Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Novelas de una mujer con luz

Una muchacha crecida en la ruralidad cubana tuvo que sobrepasar no solo la oscuridad física para triunfar en la vida personal y profesional

Autor:

Osviel Castro Medel

BAYAMO, Granma.— Ella llegó a llorar «todos los días del mundo»; incluso, a veces, pensó irse a propósito de la vida. Ese cotidiano lenguaje de las lágrimas había surgido tras un contratiempo extraordinario, que le apagó la visión bruscamente, cuando cursaba el séptimo grado en una escuela interna y residía en la ruralidad de Sabanilla de Barrancas, a 28 kilómetros de Bayamo.

«Fue a finales de abril de 1993. Me acosté normal, pero a la mañana siguiente casi no veía nada, tenía los ojos con coágulos de sangre y estaba con unos mareos insoportables», cuenta ahora, a sus 37 años, Yenny Yunay Figueredo Pérez, una mujer con historias fascinantes.

Desde entonces vinieron largas hospitalizaciones en la Ciudad Monumento, Santiago de Cuba y La Habana, donde le diagnosticaron un agresivo glaucoma —complicado con otras afecciones— y la operaron para evitar ponerle prótesis en los ojos.

«Dejé de ver y me encerré en mi cuarto para no salir jamás. No podía aceptar que me hubiera convertido en una adolescente ciega. Mi mamá tenía que atarme a una silla para sacarme a tomar unos minutos de sol; más tarde me fui a vivir una etapa con mis abuelos. Pasé, al final, más de dos años alejada del mundo exterior».

Solo el empuje de su progenitora, Marisela, pudo sacarla de aquella tristeza que le empantanaba la existencia. «Ella me llevó a la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, en Caney de Las Mercedes (municipio de Bartolomé Masó), para que terminara la secundaria básica; lo hizo diciéndome la mentirilla piadosa de que iba a aprender piano; me gustaba cantar y tal vez vio una posibilidad para el cambio».

Hoy le agradece la acción de manera infinita porque en ese coloso educacional cursó también el preuniversitario y empezó a soñar. «Me encantaba el periodismo, pero me dijeron que por mi discapacidad no podía estudiar esa carrera; fue un golpe, mas... seguí adelante».

Entonces Yenny se volcó al Derecho y así, andando el tiempo, logró graduarse en la Universidad de Oriente como jurista, aunque no faltaron las contrariedades.

Saltar muros

«He tenido que imponerme sin pensar en los obstáculos», comenta una y otra vez Yenny. Lo dice porque venció todos sus estudios sin haber cursado enseñanza especial alguna y sin contar, durante largo tiempo, con la necesaria máquina braille; de modo que debió repasar «a mente» en incontables oportunidades.

También lo afirma porque desde temprano la envolvió la estrechez económica, que la llevaba, incluso, a renunciar al viaje a su casa los fines de semana.

«No puedo enumerar las ocasiones en que me quedé afligida en la escuela. Mi mamá se vio obligada a dejar el trabajo por mi enfermedad, después tuvo que irse a la agricultura para poder sostenernos a mi hermana (Arianni) y a mí», confiesa.

Claro, no han sido los únicos muros en la larga ruta. Luego de la aplaudida graduación en junio de 2007, por ejemplo, vino la ubicación laboral como consultora jurídica.

«Empecé en la dirección municipal de Justicia y me enviaron a asesorar el sectorial de Cultura en Bayamo. No solo debía sobrepasar la timidez del principio, también tenía que luchar cada jornada con el transporte para irme para Sabanilla. En varias fechas llegué después de las nueve de la noche o empapada por aguaceros».

En esos momentos «todavía dependía mucho de otras personas, no estaba rehabilitada. Fue Pedro Ballester, ciego que trabaja en la biblioteca provincial, quien me enseñó a andar sola».

Uno de sus anhelos era vincularse al Derecho Penal. «No pudo ser, pero lo que hago me gusta. He prestado servicio a varias instituciones culturales, desde la Escuela provincial de Arte hasta la Casa del Joven Creador. Mi labor consiste en redactar todos los documentos: resoluciones, dictámenes, escritos fundamentados, reglamentos, todo lo que tenga que ver con la legalidad en esas entidades».

