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La adelantada

Todavía florecen las palabras con las que Ana Betancourt, de quien este 7 de febrero se recuerdan los 115 años de su fallecimiento, saltó a la historia de Cuba con su llamado a la emancipación de la mujer

Autores:

Yahily Hernández Porto
María Delis Cruz Palenzuela

CAMAGÜEY.— Por años, la figura de Ana María Betancourt Agramonte se ha erigido como la que, adelantada en el tiempo, proclamó la igualdad de la mujer en la sociedad.

Ana Betancourt. Foto: Juventud Rebelde

Alrededor de esta figura se ha incurrido en desaciertos históricos. Incluso, se marcó como fecha de su nacimiento el 14 de diciembre de 1832, por un error de lectura de quien entonces transcribió del libro 16 de bautismos de blancos, folio 116 vuelto, No. 427, de la Iglesia Parroquial Mayor de la ciudad de Santa María del Puerto del Príncipe. Realmente se lee que nació el 14 de enero de 1833, mientras su fallecimiento ocurrió hace 115 años un 7 de febrero.

A menudo se ha considerado que leyó o pronunció su proclama emancipadora en la Asamblea de Guáimaro, de lo cual no hay constancia en el acta. En ese documento no figura su presencia, ni la de su esposo, Ignacio Mora de la Pera. Tampoco existe constancia histórica de que estuviera en la reunión preliminar para organizar la Asamblea.

Algunos historiadores apuntan que Ana, animada por el esposo y los compañeros de causa Moralitos y Antonio Zambrana, quien sí era delegado, presentó una petición a la Cámara, la cual leyó su amigo Ignacio Agramonte. En ella solicitaba que tan pronto como estuviese establecida la República, concediesen a las féminas los derechos de los que eran acreedoras.

Otros investigadores señalan que en un acto celebrado a poca distancia del lugar donde se reunían los representantes, ella exhortó a los legisladores a igualar los derechos de las mujeres con los hombres.

La verdad sobre este asunto está descrita por ella misma en una carta que remitió a su sobrino Manuel de Quesada, redactada mucho tiempo después del acontecimiento. Le comenta en la misiva que, cuatro días después de proclamada la Constitución de la República, el 10 de abril de 1869: «Por la noche hablé en un meeting: pocas palabras que se perdieron en el atronador ruido de los aplausos, creo que fueron poco más o menos las siguientes: Ciudadanos: la mujer en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente y resignada esta hora hermosa, en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas.

«Ciudadanos: aquí todo era esclavo; la cuna, el color, el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. Llegó el momento de libertar a la mujer».

A esta gran cubana se le denomina en ocasiones como Ana Betancourt de Mora, por ser costumbre de la época la adopción del apellido del cónyuge como el segundo. Incluso, en la actualidad hay países donde se asume únicamente el del esposo. Pero sí fue ella la mujer que en Cuba abrió el camino de la emancipación. Lo primero entonces era la defensa de la identidad propia, de ahí que siempre utilizó el nombre con el que fue bautizada: Ana María Betancourt Agramonte.

Consagrarle mi vida a mi patria

Ana recibió como cualquier joven de la época, y de familia acomodada, la instrucción correspondiente de religión y manualidades de costura, bordado, tejido, música y de economía doméstica. Aunque se distinguió por su vivacidad, fue a partir de su casamiento con el abogado Ignacio Mora de la Pera, el 17 de agosto de 1854, cuando su vida tomó un giro ignorado para muchas mujeres de la época. Su esposo, hombre de gran cultura y profundas ideas, la ayudó a emanciparse de la ignorancia y rezagos que imponía la educación de aquel entonces.

Mora le enseñó idiomas, gramática e historia, y aunque la joven de tan solo 21 años de edad no tenía al casarse una educación universitaria, adquirió muchos conocimientos junto a su Ignacio.

A tal punto se emancipó, que llegó a convertir su casa en un hervidero de conspiración contra los colonialistas españoles, hasta que abandonó su ciudad natal el 4 de diciembre de 1868, para reunirse con su esposo, quien estaba muy enfermo, y compartir junto a él las vicisitudes de la manigua redentora.

Ignacio Mora fue uno de los primeros patriotas, junto a otros 73 camagüeyanos, que se levantó en armas, al ocurrir el levantamiento de los camagüeyanos en Las Clavellinas, el 4 de noviembre de 1868.

La historia recoge que cuando Mora fue a despedirse de su amada, ella le respondió con verbo encendido: «Y muerto tú, ¿qué haría yo sola en el mundo? Enséñame a tu destino, empéñame en algo, pues como tú, deseo consagrarle mi vida a mi Patria. Por ti y por mí, lucha por la libertad».

Destino y final de una de las grandes cubanas

Después de la Asamblea Constituyente, Ana se queda en Guáimaro, pero ante la quema de esta ciudad por la población, antes de dejarla en manos de los soldados españoles, la abandona junto a su amado. Se va a vivir a la manigua, hasta que fueron sorprendidos en Rosalía del Chorrillo, el 9 de julio de 1871.

Ana cayó prisionera e Ignacio logró escapar. A la patriota le fue imposible huir debido a una crisis de artritis en las piernas. La mantuvieron tres meses bajo una ceiba, a la intemperie, en la sabana de Jobabo, como cebo para atraer al coronel Mora. En esas condiciones tuvo que soportar hasta un simulacro de fusilamiento.

En una de sus desesperadas maniobras para que esta mujer claudicara, los españoles le propusieron que escribiera a su esposo pidiéndole su rendición. Pero nadie, ni siquiera el más imaginativo de sus captores, pudo adivinar lo que esta camagüeyana escribiría con tinta de libertad. Sus palabras la enaltecieron para la posteridad: «Prefiero ser la viuda de un hombre de honor, a ser la esposa de un hombre sin dignidad y mancillado».

Después fue deportada y radicó en varios países. En 1872 visitó al presidente de Estados Unidos, Ulysses Grant, para que intercediera a favor del indulto de los estudiantes de Medicina, presos por los sucesos de noviembre de 1871. En ese mismo año pasó a residir en Kingston, Jamaica, donde en noviembre de 1875, recibió la triste noticia del fusilamiento de su esposo.

En 1882 regresó a Nueva York y en 1889 marchó a España. En junio de ese año comenzó a copiar el diario de su amado Ignacio, que entonces se mantenía en posesión del general de brigada español Juan Ampudia.

Falleció en Madrid el 7 de febrero de 1901, a los 68 años de edad, de una bronconeumonía fulminante. Sus restos estuvieron en España hasta 1968 y, por gestiones directas de Celia Sánchez Manduley, se trajeron a Cuba ese año y se depositaron en el panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en la necrópolis de Colón.

Desde el 10 de abril de 1982, aniversario 113 de la Asamblea Constituyente de Guáimaro, Ana Betancourt de Mora descansa para siempre en un mausoleo erigido a su memoria en la ciudad que la vio crecerse. En su honor se creó la Orden al Mérito Ana Betancourt, para reconocer a las féminas que contribuyen de forma destacada a la defensa de los valores revolucionarios, internacionalistas y laborales.

El amor de esta pareja no ha quedado en el olvido. Una bella tradición en la ciudad cuna de la Constitución de la República de Cuba, hace que quienes contraen matrimonio depositen un ramo de flores en su monumento.

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