A partir de que José Antonio asumió la presidencia de la FEU tuvo lugar un vuelco favorable en las actividades de la organización y se radicalizó su lucha. Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 05:36 pm
Cuando evoco la figura de José Antonio Echeverría, se multiplican recuerdos sobre distintas facetas que imprimió a su breve vida.
Surgió en una época llena de contradicciones. Al graduarse de bachiller en Ciencias en el Instituto de Cárdenas, su ciudad natal, en agosto de 1950, matricula poco después la carrera de Arquitectura en la Universidad de La Habana, en el curso 1950/1951. En esa época practica natación, remo y baloncesto, actividades que lo ayudan a paliar su padecimiento de asma. Le gusta dibujar y las matemáticas.
Su gran sueño era llegar a la Colina universitaria, y por su carácter cooperativo y jovial desde que comenzó en el primer año fue elegido delegado de ese curso —posición importante para la elección de Presidente de la Asociación de Estudiantes, de acuerdo al método aplicado en la época—, cargo que le permitió ocupar la vicepresidencia.
Con esa responsabilidad lo sorprende el golpe militar del 10 de marzo de 1952, y es por ello que su nombre aparece entre los firmantes de un histórico documento de la FEU del 14 de marzo de ese año, conocido como Declaración de Principios de la Federación Estudiantil Universitaria.
La Universidad de La Habana es baluarte y bastión frente al cuartelazo traidor y, por su combativa posición, la FEU se convierte en vanguardia de la lucha y ocupa un primer plano en la actualidad nacional.
Entre los estudiantes que desde el primer momento se destacan por su audacia y combatividad está José Antonio. Sin más aval que su firme posición y pureza de ideales, es electo Presidente de la Asociación de Estudiantes de Arquitectura y Secretario General de la FEU en 1954. En mayo de ese año había impulsado el Primer Festival de Arte Universitario y el Tercer Congreso de Estudiantes Secundarios —que tuvo lugar en el Salón de los Mártires el día 8 de ese mes—, en ocasión del aniversario 19 de la caída en combate de Antonio Guiteras.
Los debates sirvieron para unir en una misma posición al estudiantado de todo el país en su lucha frente a la tiranía. En el acto inaugural se develó un cuadro del estudiante Raúl Gómez García, caído el 26 de julio de 1953, en las acciones del Moncada.
La FEU radicaliza la lucha
En un momento en que la organización estudiantil atraviesa por una crisis interna, en su condición de secretario general José Antonio asume la presidencia de la FEU por sustitución reglamentaria, el 30 de septiembre de 1954. Desde ese momento tiene lugar un vuelco favorable en las actividades de la organización.
Bajo su conducción agrupa lo más puro de las fuerzas combativas e imprime una dirección dinámica. En los enfrentamientos de los estudiantes con la fuerza pública durante las manifestaciones, la tiranía demuestra que tiene tan solo una respuesta: la represión. En una palabra, la FEU radicaliza la lucha con una concepción integral, promueve la cultura y el arte, mientras hace presente el legado y la tradición de lucha del estudiantado.
Como estandartes de combate están presentes Mella y Guiteras, bajo el ideario de José Martí. Cobra vigencia la conducta antiimperialista y José Antonio asume personalmente una posición internacionalista. Prioriza la publicación del periódico clandestino Alma Máter, ante las continuas censuras de prensa decretadas por la dictadura.
El 19 de abril de 1955 fue electo Presidente de la FEU y después, el 13 de julio de 1956, reelegido en las últimas elecciones de la FEU de aquella época. En cada una, tuvimos el honor de formar parte de su equipo de dirección, junto a Fructuoso Rodríguez y René Anillo Capote.
Un rasgo significativo de José Antonio es que nunca dejó de ser estudiante, ni pensar como tal, así fue como Presidente de la FEU, hasta su caída en combate, en las audaces e históricas acciones del 13 de marzo de 1957, para convertirse en el eterno Presidente de la FEU.
Sentido de la unidad y amistad con Fidel
Al recordar a José Antonio este día, en el aniversario 81 de su natalicio, no podemos hacerlo sin destacar una de las facetas más sobresalientes de su personalidad, su sentido unitario en general y en particular con Fidel Castro.
