Es en esta selvática madeja contemporánea de la digitalización y sus profundas repercusiones culturales —en el sentido amplio de la palabra— que hallamos a la criatura recién nacida del matrimonio entre el mundo aún joven de las redes sociales, y aquel de vasta tradición de la literatura. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 05:55 pm
«El libro ha muerto, hagamos un minuto de silencio, tarde o temprano lo observaremos tras los cristales de un museo con la misma solemnidad con que hoy miramos tumbas faraónicas y falsas Victorias de Samotracia». Así se lamentaba en tono algo apocalíptico un amigo, sugestionado por la gutural voz en off de un documental sobre la historia del libro. Por supuesto, la polémica de la definitiva muerte del libro tradicional y el nacimiento de los textos descargables en equipos de lectura digital, con las implicaciones que esto significa para el mundo afectivo del lector, para la edición, el mercado del libro, el acceso a la cultura, el derecho de autor… es tema que hoy interesa a muchos. Aquí y allá se levantan las voces agoreras del fin, como siempre que algo nuevo irrumpe.
No podemos olvidar que al nacimiento de la televisión se anunció la muerte del teatro, al de la radio seguramente lo habrán secundado semejantes neurosis, pero la historia nos ha enseñado a no enviar a la hoguera todo lo nuevo, y el televisor nos mira hoy, risueño, desde rinconcitos en bohíos, mansiones y lobbies de hotel que, resignados a su presencia, adquieren cierta sacralidad. Entonces, pongamos a un lado los miedos y aceptemos —sin caer en la trampa de creer que la mezcla de discursos es descubrimiento de nuestros días— que con la era digital han aflorado oportunidades nada despreciables para las letras si son bien utilizadas.
La aparición de «novelas blog» colaborativas, en las que cada cibernauta puede ir completando la breve línea inicial de la historia; las novelas multimedia, que combinan libro con imágenes y sonidos; los textos japoneses keitai shosetsu (un término que proviene de «novela»: shosetsu y «móvil»: keitai), redactados y enviados en SMS telefónicos; los libros «auto destruibles» en red, que se eliminan si no son continuados por los lectores, entre otras modalidades escriturales, han dinamizado con rasgos a veces realmente interesantes y aprovechables, a veces pseudoliterarios y falsamente novedosos, el universo actual de las letras.
Es en esta selvática madeja contemporánea de la digitalización y sus profundas repercusiones culturales —en el sentido amplio de la palabra— que hallamos a la criatura recién nacida del matrimonio entre el mundo aún joven de las redes sociales, y aquel de vasta tradición de la literatura: es el fenómeno emergente de la polémica «twitteratura».
¿Un hijo bastardo?
La red social Twitter, un espacio en que se comparten mensajes de hasta 140 caracteres y es aprovechable para todo tipo de fines, desde los más banales hasta campañas publicitarias y justas causas sociales, ha sido ya soporte de intentos de literaturizar el mundo digital o digitalizar el mundo literario. Miles de usuarios, motivados por la facilidad de acceso, liberan sus impulsos artísticos —ese arte sencillo inherente al ser humano que emerge en un mundo cada vez más rápido y a veces insensible— con humildes esbozos de poemas, mensajes que buscan algún trabajo ingenioso con el lenguaje, y con brevísimas historias que recuerdan al haiku y al minicuento. Sin embargo, más allá de estudios o teorizaciones sobre creatividad literaria colectiva o sobre ontología de lo literario, han emergido ciertos ejemplos creativos que van causando interés de especialistas y lectores atentos, por su ligeramente mayor hechura literaria. Así, no es raro ya escuchar sobre «cuentwitos», «poetwits», y modestas «novelas folletwinescas».
El francés Matt Stewart «se desquitó» en 2009 de los editores que desdeñaron su libro La revolución francesa y por medio de un twit diario logró poner su obra on line con 3 700 de esos mensajes. Un ejemplo de constancia e imaginación que sin duda cautivó a otros usuarios de la twittesfera y debe tener al pollito azul bastante fatigado con tanto trabajo inesperado.
En 2010 el escritor y periodista en lengua catalana Jordi Cervera también «pió» en la red social su novela Serial Chicken, con motivo de la Semana Negra de Barcelona —evento dedicado al género policial— y con el añadido de novedad y de ironía de que su protagonista era nada menos que ¡una gallina asesina!
Sudamérica no se quedó atrás ante tanto pío pío literario y, celosa, aportó La Gatubellísima, de Luis Alejandro Ordóñez, y el proyecto de colaboración on line El espejo, iniciado por el venezolano José Cohen, mientras el mexicano Mauricio Montiel Figueiras también twiteó la novela El hombre de tweed.
De Norteamérica, una ganadora del premio Pullitzer, Jennifer Egan, también optó por «twitterizar» su novela Black box, además de publicarla en papel, mientras otros han elegido matar el aburrimiento versionando a grandes literatos, como los jóvenes estadounidenses Alexander Aciman y Emmett Rensin, quienes resumieron a modo de broma 20 obras de la literatura universal, cada una en apenas un mensaje de Twitter, y las han publicado además en formato impreso por la editorial Penguin. Nada menos que Dostoyevski, Stendhal y Shakespeare están entre los autores ¿twitterizados? por estos chicos.
Junto a los proyectos propiamente creativos de esta twitteratura, ha aflorado el respaldo de instituciones entusiasmadas con la idea, como muchas bibliotecas que hoy promueven la lectura on line de estas obras, para estar más «conectadas» con sus lectores, y el Museo de Bellas Artes de México que convocó a un ciclo de conferencias sobre la twitteratura, seguido también en la red social con la etiqueta o hastag 140cc. Pero acaso la repercusión institucional más relevante sea la creación en 2010 —a cargo del ex profesor de literatura de Quebec, Jean-Michel Le Blanc y de Jean-Yves Fréchette— del Instituto de Twitteratura Comparada (ITC), que reside en Francia y busca impulsar el supuesto nuevo género. Este centro, además, organiza el Festival Internacional de Twitteratura, cuya primera edición se celebró en Quebec, en 2012.
