Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un piloto vuelve a sus alturas

El general de división Enrique Carreras Rolás inició este martes su vuelo eterno. Una vida llena de historia, pero sobre todo de lucha empecinada del lado de los buenos, marca su existencia

Autor:

Susana Gómes Bugallo

El 25 de marzo de 1944 recomenzó la vida de Enrique Carreras Rolás. Aunque había nacido el 25 de noviembre de 1922, fue ese día de primavera, en medio de la Segunda Guerra Mundial, el que le llenó el cuerpo de esa sustancia incombustible que vuelve felices a quienes hacen lo que aman. Por fin estaba físicamente flotando por el aire: ya se había convertido en piloto.

Desde las tandas de cine en las que detallaba cada recorrido del mínimo aeroplano que se le presentaba en la sala oscura; desde los días en Matanzas cuando veía amarizar objetos voladores; desde las tardes en que se sentaba a soñar en su silloncito de niño… Carreras deseaba ser aviador.

En medio de la partida de Estados Unidos a la II Guerra Mundial, el joven se alista para el servicio militar y, ante la incredulidad de su familia, que ya lo había visto llegar al cuarto año del Instituto de Segunda Enseñanza en Matanzas, es aprobado pese a los prejuicios que debían soportar quienes no eran de La Habana.

Realizó el primer vuelo con esa plenitud de quien ya ha volado en su mente y no debe temer a los nervios ni a otras inseguridades. Luego vino la preparación en Estados Unidos, amarga muestra de la discriminación que debían enfrentar los latinos, pero a la vez una experiencia de la que, según confesó, pudo extraer enseñanzas que le ayudaron a formar hombres de bien en la aviación revolucionaria.

Aunque su familia se había mantenido alejada del ambiente político, la Cuba diaria que comenzó a sentir resultó escuela más decisiva que cualquier academia en el propósito de conformarle una conciencia revolucionaria. Aquella despreocupación por la realidad que se trataba de sembrar en el ejército no pudo resistirse a la insurrección naciente. Hasta los diálogos con su bodeguero se convirtieron en clases de política.

Dentro de la vorágine de aquellos días, el joven Enrique fue cambiando su percepción inicial de que expulsar a Batista de Cuba era cosa de los militares. Luego de adentrarse en las particularidades de la guerra de guerrillas, revaloró el papel del pueblo como eje de cambio, aunque ninguno de los que le rodeaban se decidía a hallar un cómo para unirse a la lucha.

Entonces se acercó a la Universidad de La Habana,debido al interés de algunos profesores en aprender a pilotear. Llegaron los aires de conspiración a su vida. Intentó participar en algunas, incluso para frustrar el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 protagonizado por Batista. Pero sus superiores, aun siendo cubanos, no abandonaron su papel en el Ejército.

El 28 de mayo de 1957 tuvo lugar el Combate de El Uvero. Y conversar con los heridos mientras los trasladaban transformó su visión sobre los rebeldes. A ello se unió el desencanto por las barbaridades que vio Carreras por parte de quienes gobernaban el país.

Desde dentro de la tiranía, la combatió. Pero el humanismo y los valores lo descubrieron y marcaron la diferencia: un cubano como Enrique Carreras Rolás no iba a aceptar bombardear el pueblo cienfueguero que el 5 de septiembre de 1958 se levantaba en huelga. Fue preferible, como premio a su valor, la condena de seis años en presidio, de los que solo cumplió uno y tres meses.

En la cárcel se unió a los acusados de comunistas. Hasta allí le llegó la determinante fe en la victoria de Fidel. Las clases recibidas por sus compañeros fueron el sustento definitivo para reforzar los valores que llevaba dentro. De entre las rejas salió un nuevo cubano.

Sus conversaciones con miembros del Movimiento 26 de Julio, del Directorio Estudiantil y otros opuestos al régimen batistiano le hicieron entender que Fidel «estaba en lo cierto». Esa confianza se prolongó en el tiempo: una admiración por sus estrategias y actitudes dejó ver en cualquiera de sus criterios sobre el líder de la Revolución Cubana.

Otra fecha, después del triunfo de 1959, lo consagró como el héroe enérgico. Los días de Playa Girón vieron a Carreras a bordo de un desvencijado avión con el cual supo debilitar el arsenal enemigo. Con el paso de los años continuó ganando epítetos: el maestro, el viejo, el decano; así lo conocen los jóvenes pilotos.

Las condecoraciones que mereció son innumerables: Héroe de la República de Cuba, Orden por el Servicio a la Patria en las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Orden Playa Girón, Medalla Combatiente de la Lucha Clandestina y el título de Piloto Honoris Causa otorgado por los Gobiernos de México y Perú, entre otras.

Patriotismo y ética intachables no son valores que se inventan para completar líneas. Fueron palabras nacidas de sus compañeros de obra, quienes también coincidían en llamarle maestro del aire. Jocoso y cabalmente militar, se calcula que cuando en 1988 dijo adiós a la cabina contaba con alrededor de 10 000 horas de vuelo.

Su nombre vuela con la aviación militar cubana. Sus días más reposados (si es que podían calificarse así) dieron vida a varios relatos para narrar esta parte de la historia del país.

Cuando este 18 de marzo inició otro vuelo infinito, todos los que lo conocieron y, por supuesto, lo quisieron, saben que el general Carreras irá a esa dimensión desde donde vino. El piloto eterno vuelve otra vez a sus alturas.

Fuentes consultadas: Archivo de JR

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