeño en transformar la triste realidad del campo cubano, en fundar cooperativas, otorgar créditos, suministrar los insumos necesarios, asegurar mercado y precios justos a los frutos de la tierra; en construir comunidades, caminos, nuevas instalaciones productivas y de servicios, escuelas, instituciones de salud, salas de video, en fin, tantas que no es posible enumerarlas. Con frecuencia las visitaba y su impronta quedó para siempre en muchos rincones de Cuba y, sobre todo, en el recuerdo agradecido de los millones de compatriotas testigos de tan inmensa obra.
La firma de la Ley de Reforma Agraria, un día como hoy hace sesenta años, marcó un hito de enorme trascendencia para la Revolución Cubana, como expresó su líder histórico: “…más que una Reforma Agraria se produjo una revolución agraria”, la cual culminó la tarea iniciada con la Ley Agraria de la Sierra Maestra y el Congreso Campesino en Armas en el Segundo Frente Oriental Frank País.
No es frecuente firmar leyes en lugares de difícil acceso, pero cuál mejor que La Plata para aquel acto de tanto simbolismo, muy cerca del sitio donde radicó la Comandancia del Ejército Rebelde, en el mismo corazón de la Sierra Maestra. En estas montañas se conoció con creces el abuso y la explotación, a lo que se une algo muy importante: han sido permanente escenario de rebeldía de los oprimidos. No por casualidad fueron elegidas para reiniciar la batalla definitiva en diciembre de 1956.
Antes de concluir el quinto mes tras la victoria del Primero de Enero, la Revolución cumplía una de las más importantes tareas del programa del Moncada, expuesto por el compañero Fidel en La Historia me Absolverá.
Una de las lacras a erradicar, y no exagero al decir que la principal, era la injusta y anticubana distribución de la tierra. Latifundistas nacionales y extranjeros se habían adueñado de más del 70% del territorio agrícola del país. Ello era causa decisiva de la pobreza generalizada en el campo cubano. La inmensa mayoría de nuestros campesinos cultivaban la tierra como aparceros, tercedarios o, peor aún, muchos pobladores de las áreas rurales eran jornaleros temporales que trabajaban por unos pocos centavos y sin ningún derecho, precaria posibilidad que además solo existía durante unos pocos meses del año.
En el aspecto social, en Cuba los analfabetos representaban el 23,6% de la población, algo terrible, pero en las zonas agrícolas dicha proporción se acercaba al 42% y en la entonces provincia de Oriente la mitad no sabía leer ni escribir, y seguramente la situación era aún peor entre los serranos. Las cosas hubieran seguido así de no ser por la Revolución, pues si en el país solo asistían a las escuelas algo más del 52% de los niños, en los campos lo hacía apenas el 35%, por no existir realmente las escuelas.
El panorama en la salud era aún más desolador. La asistencia médica era casi inexistente en el campo y en las serranías sencillamente no existía. La presencia de un médico no era incluso un reclamo de quienes vivían alejados de los poblados, por parecerles algo inalcanzable. Según estadísticas de la época, las que casi siempre —para no ser absolutos— falseaban los indicadores y, aún así, reflejaban que el 91% de los habitantes de las zonas rurales estaba desnutrido, la gran mayoría padecía de parasitismo —por experiencia, digo que prácticamente todos, en especial los niños— y muchos campesinos estaban enfermos o sufrían las secuelas de la tuberculosis, el paludismo o la fiebre tifoidea, por solo mencionar algunas de las muchas enfermedades que sembraban la muerte en nuestros campos.
Con la electricidad ni siquiera se soñaba, casi el 90% de los bohíos —la mayoría de pisos de tierra— se iluminaban con chismosas, y ni mencionar refrigeradores, televisores ni nada semejante.
Ese pasado jamás volverá a Cuba, pero es importante que cada compatriota lo conozca.
Cualquier valoración que parta de un mínimo de información objetiva y de al menos una pequeña cuota de decencia, concluirá que la situación actual es, de modo irrefutable, incomparablemente mejor en todos los sentidos a la existente seis décadas atrás, incluyendo las carencias que mayor insatisfacción hoy producen.
No es lo mismo una carretera con baches que un trillo que, si llovía, era intransitable para los caballos y hasta para los mulos; no resulta posible comparar los problemas de mantenimiento de las escuelas con la ausencia total de estas; no es igual que la atención al consultorio médico presente alguna dificultad en determinado momento, a ni siquiera soñar con su existencia.
