Virgencita nació pequeñita y con bajo peso, pero contó siempre con el apoyo de su mamá. Autor: Juan Morales Agüero Publicado: 12/02/2019 | 06:23 pm
LAS TUNAS.— Aquella tarde del 15 de septiembre de 2003 el asombro irrumpió en el salón de partos del Hospital Doctor Ernesto Guevara. «¡Esta criatura solo pesa 880 gramos!», exclamó alguien desde una báscula. En su camilla de parturienta, Lina, madre de la recién nacida, lo escuchó y mostró enseguida su zozobra. «¿Se salvará, doctor?», le preguntó, angustiada, a un galeno. «Haremos todo lo posible, pero hay que esperar», le respondió. Y sí la salvaron. La familia decidió ponerle por nombre Virgen de los Milagros.
Luego de una breve estancia recuperativa en una incubadora, la pequeña fue atendida durante unas semanas en la sala de cuidados especiales de la institución. Su minúsculo cuerpecito, ataviado con ropas de muñeca y tocado con un gorro verde, hizo época entre los prematuros. ¡Se veía tan frágil en sus menudas 1,9 libras de peso! Los partes médicos la reportaban en estado crítico, por estar por debajo de 1 500 gramos. Pero el tratamiento y la ternura intervinieron para que la esperanza se impusiera al desaliento.
Cuando la niña llevó la aguja de la balanza hasta las tres libras y media, se la entregaron a la mamá para que asumiera su cuidado directo en la sala de las paridas. Todavía no contaba con el peso requerido, pero el regazo materno, la lactancia inmanente y el esmero de los especialistas propiciaron que en cuestión de unos pocos días alcanzara cinco libras y media. Lina y su parvulita recibieron el alta y la autorización para trasladarse a casa.
Luego vino un intenso programa de seguimiento. Virgencita debió asistir cada cierto tiempo a consultas con los pediatras, quienes evaluaban al detalle su progresión. Más de una vez la llevaron a instituciones de Camagüey para realizarle exámenes complementarios. Gramo a gramo fue ganando en peso corporal y en salud. Comenzaba así su itinerario definitivo rumbo a la completa estabilidad.
Al año de su alumbramiento, la niña incrementó su peso hasta las 15 libras. Comía cuanto le ponían delante y retozaba y jugaba con sus amiguitas como si no hubiera hecho otra cosa desde que la trajeron al mundo. ¡Qué gran hazaña la de nuestros médicos! ¡Qué sensibilidad la de nuestro sistema! No se trató de un milagro de túnica y halo, sino de ciencia y altruismo. Es que en Cuba no hay nada más importante ni priorizado que la vida de un niño.
El parto de los recuerdos
«Me encanta el lugar donde vivo, mi casa, los animales, las plantas», dice.
«Di a luz por cesárea a las 29 semanas de gestación, luego de permanecer por algún tiempo en un hogar materno —rememora Lina Suárez Verdecia—. Por el reducido tamaño de mi barriga, supe con antelación que mi criatura sería pequeña, pero nunca tanto como para no llegar ni siquiera a las dos libras. Incluso al otro día de nacida ella bajó de 880 a 780 gramos. Los médicos me advirtieron que era posible que padeciera alguna anomalía. Quizá debilidad visual, o tal vez cierta sordera… Pero, por fortuna, los diversos exámenes a los que fue sometida los descartaron.
«Nuestra familia nunca olvidará el primer día de clases de Virgencita en la escuela primaria del barrio. Aquella mañana ella tenía toda la alegría del mundo dibujada en su cara. La noche antes casi no durmió. Despertaba a cada momento, impaciente por conocer su aula de prescolar. Miraba una y otra vez su uniforme, como si se tratara de un trajecito para ir a un cumpleaños. Fue allí donde comenzó a tomar parte en actividades culturales.
«Le gustaba, especialmente, que la vistiéramos de Pilar, como la del conocido texto martiano de La Edad de Oro, que le leíamos en casa. Incluso nos pedía que le buscáramos un balde y un aro, para parecerse más a ella. También la disfrazábamos de Caperucita Roja. Así actuaba junto a los demás compañeritos y compañeritas tanto en la escuela como en la unidad militar de aquí cerca, adonde la invitaban con frecuencia. Nunca la sobreprotegimos.
«Cuando comenzó la enseñanza secundaria, para la cual viajaba todos los días algo más de tres kilómetros hasta la ciudad de Las Tunas, no abandonó su afición por la cultura. Se vestía de gitana y actuaba ante su colectivo o ante cualquier otro adonde la llevaran. Desde luego, siempre le dedicó tiempo a sus estudios. Ahora cursa el décimo grado y anda integralmente de lo mejor.