La casa y el tiempo

Al narrarlo se estremece: cuando su niño, David Oliva Figueredo, tenía un año, bajó con los dedos índices los párpados de ella y, mirándola, soltó una expresión de asombro.

«Me puse algo triste porque mi hijo notó que yo era diferente. Nunca dejé de decirle que no lo veo, pero lo toco, lo beso, lo adoro. Ya tiene siete años y entiende mi discapacidad».

Desde que él cumplió 18 meses «anda conmigo y me guía muchas veces mejor que los adultos. Siempre me alerta: cuidado mamá con el hueco; mamá, la guagua; mamá, la bicicleta.

«Por supuesto que no ha sido fácil educarlo. He recibido el inmenso apoyo de mi esposo, Loannis Oliva, con quien llevo diez años de matrimonio; aunque por su trabajo en Ferrocarriles no está en la casa en determinados horarios y debo encargarme sola.

«Para enseñarle los colores tuve que auxiliarme de los vecinos o algunos familiares. Me esmero para que lea algo cada día y me deletree las palabras que escribe para saber cómo va su ortografía».

Tales preocupaciones no impiden los ajetreos acostumbrados del hogar, que desde hace cuatro años está ubicado en el reparto bayamés Antonio Guiteras, gracias a la colaboración de las autoridades gubernamentales de Granma. «Yo hago de todo, excepto limpiar el arroz, el día que no haya nadie que me ayude lo cocino así mismo», expresa sonriendo.

«Lo más complicado es planchar el uniforme del niño, aunque a menudo lo hace mi esposo; repito que él y yo nos compartimos las labores, coopera en grande».

Como si las tareas laborales y de la vivienda fueran pocas, Yenny es una activa participante en competencias culturales y recreativas de la Asociación Nacional de Ciegos y Débiles Visuales (ANCI), tiene responsabilidades de dirección en esa asociación y realiza estudios teológicos.

«Formo parte del coro Mariposas de cristal, también soy narradora oral, declamadora, recitadora de monólogos e integrante de un grupo de teatro. Practiqué atletismo tanto en campo como en pista, inicialmente era corredora de velocidad y luego, cuando gané peso, me fui a los lanzamientos de bala, disco y jabalina. No debo olvidar mi gran pasión: el dominó» —pasatiempo en el que ha alcanzado varios trofeos en certámenes municipales y provinciales—.

Sin lástimas

«Yo me he caído en una alcantarilla, me he roto una ceja, he chocado…».

Su reflexión nace porque muchas personas que no son ciegas «olvidan que existimos y atraviesan un catre en la mitad del pasillo o dejan una reja abierta hacia la calle, otras nos subestiman: “pobrecito, si es cieguito”, “ay, qué lástima me da” o nos tratan de “impedidos físicos”, “minusválidos”, como si valiéramos menos. Debemos ir transformando esas actitudes».

Pese a tales comportamientos Yenny ha sentido la solidaridad de cientos de personas, imposibles de enumerar aquí: Yudién, Yanet y Yiliana, ex compañeras de la Universidad; Wilber, bastón en tiempos difíciles; Timoteo, Sulemis, Mary, Luis y Yudith, guías en su formación escolar; el doctor Mederos y otros profesionales que la atendieron; Rosa, Paulino y algunos viejos compañeros de trabajo; María del Carmen, la técnica con quien labora ahora; Nenita, presta siempre a darle cobija en su casa; Joaquín, el padrastro; la familia… los trabajadores de la ANCI de Granma.

«Tengo mucho que agradecerle a mi asociación, que me ha ayudado a comprender algo esencial: lo primero es amarse a sí mismo. Cuando eso pasa se puede contribuir al desarrollo de la sociedad, formar un hogar, asistir a otras personas con discapacidad… sencillamente, sentirme una mujer realizada, feliz, ¡con luz!

 

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