Quienes lo conocieron en carne propia lo saben muy bien y no lo olvidan, pero resulta vital que sus hijos y nietos, entre los que abundan agrónomos, médicos, maestros, al igual que otros profesionales y técnicos —algo inimaginable antes de 1959— estén conscientes de que estos y otros muchos progresos, que por cotidianos llegan a verse como normales, los trajo solo el socialismo a nuestros campos (Aplausos). Son el fruto de una Revolución que situó en lo más alto la dignidad plena de cubanas y cubanos y dio al campesino el lugar que siempre mereció.
Esas conquistas que tanta sangre, sudor y sacrificios han costado no se sostienen por sí solas, hay que mantenerlas cada día a fuerza de voluntad, convicción y patriotismo, tal como ha hecho nuestro pueblo hasta el presente y el que además está dispuesto a defenderlas con las armas, si fuera necesario, si alguien pretende despojarlo de ellas y regresarlo a un pasado de ignominia. Como expresó el Comandante en Jefe el 3 de junio de 1998, al decir: “…lo que menos les dimos a los campesinos fue tierra. Les dimos algo que vale mucho más que tierra; más valdría decir, nos dimos algo que vale mucho más que tierra: algo que se llama patria, algo que se llama dignidad, algo que se llama honor, algo que se llama condición de ser humano, porque nunca fuimos tratados como seres humanos”.
Ello no significa ignorar las dificultades que enfrenta la población de nuestros campos, sobre todo en las montañas. El país está consciente de ellas y se esfuerza por eliminarlas en la medida en que se disponga de los recursos necesarios. Lo hace cada día pese a los muchos y grandes obstáculos que impone el bloqueo y al resto de las medidas agresivas del imperio, que, como nuestro pueblo conoce, se han incrementado de una manera considerable y el actual Gobierno de Estados Unidos amenaza con seguirlo haciendo.
Los asesinos de Niceto Pérez estaban lejos de imaginar que exactamente 13 años después de su muerte llegaría el fin definitivo del latifundio, el desalojo y el abuso en los campos de Cuba, ideal por el que entregó la vida, al igual que Sabino Pupo y cientos de combatientes anónimos. Fue también una victoria de los obreros que invariablemente apoyaron las luchas campesinas, tal como ocurrió en el Realengo 18 en el año 1934. Fue un triunfo de las ideas de Jesús Menéndez, Aracelio Iglesias, Lázaro Peña y otros tantos dirigentes proletarios que jamás hicieron distinción entre el trabajador de la fábrica y el del surco.
Por mucho que se empeñen los enemigos de la Revolución en distorsionar la historia, la verdad irrebatible es que la Ley de Reforma Agraria fue absolutamente justa. Eliminó la terrible lacra del latifundio, un mandato de la Constitución de 1940 que ningún gobierno de la República implementó, en acto de abierta sumisión a los intereses de los oligarcas nacionales y los monopolios extranjeros, de los que aquellos politiqueros recibían no pocas y jugosas prebendas.
Al pueblo no lo sorprendió que la Reforma Agraria desatara la furia del imperio. Como señaló el General de Ejército Raúl Castro Ruz, en ocasión del aniversario 55 del desembarco del Granma, al decir:
“Nosotros también éramos conscientes del carácter decisivo de aquella medida y de los riesgos que implicaba, pero estábamos convencidos de que debíamos afrontarlos si realmente íbamos a cumplir el compromiso contraído con el pueblo”.
Establecer la justicia hacía inevitable el choque frontal con el Gobierno de Estados Unidos. Solo 13 compañías azucareras de ese país poseían 1 200 000 hectáreas. Entre todas eran dueñas del 55% de nuestras tierras agrícolas, adquiridas a precios irrisorios, aprovechando de manera oportunista la ocupación militar yanqui en 1899.
La forma de compensación establecida por Cuba fue mucho más generosa que la prevista en la reforma agraria impuesta por Estados Unidos a Japón al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Pero el imperio arrogante exigió en nuestro caso que la compensación fuera “rápida y efectiva”, a sabiendas de que ello era imposible para un país cuyas reservas financieras habían sido robadas y llevadas precisamente a bancos norteamericanos unos meses antes.
