En el Campamento Internacional Julio Antonio Mella, de Caimito, Artemisa, el joven peruano Christopher Escalante Sanabria declara su simpatía por la Mayor de las Antillas. Autor: Odalis Acosta Góngora/AIN Publicado: 28/08/2018 | 07:33 pm
CAIMITO, Artemisa.— Cuando se es joven, la vida puede ser una verdadera aventura, sobre todo si dibujas una travesía que muchas veces se acerca a lo que habías imaginado, pero en otras ocasiones se está muy distante, incluso, de lo que dicen los muchos medios en el mundo. Y ese es el caso de Cuba.
«Vengo de Ayacucho, en la Sierra Central peruana, donde el frío te parte los huesos —literalmente hablando— y donde los problemas sociales están muy vinculados con los Gobiernos corruptos, algo que no existe en esta bella tierra.
«En mi país el dinero corre por favores políticos, hay sobornos, perdonan a delincuentes, a violadores. En cambio aquí la realidad es distinta; me gustaría que en algún momento lleguemos a ese punto», confiesa con las palabras llenas de esperanza Christopher Escalante Sanabria, de 19 años.
Él viene a la Mayor de las Antillas por segunda ocasión en menos de un año, para compartir algo más que playa, sol y ofertas turísticas. Con la Brigada Internacional Primero de Mayo llegó para desfilar en la Plaza de la Revolución, y vivió una experiencia única que, según él, nunca olvidará. «Cierro los ojos y aún logro ver la multitud con banderas, consignas y muchas ganas de defender lo suyo... todo ese calor de pueblo en una marcha pacífica y entusiasta».
Y ahora ha regresado en estos meses estivales con la Brigada Latinoamericana y Caribeña de Solidaridad con Cuba, para vivir unos días en los que no han faltado jornadas de trabajo voluntario en labores agrícolas, pero tampoco el intercambio con diversos grupos sociales, porque han venido a conocer bien de cerca a los cubanos.
En esta oportunidad, sin embargo, Christopher ha querido vincularse más a la naturaleza, «vivir la vida a lo cubano», aprovechar el caluroso verano, que según sus palabras perece sentirse más intenso en parajes encantadores como el Palenque de los Cimarrones, en Pinar del Río, donde siente que las figuras que decoran el sitio cobran vida.
«Viñales es un encanto, pero allí, en el Palenque, todo parece llevarnos al pasado: la cueva, los bohíos, los vestigios de religión yoruba que nos recuerda constantemente a los negros africanos que trajeron a Cuba como mano de obra barata, los instrumentos de castigo para los esclavos, incluso los platos tradicionales», relata.
En esa provincia, dijo, le llamó mucho la atención el Mural de la Prehistoria, con sus animales gigantescos dibujados en hermosas pinturas sobre las piedras elevadísimas que compactan la montaña.
«Sitios encantadores también pude observar a mi paso por Villa Clara, por Artemisa y por La Habana Vieja, una ciudad que me embrujó de los pies a la cabeza. No resistí entrar al Museo del Chocolate, a la Casa del Ron, y claro está, me llevo de recuerdo una guayabera, una botella de Habana Club para mi papá y los deliciosos habanos tan demandados en mi familia», comenta complacido.
Una expresión, tomada de algún cubano, le acompañará en su retorno a Perú: «Cuba no te da lo que le sobra, te ofrece lo que tiene», así me dijo al final de la entrevista, y recalcó la idea de volver tan pronto como el día a día le permita.