Chimal y el pío pío académico
Entre tanto pío pío, los especialistas ya empiezan e tener sus propios quebraderos de cabeza al intentar separar la paja del trigo (o del maíz) en busca de verdadera calidad o novedad literaria entre los hijos de Twitter y las letras artísticas. El mexicano Mauricio Alberto Martínez Chimal, conocido como Alberto Chimal, es uno de los más reconocidos por su sostenido proyecto ¿twitterario?, que proyecta su propuesta más allá del simple juego con los nuevos medios, y posee ya dos recopilaciones de sus cuentwitos: El viajero del tiempo y 83 novelas.
Con varios libros publicados, reconocimientos por sus novelas y cuentos —entre los que se hallan una nominación al premio Rómulo Gallegos— y una carrera también como profesor de Literatura en universidades de su país, el mexicano ve en esta forma de creación una revolución para el minicuento y administra incluso un sitio digital, Las Historias, dedicado a promover mediante un concurso mensual esta modalidad.
Sus cuentwitos aparecen de repente en medio de cientos de twits y el golpe inesperado de un mensaje artístico genera reacciones muy interesantes entre los usuarios, que a veces continúan los cuentwitos o los comentan, y crean un contexto muy sui géneris ante las tradicionales concepciones de lo literario y ante el lector mismo, acostumbrado a ciertas monotonías, hábitos o modos protocolares en la red. Lo cierto es que la filosofía colaborativa que suele caracterizar a estas redes sociales —pensadas para la mayor participación de usuarios empoderados en igualdad de condiciones junto al autor— logra un efecto interesante y con cierto aire novedoso, aun cuando la técnica del minicuento sea ya harto conocida.
La crítica y las voces autorizadas en temas literarios presentan diversas opiniones sobre la llamada twitteratura y sobre la obra de Chimal en ese sentido. Algunos opinan certeramente que puede no haber novedad en la twitteratura más que el formato, y que muchos autores podrían «hacer trampa» al disfrazar propuestas poco novedosas y de baja calidad en el fácil acceso a las redes, y saltar así los filtros de calidad del mundo editorial, puesto que cada vez más los viejos modos de legitimar, canonizar y dirigir la opinión están en manos de las masas de usuarios, y la pseudoliteratura gana terrenos insospechados.
El punto del desempate sobre el valor de la twiteratura parece estar en la limitante de los 140 caracteres, y no por lo breve, pues ya hay géneros de lo minúsculo en las letras, sino porque esa limitación métrica, conocida de antemano por los autores, condiciona su creatividad y significaría un valor no desdeñable. También sería importante la supuesta espontaneidad de estas pequeñas obras, pues la calidad de los cuentwitos tendría que medirse a la luz de si se crean espontáneamente a raíz de los comentarios del momento, o si son prelaborados y solo se insertan en la red cuando ya el autor los ha «madurado» literariamente, con lo cual no habría novedad ni complejidad en lo literario y sí mucho de «engañito».
Sin embargo, más allá de resquemores académicos y prejuicios excesivos, una cosa es cierta cuando se lee atinada y objetivamente 83 novelas de Chimal —compilación que, por cierto, está disponible para descarga gratis en la página del escritor: hay cuentwitos de calidad, que nos sacan la sonrisa, valiosos por el ingenio y el poder de síntesis de los minicuentos. Se logran, junto a intentos en los que son evidentes el poco garbo y la inmediatez del medio, casos en que el autor aprovecha lo mejor de muchos géneros literarios, como el fantástico, o incluso algo de lo mágico-realista, para poner en la red, entre banales cotorreos de usuarios aburridos y mensajes publicitarios, un tenue sabor a sensible y bien pensada musa literaria. Hay también una regularidad de signos, temas y modos de hacer propios de un autor con cierta madurez creativa, que parirían un par de buenas reseñas y estudios, como el gusto por los motivos de lo minúsculo, el uso de lo lúdico, la autorreferencialidad, la interpelación abierta al lector, una búsqueda de la ilusión de lo interactivo, así como las bien manejadas referencias culturales e intertextuales que salpican luminosamente los textos. De este modo, los twits de Chimal dan cuenta de la «buena sangre» de muchos de estos hijos del mundo web y las letras, e invitan a pensar como una nueva posibilidad estos microrrelatos en red, condimentados por los miles de mensajes que los acompañan en su medio de expresión.
Con el acierto necesario, pero con visión desprejuiciada, el lector entrenado y quien simplemente gusta de paladear un par de buenas letras recostado en su sillón, presienten, una vez más, que en literatura y arte, como en la vida, el talento justo y la seriedad del creador hacen apto cualquier medio, mientras el facilismo y la trampa quedan en lo efímero. Aquí dejamos, pues, al lector, algunos de los cuentwitos de Chimal y la invitación a pensar y polemizar sobre la twitteratura y las conexiones entre Literatura y mundo de la Web, donde hay aún mucha red por donde contar.
Algunos cuentwitos de Chimal:
Espiritual 11
Cayó en trance en el templo, habló en lenguas y empezó, sin que nadie lo supiera: En un lugar de La Mancha…
Crónica
Dando vuelta en una esquina, apenas, una mujer me miró con asombro. No sé cómo, supe: había visto en mi cara los rasgos de un muerto suyo.
Oracular 1
En el aire que respiras justamente ahora está un secreto del mundo.
(¿Retuviste la respiración?)