Continuaron las agresiones que solo con cambios de matiz o intensidad se han mantenido hasta hoy. Nos han causado enorme daño, incluida la muerte de numerosos compatriotas; pero no han logrado debilitarnos, al contrario, en su enfrentamiento se ha fortalecido la unidad de nuestro pueblo.
Esa unión alcanzó particular magnitud en los combates por la definitiva independencia; no puede siquiera imaginarse la hazaña del Ejército Rebelde sin el decisivo aporte de la población serrana. Se consolidó hasta hacerse indestructible en la colosal batalla de nuestro pueblo durante los últimos 60 años, frente a las constantes agresiones de la mayor potencia militar y económica del planeta. La unidad ha sido y seguirá siendo clave en cada una de nuestras victorias; es fuerte porque está basada en el patriotismo, la comunidad de ideales, el altruismo y la solidaridad. La Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, fundada un día como hoy, en el segundo aniversario de la Ley de Reforma Agraria, ha contribuido a preservarla sobre la base de los principios de la alianza obrero campesina.
La historia patria constituye un arma poderosa cuando hoy asumimos retos no menos difíciles, en circunstancias que imponen elevar los resultados económicos con una mayor eficiencia, en especial en la producción de alimentos, el aumento de las exportaciones y la sustitución de importaciones, y el aseguramiento de los servicios básicos a la población, sin descuidar en lo más mínimo ni por un instante la defensa.
Así responde nuestro pueblo a la histérica escalada de amenazas y agresiones del actual Gobierno de Estados Unidos. Por grande que sea el daño que logren causar a la economía, por mucho que consigan afectar nuestra vida cotidiana, no conseguirán doblegarnos. Y aunque sigan repitiendo hasta el cansancio sus mentiras, no van a confundirnos.
La idea de avasallar nuevamente a Cuba ha obsesionado por muchas décadas a numerosos personeros de la política imperial, buena parte de los cuales ya abandonaron el mundo de los vivos con ese fracaso a cuestas.
Ante cada agresión tendrán que vérselas con los cubanos de hoy, orgullosos de ser descendientes y firmemente comprometidos a continuar la obra de aquellos campesinos, obreros, pequeños comerciantes, trabajadores independientes, desempleados, profesionales y estudiantes, que jamás se amedrentaron ante peligros y dificultades ni dudaron un instante en entregar a la Revolución cuanto tenían, y hasta la propia vida, sin esperar nada a cambio. ¡De esa estirpe procedemos! (Aplausos.)
Por estos días comienzan a surgir las demandas basadas en el Título III de la Ley Helms-Burton, entre ellas de descendientes de latifundistas, algunos de los cuales no han puesto nunca un pie en Cuba. Sueñan con que un tribunal yanqui los autorice a esquilmar a nuestros campesinos, tal como lo hicieron con sus abuelos. Sea cual sea la decisión de cualquier juez estadounidense, en el supuesto de que a alguien trasnochado se le ocurriera aparecerse por el antiguo latifundio de su pariente a reclamar, a quienes allí trabajan la tierra, el tractor, o la escuela, o el consultorio médico, todo cuanto se ha creado con tanto esfuerzo y sacrificio, va a conocer en su pellejo qué es una carga al machete mambisa (Aplausos).
Jamás lograrán rendir por hambre a este pueblo. ¡Ahí están las mujeres y hombres de nuestros campos para impedirlo! Ya lo hacen hoy con redoblado esfuerzo, voluntad y, sobre todo, con inteligencia y mayor organización, para que no quede ni un palmo de tierra sin sembrar y producir cada vez más alimentos, buscando la mejor solución ante cada recurso que pueda faltar.
¡No se equivoquen los enemigos de Cuba! ¡No sigan con la absurda esperanza de quebrar la capacidad de resistencia de cubanas y cubanos!
¡No sueñen con apoderarse siquiera de un terrón de esta tierra, de una sola vivienda, de una escuela, de un hospital, de nada de la obra levantada con el sudor de nuestro pueblo!
Por grandes que sean los retos: ¡Venceremos!
¡Viva la Ley de Reforma Agraria! (Exclamaciones de: “¡Viva!”)
¡Vivan nuestros campesinos, patriotas y revolucionarios! (Exclamaciones de: “¡Vivan!”)
¡Vivan Fidel y Raúl! (Exclamaciones de: “¡Vivan!”)
¡Viva Cuba socialista! (Exclamaciones de: “¡Viva!”)
(Ovación.)
(Versiones Taquigráficas – Consejo de Estado)