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Tirando el frío por la borda

Con inusitada frecuencia, acondicionadores de aire funcionan en locales mal cerrados o puestos a una magnitud que obligan a utilizar abrigos

Autor:

Nelson García Santos

Afuera la fría brisa exige andar abrigado, mientras que en el interior de las edificaciones impera una agradable temperatura; entonces, ¿qué hacen los climatizadores funcionando?

En lo que va de esta temporada, el invierno, aunque sigue siendo tímido, se ha mostrado algo más persistente que en otros años. Eso es una buena noticia, porque el frío beneficia directamente a la economía.

A pesar de esa circunstancia, todos apreciamos, con inusitada frecuencia, acondicionadores de aire funcionando en locales mal cerrados o puestos a una magnitud que obligan a utilizar abrigos.

El resultado, doblemente maligno: más gasto de energía y disminución de la vida útil de los equipos  encendidos inútilmente al máximo de su capacidad, horas y horas. ¿Cómo estará la situación en los mil y un lugares en que se utiliza el frío para conservar alimentos, en restaurantes…?

Cuando indagué sobre el porqué de los acondicionadores activados, la respuesta vino en palabras que son para «ponerle la tapa al pomo». Si no gastamos lo asignado, luego bajan el plan.

Hace rato que anda rodando ese criterio de que a la entidad que consuma por debajo de su asignación le disminuyen la entrega, y tantísimas personas hablando de esa manera tampoco deben estar equivocadas.

Ese discernimiento debió tener su génesis en hechos concretos y, lamentablemente, está enraizado en esos lugares que en medio del frío conectan los equipos de aire acondicionado, a pesar de la posibilidad de abrir las ventanas, o los tienen funcionando en locales agujereados.

El hecho de penalizar con reducción de electricidad al que esté por debajo de la cifra otorgada conlleva despilfarro, pues incita a sobrepasar los límites, para que no supriman el servicio eléctrico por déficit.

O esgrimen ese otro criterio, peor todavía, de que al final nos les quedará más remedio que ampliarlo debido a que deviene vital producir o dar el servicio a la población.

Si una entidad confecciona un programa de consumo, con todas las de la ley, tampoco le puede sobrar una barbaridad, pero si en cierta medida consume un poco menos tampoco deben penalizarla a rajatabla, sin realizar un detallado análisis.

Se trata, sin extremismos, de que impere de manera consciente, en su justa medida, el razonamiento de lo que significa para este país cada galón de petróleo que genera corriente.

Al margen del cambio de horario para aprovechar más la luz solar, que coincide con el invierno, solo se acostumbra en la agricultura a tratar de lograr el mejor provecho de esa estación, la más adecuada para las cosechas que se siembran entre septiembre y febrero.

En esa época logran un mejor desarrollo muchos cultivos, se repliegan hasta las plagas y enfermedades, y el esforzado bregar, a cielo abierto, deviene más tolerable, bajo una temperatura agradable que facilita hasta una mayor productividad de los labriegos.

Basta decir que la campaña de frío garantiza más del 60 por ciento de la producción de cultivos varios del país, y resulta la de más aseguramiento de recursos, independientemente de que puede haber determinado déficit.

En la agricultura hay claridad, más allá de dividendos en mejor o inferior medida, de la imposibilidad de tirar por la borda ese beneficio natural que, por ejemplo, dota a la caña de más azúcar o nos premia con una papa de calidad.

Entonces se debería pasar revista a cómo sacar el mayor provecho a nuestro frío en otros sectores. O, al menos, evitar ese mal ejemplo de derroche de electricidad cuando, ciertamente, el mono no está chiflando, pero anda acurrucado. Así de sencillo, así de lógico.

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