Yanier Pérez Iglesias no le teme a las responsabilidades. Autor: Liudmila Peña Herrera Publicado: 06/04/2019 | 07:03 pm
UÑAS, Gibara, Holguín.— Al principio quise tratarlo de «usted», por aquello del respeto al interlocutor o a una persona que veía por primera vez; pero no me salió. Por más que lo intenté, no me pareció, mi actitud, natural. Así que me rendí y acepté que fuese él quien utilizara la forma más respetuosa del pronombre, mientras yo me permitía tutearlo a libertad.
Sabía que iríamos a verlo y nos esperó como mejor sabe: dando azadón para proteger de las malas yerbas a las incipientes plantaciones que, en breve plazo, recogerá convertidas en yucas frescas.
Eran casi las cinco de la tarde y el sol aún «pellizcaba» la piel desprotegida cuando llegamos. Él llevaba sombrero y camisa de mangas largas sobre un pulóver con la bandera cubana en el centro mismo del pecho.
—¿Y qué, cómo andas, guajiro? —le saludamos.
—Aquí, aprovechando la hora, que esta es la buena.
Se llama Yanier Pérez Iglesias y es un líder juvenil que sabe alejarse de ese «lenguaje de cuadros» que provoca alergia entre los jóvenes menos esquemáticos. Su forma de hablar es tan natural como la tierra que se le cuela por entre las uñas cuando intenta sacarle amores al surco, pero también el entusiasmo a los jóvenes, y soluciones a los problemas de sus electores.
A sus 31 años es, lo que se dice, un guajiro bien planta’o. Tanto es así que la periodista se siente pe-queñita, con todo y sus estudios universitarios, ante la naturalidad del muchacho que le da vueltas al sombrero de yarey mientras habla de «cosas serias». Y se ríe. Y bromea.
No espera que le pregunte nada. Comienza a explicar cómo le ha ido ganando terreno al marabú desde hace cinco años cuando le entregaron unas dos hectáreas de tierra que permanecían ociosas.
«Fui tumbando matas, dando candela, sacando troncones, limpiando… Después sembré eso de fongo —dice señalando una parcela de plátano burro reverdecida, con racimos a la vista—, y esto aquí de yuca. Entonces, según voy limpiándolo pa’llá, voy preparando más tierra».
—¿Tú solo?
—Yo y mi papá. Esto estaba ocioso aquí. Fíjate que el Secretario de la Juventud me dijo: «Guajiro, tú no estás bien de la mente. Esto no lo limpia nadie». Y le dije: «Bueno, yo lo voy a limpiar». Hace poco vino por acá de nuevo y me dijo: «¡Guajiro, es verdad que eres un caballo!». Y na’, to’ es ponerse.
Detrás de nosotros se escucha el sonido de un pájaro silvestre. «Es una gallineta», me explica Yanier, y acto seguido se pone a enumerar los encantos de la zona, conocida por los paisanos como La Vega. Entre ellos, el río Cacoyugüín, que surca las tierras entregadas en usufructo por la Agricultura.
«A cada rato vienen amigos míos a hacer fiesta, a pescar a cordel, que aquí es una maravilla. Se coge tilapia, el pez gato también abunda, pero principalmente la biajaca. Ahí yo pego un caldero, ¡y a freír y a “guapear”!», comenta el campechano.
—¿Pero no vienen a ayudarte también?
—Sí, sí vienen.
—Pero menos —digo yo y él se ríe.
—Bueno, ¡mejor la fiesta que el trabajo! —y ambos soltamos la carcajada—. Pero bueno, siempre me ayudan. Cuando sembré la yuca, vino una tropita. El que siembra, recoge.
A esas alturas, todavía estábamos parados frente al río, sosteniendo una conversación informal como quien no hace una «entrevista seria».
—Yo tengo un comité UJC muy bueno —suelta de pronto mientras atrae al perro Campeón hacia su lado.
—¿Sí? Cuéntame cómo es eso.