«Lo de celebrarle sus 15 años fue algo que nos propusimos desde hace mucho. No podíamos ignorar y pasar por alto una fecha tan significativa en su vida. En eso cooperó gran cantidad de gente, pues la niña es muy querida en la comunidad por sus buenas relaciones y su buen carácter. Además está su historia. Cuando ella nació todos por aquí estuvieron al tanto de su evolución.
«Durante todos estos 15 años, Virgencita apenas se ha enfermado. Cuando más, un catarrito común, alguna alergia inofensiva o cosas así. Puedo decir que goza de una excelente salud. El bajo peso fue un mal de pocas semanas y no le dejó secuelas. Ella lo superó enseguida y hoy es una adolescente normal, como la mayoría de las de su edad. Nunca les agradeceré lo suficiente a nuestros médicos lo que ellos hicieron por la recuperación de mi hija».
Una adolescente de su época
Llegué a la comunidad de La Piedra, a pocos kilómetros de la cabecera provincial, un sábado al mediodía. «¿Dónde vive por aquí Virgen de los Milagros?», averigüé con una vecina. «En esa casa de la música», me indicó. Fui y un reguetón me dio la bienvenida. Vino a recibirme una muchacha esbelta, bonita y sonriente.
«No puede ser, ¿tú eres Virgencita?», le pregunté, incrédulo. Me confirmó que sí con semblante divertido. Le conté que fui yo quien reportó su singular nacimiento en aquel 2003 en el que se asomó a la vida, pero que no esperaba encontrármela tan crecida. Me invitó a pasar. Minutos después conversábamos amigablemente».
—A ver, cuéntame de tu fiesta de 15. ¿Te divertiste mucho?
—Muchísimo. Mis padres y otras personas estuvieron varios años preparándola. Pretendí que vinieran todos los que quisieran, incluso aunque no fueran invitados. Siempre soñé con llegar a esa edad y celebrarla a nuestra manera aquí mismo, en mi comunidad.
—¿Alguna sorpresa en especial de los participantes?
—Un grupo de amigos se apareció con un cartel grandísimo con una felicitación por «mis 15 primaveras». Pero la mayor de todas fue la discoteca portátil que armó uno de mis primos debajo de las matas de mango, con luces, pantalla y todo. ¡Tremenda bailadera!
—Por las fotos y el video que me has mostrado, te encanta bailar…
—¡Me encanta! Aprendí sola aquí en la casa, mientras escuchaba la música que me gusta, que es el reguetón. Llegué a bailar en una de las carrozas en los pasados carnavales. Por cierto, las fotos y el video están entre los mejores regalos de mi celebración.
—Me dijeron que la gente estuvo aquí de fiesta varios días…
—Sí, llevaban tiempo esperándola. Y yo quería que la pasaran lo mejor posible. En el video se aprecia que había muchos jóvenes, pero también muchos adultos del barrio. No faltaron el puerco asado, el cake, la cerveza, la ensalada fría, la caldosa…
—¿Cómo te va en tus estudios en el preuniversitario?
—Bastante bien, aunque soy una alumna promedio que necesita esforzarse más. Tengo buenas calificaciones en Biología, que es mi asignatura preferida. Pero debo mejorar todavía en Matemática. ¿Aspiraciones? Estudiar un día Enfermería. Es lo que me gusta.
—¿Te consideras una adolescente moderna y actualizada?
-Sí, pero llevo la moda sin extravagancias. No me pongo piercing ni me hago tatuajes. La sencillez me parece más bonita, incluso al vestir. Tengo DVD, celular y me encanta hacerme selfies. A las redes sociales casi no accedo. Ojalá pudiera hacerlo a menudo.
—¿Te habla tu mamá de cuando naciste con menos de dos libras?
—Me lo ha comentado. Pero me recuperé y eso se lo agradezco a los médicos y a la Revolución. Aún no tengo edad para votar, pero si la tuviera votaría Sí por la nueva Constitución. Es lo menos que puedo hacer por quienes han hecho tanto por la salud de los niños.
Un récord absoluto
El récord absoluto de bajo peso al nacer lo ostenta una niña alemana, de nombre Emilia Grabarczyk. Su madre la trajo al mundo por cesárea con solo 26 semanas de gestación, el 9 de septiembre de 2016. Pesó 229 gramos y midió 21 centímetros. Los especialistas aseguran que el peso promedio de una criatura al salir del vientre materno es de unos 2 300 gramos.