Nací en 1974, de manera que ahora tengo 43 años. Tuve una infancia como la de cualquier niña Autor: Yaciel Peña de la Peña Publicado: 27/04/2018 | 09:04 pm
LAS TUNAS.— A riesgo de recurrir a un lugar común, mi diálogo con esta mujer toda belleza y sabiduría me hizo recordar a El Principito y a su célebre parábola: «Lo esencial es invisible a los ojos, solo se ve bien con el corazón». Y es que cuando Danaisa habla, parece como si exorcizara en imágenes las esencias de su mundo interior, lleno de luz y de amor.
—Danaisa, háblame de tu niñez y de tus primeros estudios en tu Puerto Padre natal. ¿Cómo recuerdas aquella etapa?
—Nací en 1974, de manera que ahora tengo 43 años. Tuve una infancia como la de cualquier niña. Me encantaba ir a la escuela, y, en especial, adoraba las asignaturas de letras. Desde que aprendí a leer comenzó mi gusto por los libros. Para entonces ya los especialistas me habían diagnosticado miopía progresiva, lo cual me obligó a usar lentes de contacto desde los cuatro años de edad. Pero aún podía ver sin dificultad.
«Las complicaciones sobrevinieron en 1989, cuando estudiaba en el preuniversitario. Una noche advertí que no podía calcular bien la altura de los peldaños e inclusive se me hacía difícil caminar hasta el comedor de la escuela. Se lo comuniqué enseguida a mi familia y de nuevo fui llevada ante los oftalmólogos. Luego de varios exámenes, me diagnosticaron retinosis pigmentaria».
—¿Cómo asimilaste tan trascendental cambio en tu vida? Imagino que ese proceso resultó lento y difícil.
—Soy fuerte y me dispuse a enfrentar la situación con valentía. Así que continué estudiando con la ayuda de mi familia y mis amigos. Como comprendí que en cualquier momento quedaría ciega, comencé a estudiar Braille. Y una compañera ciega del poblado de Vázquez me ayudó. Aprendí y pude trabajar en un área especial de la biblioteca en Puerto Padre. Por entonces aún veía algo.
«Mi visión fue disminuyendo poco a poco, hasta que desapareció por completo cuando tenía alrededor de 20 o 21 años. Perdí las esperanzas de recuperarla luego de someterme, sin éxito, a los tratamientos más modernos existentes en Cuba, entre ellos ozono, magnetos, eletroestímulos… En fin, acepté que mi ceguera era irreversible y comencé una nueva vida».
—¿Fue en ese período cuando decidiste aproximarte a la ANCI y acudir a la poesía como terapia para tu situación?
—No, desde que era una niña tenía vínculos estrechos con esa asociación. Incluso, allí presenté mis primeros poemas de adolescente, todos carentes de técnica, que escribía a hurtadillas, sin que nadie me viera. Un día se los mostré a dos poetas de Puerto Padre a los que respeto mucho. Al parecer les gustaron y me animaron a asistir a un taller literario.
«Por cierto, años después, en un concurso literario convocado por la ANCI, gané mi primer premio nacional con el poema A tu regreso. Luego, vinieron otros, y hasta dos libros publicados por la Editorial Sanlope, uno de ellos impreso en Braille. Nunca me he desligado de la poesía. Y no me canso de leer a Dulce María Loynaz y a Carilda Oliver, que son mis paradigmas».
—En la ANCI has desempeñado cargos de dirección diversos, como este de ahora, al frente de su filial provincial.
—Durante varios años fui su presidenta en Puerto Padre. Luego, como reserva de cuadros, me promovieron para la provincia, donde me mantengo. Fue un cambio brusco, porque en el municipio dirigía voluntariamente y ahora lo hago de forma profesional, con la responsabilidad que entraña dirigir a un colectivo vidente. Admito que es complicado, pero los incapacitados visuales preparados podemos desempeñar cualquier tarea.
«En la sede tunera de la ANCI siempre tengo algo que hacer. Cuando algún asunto necesita consenso, pido criterios, y, luego de escucharlos, asumo el más acertado. No necesito ver a las personas para saber cómo piensan. Soy un poco sicóloga y he aprendido a caracterizarlas. ¡Pocas veces me equivoco!».
—¿Qué te parece si hablas sobre tu vida privada? A los lectores les encantará saber si eres casada y si tienes hijos…
—Acepto. Soy casada y mi esposo es subordinado mío. Pero una cosa es ser la directora en la oficina y otra ser la mujer en el hogar. Nos llevamos muy bien y nos ayudamos mutuamente. Quien cocina es él, porque nunca he hecho buenas migas con las cazuelas. Yo me encargo de limpiar, lavar y acomodar la casa. En eso soy maniática, pues no puedo soportar el desorden.
