Del vapor alemán Nostrand baja un bote con seis hombres. Carga de armas, parque y alimentos. Llueve fuerte. La oscuridad lo envuelve todo. El capitán y los tripulantes contemplan conmovidos. El vapor se va. Una ola casi vira el solitario bote. Ideas revueltas. Hay luces en la costa. «¿Serán amigos o enemigos?» Se pierde el timón. Con un remo, Gómez trata de enderezar el rumbo. César rema seguido. Borrero ayuda en la popa. Martí lleva el remo de proa. «Rumbo al abra». Deja de llover. La Luna asoma entre las nubes. El mar se aplaca. La Playita recibe a los expedicionarios. Gómez hinca sus rodillas en al arena y besa el suelo de Cuba. Martí salta del bote. «Dicha Grande».
Leemos lo sucedido en los diarios de campaña de Martí y Gómez. La historia llena el alma. Los miembros de la Primera Expedición Ruta de Cuba hemos decidido dormir en La Playita.
Cerca de las 12 de la noche partimos del museo 11 de Abril, en el poblado de Cajobabo. Camino a la historia. El cielo, muy negro y sin luna, desborda de estrellas. Desde el museo son unos dos kilómetros de camino asfaltado que sube una loma y luego baja hasta desembocar en una playa. Avanzamos a la derecha, por sobre arena gruesa, medio kilómetro más hasta que grandes rocas cierran el paso. En la oscuridad Rosibel y Alejandro escalan con cuidado. Nany y yo, buscando paso por el mar, nos mojamos hasta la cintura.
Del otro lado, entre el mar y un inmenso farallón, una playita bañada por luz de estrellas. Como si la naturaleza quisiera cuidarla de forma especial, grandes rocas, adornadas por caletas, cierran las entradas. Un monumento señala el punto del desembarco.
Es hora de descansar. Cerca del monumento alisamos la arena. En noche estrellada y tibia el sueño llega pronto. Sobre el cielo negro se agrupan nubes. Relampaguea «con voz de trueno». Un aire húmedo se levanta. Las nubes invaden todo. Desaparecen las estrellas. El mar se agita. Comienza a llover. Nos acurrucamos junto al farallón. Incrementa el chubasco. El viento sopla con fuerza. La tormenta arrecia. Los rayos iluminan el monumento. El farallón desprende piedrecitas que caen sobre nuestras cabezas. Olas grandes chocan contra los arrecifes y salpican. El sueño vence a la tormenta. Las horas pasan. La tempestad cede. Un resplandor aparece sobre el mar. Es el día que nace. Deja de llover.
Poco a poco el mar se transforma en suave manto con ondas que acarician la arena. Las nubes, como inocentes, se agrupan tímidas en el horizonte. Una golondrina revolotea. En el cielo un arcoíris. Bienvenida la luz.
Los demás aún duermen. Parado contemplo el monumento. Es una gran tarja de mármol, empotrada en el farallón, sobre un marco de cemento. La proa de un bote asoma en la base y a su lado hay un asta, para colocar las banderas. Sobre la tarja, con letras pintadas de negro, se lee: A este lugar arribaron en un bote a las diez de la noche del 11 de abril de 1895 Máximo Gómez, General en Jefe del Ejército Libertador y José Martí, delegado del Partido Revolucionario Cubano con los Generales Francisco Borrero y Ángel Guerra y los oficiales César Salas y Marcos del Rosario.
Todos organizan las cosas para partir. Alejandro da un recorrido por La Playita y recoge un fragmento de roca. «¡Miren!». Dibujada por la naturaleza, se aprecia en la piedra la isla de Cuba. «Buena señal», comenta Nany. Alejandro guarda la piedra en su mochila. «Nos dará suerte en el camino». Yo recojo otra para llevársela a Rubén Prebal, delegado del Iguanábana, que tanto trabaja por el cuidado de la Ruta Martiana. Con todo listo, nos vamos.
Miramos hacia atrás. ¡Adiós Playita! Gracias por tu historia, la historia del desembarco más importante del siglo XIX para los cubanos. El desembarco que nos trajo al Generalísimo Máximo Gómez. El desembarco que nos trajo, ya para siempre, a nuestro Martí.
*Miembro del club martiano Ruta de Cuba