—El comité UJC que dirijo cuenta hoy con 35 militantes. Constituirlo ha sido todo un reto. Yo era secretario de un comité de base en la cooperativa Manuel Angulo. Empezamos con tres jóvenes; después lo llevamos a cinco, a 12, y luego a 15. Cuando vine a trabajar a la CCS Mario Muñoz, no había comité de base y lo armamos también. Estando ahí logramos constituir el comité UJC. Luego integré el Comité Mu-nicipal, y hasta soy miembro no profesional del Buró en Gibara».
—Pero no ha sido fácil, ¿eh?
—No, es un poco fuerte la tarea, porque a la misma vez soy delegado del Poder Popular; pero cuando se quiere, se puede. Todo es ponerle amor al trabajo.
—¿Cómo haces para que te alcance el tiempo para tanto?, pregunto y él se ríe, como si fuese lo más natural del mundo.
—Cuando usté’ se planifica el día y la semana, siempre se puede.
—¿Cómo te lo planificas tú?
—Sinceramente es un poco difícil. Por la noche me siento y me digo: «Tal día voy a hacer esto, otro voy a hacer aquello». Mientras la salud y la juventud me acompañen, seguiremos ahí, guapeando y dando lo mejor.
—¿Qué hacen ustedes en ese comité para que los jóvenes se sientan realizados?
—La esencia es llegar a la fibra del militante. En esta cooperativa hacemos trabajos voluntarios y diferentes actividades; pero cuando alguno tiene un problema de salud, no falta nuestra visita, y en los cumpleaños siempre hacemos un motivito. Porque no todo puede ser acta y cotización, aunque no deja de ser importante asistir a la reunión y debatir las preocupaciones.
—Imagino que, de vez en cuando, también tiren su «bailaíto»…
—Sí, sí. Hacemos cada vez que se puede algún lechoncito asa’o, vamos al río, nos damos un traguito y compartimos una buena caldosa como buenos campesinos. Por eso es que se ha podido llegar en la UJC hasta donde estamos.
—En medio de esas «cumbanchitas» seguro surgen los mejores debates, ¿verdad?
—Efectivamente. De ahí nos salen las mejores ideas. «Oye, tal día podemos hacer una mesa cubana»; «mira, el cumpleaños de fulano es tal día»… Así nos nutrimos de experiencia, porque, yo como secretario no me las sé todas.
—Por aquí te conocen como «el guajiro». ¿Te gusta que te digan así?
—Síiii, ¡cómo que no! Para mí es un honor, si toda mi familia es de raíz campesina: mi bisabuelo, mi abuelo y mi papá, quien me ha ayudado mucho en la vida. Cuando usted tiene un buen guía, usted puede lograr cosas importantes.
—Guajiro, supongo que en tu trabajo como delegado hayas tenido no pocas dificultades. ¿Es así?
—Aquí en Gibara hay varios organismos que son un poquito apáticos ante los problemas y no visitan los lugares de donde parte una queja. Como delegado tengo que estar insistiendo para que se les busque solución. A veces me toca poner carácter, porque le agotan la paciencia a uno. Lo que pedimos no es para nosotros, es en beneficio del pueblo. Y entendemos que lo que se puede, se puede, y lo que no está a nuestro alcance, se explica.
—¿Qué es lo que te da fuerza a ti? ¿En qué crees tú?
—Antes que todo, siempre creo en Dios; pero de creer creer, mi mamá, fallecida hace poco, fue una de las que me guio en ese amor a la Patria, a la Revolución y en esa fe de hacer cosas para sentirme útil. No me gusta estar sentado. Yo soy un guajiro de acción.
—¿Cuál es el sueño más grande que tienes en la vida?
—Uno de los sueños es encontrarme una compañera que quiera a uno tal como es uno, con los principios que no abandono por nada en la vida, ni por un amor. Si la encuentro, me caso y fundo una familia, porque el buen militante y guajiro, también es un buen romántico. Esa es la cuestión.
—Bueno, Guajiro, vamos a ver si después de esta entrevista aparece la novia —sugiero, y él, muerto de la risa, contesta: «Bueno, quién sabe. Aquí estamos disponibles».