«Tengo un hijo de 23 años de edad. Nació cuando ya era ciega, así que no tengo imágenes suyas. Cuando era niño me gustaba tocarlo para comprobar si tenía algún granito o cosas así. Luego, en el pre, le palpaba la cabeza, por si se había dejado el pelo largo. Soy ciega, pero eso no me impide estar al tanto de si el hijo lleva areticos o si se ha hecho un tatuaje».
—¿Percibiste algún incremento de la sensibilidad en el resto de tus sentidos cuando perdiste por completo la visión?
—Yo utilizo todos mis sentidos. Tengo buen oído, y lo empleo mucho para escuchar radio, que es el medio de información por excelencia de los ciegos. Suelo tocar las cosas para apreciar sus formas. Algo que desarrollamos en especial es el sentido del espacio. Las calles me aterran, a pesar de que domino las técnicas de orientación y movilidad. Sin embargo, en la oficina me muevo libremente, incluso sin bastón. Conozco cada palmo de los locales y los camino como si estuviera en mi casa.
«Para maquillarme y arreglarme no necesito pedir ayuda. Hago ambas cosas por instinto. Y créeme: nunca se me corre la pintura ni me pongo una blusa al revés. Cuando voy de compras a una tienda es diferente. En ese caso, alguien debe describirme el diseño de un vestido, los colores, los contrastes… A través del tacto puedo apreciar su textura y el tipo de tela».
—¿Tienen los discapacitados visuales tuneros acceso a las nuevas tecnologías? ¿Saben cómo utilizarlas convenientemente?
—¡Por supuesto que sí! Yo misma tengo instalado en mi teléfono celular un sistema parlante que es una maravilla. Por medio de combinaciones de teclas, que manipulo con dos dedos, puedo comunicarme con cualquiera, ya sea por llamadas o por mensajes. El aparato genera una voz que me va orientando lo que debo hacer en cada momento. Basta con seguir sus instrucciones.
«Pero hay más en esa materia. En la sede tunera de la ANCI contamos con un laboratorio de informática con unas cuantas computadoras. Ofertamos cursos para enseñar a manejarlas. Las máquinas de Braille sí están en falta. Suelen ser muy caras y casi no entran al país. No alcanzan para todos. Nosotros tenemos solo una».
—¿Te has sentido alguna vez subestimada o compadecida por ser incapacitada visual?
—¡Nunca! Les he demostrado a mis jefes y a mis subordinados que estoy capacitada para asumir encomiendas difíciles y tomar decisiones oportunas, como si dispusiera de mi completa visión. Tengo la certeza de que estoy a la altura de mi invidencia. Por eso todos me respetan, y yo, a mi vez, les correspondo.
«Pienso que quienes tenemos problemas visuales, físicos o de cualquier otro tipo no somos los únicos discapacitados. ¡Todos tenemos alguna discapacidad! Quien no muestre competencia para entender ciertas cosas es un discapacitado también. Y quien carece de valores elementales como buen ser humano, igual».
—¿Cuáles son tus entretenimientos favoritos? ¿A qué te dedicas cuando no estás cumpliendo con tus deberes laborales?
—Cada vez que puedo, voy al taller literario al que pertenezco. También me encantan las plantas ornamentales. Tengo varias en el patio de mi casa. Por cierto hace poco se me murieron unas begonias. Lo sentí mucho, pues eran mis preferidas.
«También, por mis responsabilidades y por los eventos literarios a los que me invitan, he visitado casi todos los lugares importantes de Cuba. En cuanto a las amistades, no tengo muchas, pues soy muy selectiva. Pero las que tengo son incondicionales, siempre dispuestas a tenderme la mano».
—Si la vida te diera la posibilidad de ver por un instante, ¿qué imagen te gustaría tener ante tus ojos?
—Nunca me habían hecho esa pregunta. Yo tuve visión durante varios años, por lo cual conservo en mi recuerdo muchas imágenes. Pero sería muy feliz si un día pudiera sentarme frente al mar, allá en mi querido Puerto Padre, a contemplar en toda su plenitud los colores del arcoíris. Sería esa la imagen más preciosa que Dios y la vida podrían regalarme.
«Por lo demás, soy una mujer afortunada, porque tengo gente que me quiere y porque he podido realizar muchos de mis proyectos. Dicen que para ser una mujer completa una debe sembrar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Tengo en mi haber las tres cosas. Y no solo eso: me he abierto paso entre las sombras. Porque toda mi vida ha sido un reto a las tinieblas».