Llama la atención que en 1954, con solo 21 años, en ocasión del Primer Festival de Arte Universitario, expresó: «Hablo escoltado por Mella, en el 23, Guiteras en el 27, Trejo en el 30 y Rubén1, Renato, Raúl Gómez García y Boris Luis, en el 53, la FEU de la Universidad de La Habana, que custodia entre sus muros las cenizas de Varela, quien desde las Ciencias Sociales proclamó que “No hay ciencia, sin conciencia” y los restos de Felipe Poey, quien desde las Ciencias Naturales planteó que “No hay inteligencia sin moral”».
Hay que tener presente que entre Fidel y José Antonio siempre existió una firme amistad, un diálogo permanente, con un mismo compromiso: hacer la Revolución. Hay que destacar cómo en vida de José Antonio este no dejó pasar la fecha del 26 de Julio, sin que la misma se convirtiera en una conmemoración de combate y denuncia por los crímenes del Moncada. Hoy, a las puertas del aniversario 60 de esos hechos, constituye una reafirmación unitaria.
La Carta de México, firmada por Fidel Castro y José Antonio Echeverría el 29 de agosto de 1956, constituye la más alta expresión de esa unidad, en que ambas organizaciones, el 26 de Julio y la FEU, «los dos grupos que aglutinan en sus filas a la nueva generación» unen «sólidamente sus esfuerzos con el propósito de derribar a la tiranía y llevar a cabo la Revolución Cubana», documento que, como un Baraguá, llega con inusitada fuerza hasta nuestros días, por su connotación histórica y su proyección unitaria.
La sólida amistad entre estas dos personalidades de nuestra historia invita a que se le examine con más detenimiento, para lo cual no bastan estas líneas, pero no podemos pasar por alto, como colofón de estos recuerdos, un momento crucial, cuando durante la trayectoria de la Caravana de la Libertad, en enero de 1959, el Comandante en Jefe Fidel Castro desvía la ruta trazada y se traslada a Cárdenas, donde visita la casa natal de José Antonio, para luego ir al cementerio a depositar sobre su tumba las flores blancas de su preferencia.
La vida como un desafío
Aunque han transcurrido 81 años del nacimiento de José Antonio, recordamos su presencia eternamente joven, transpirando un soplo de frescura. Nunca hemos pretendido trasladar a las nuevas generaciones una imagen idílica de su personalidad. Era un joven estudiante de su época, consciente de las realidades de su tiempo y con una clara visión de las proyecciones futuras; asequible, espontáneo, ocurrente, gustaba de la música y el baile, con una simpatía natural que lo caracterizó siempre.
Como dirigente no tomaba ninguna decisión sin escuchar, lo que sabía hacer. Ante lo indebido, ejercía la crítica con fuerza y tenía una lealtad sin límite a la Revolución y a sus compañeros de lucha. Era orientador en la tribuna y un apasionado lector de la Historia de Cuba, de América Latina y sus próceres, características que se fundían en una sola pieza.
En La Habana vivió siempre en casas de huéspedes. Ocupaba el día en sus actividades habituales y algunas noches participaba en una peña, radicada en la calle 21 y L, en el Vedado, en momentos en que no tenía que sumergirse en la clandestinidad. La vida del combatiente revolucionario y los riesgos de la lucha en las ciudades han sido poco tratados en nuestras páginas históricas. Si tenía un defecto era su despreocupación por su seguridad personal. Esto no lo pudo superar. Su vida siempre fue un desafío. Vivió como murió: peleando.
A veces, cuando camino por mi Universidad —ayer de estudiante, hoy de profesor— y paso por la inolvidable plaza Cadenas —ahora plaza Ignacio Agramonte—, entre el bullicio de jóvenes que se trasladan de un lugar a otro por ese histórico sitio, alegres y confiados, me parece distinguir su figura frente al banco que da a la Facultad de Derecho, con su camisa a cuadros, su eterna sonrisa y un mechón de pelo negro sobre la frente... Me parece ver cómo se detiene a saludar a un estudiante conocido poniéndole la mano sobre el hombro, y con la espontaneidad genuina de un criollo, decirle:
—¡Cuídate, mulato, que de los buenos quedamos pocos!
*Profesor de Mérito y presidente de la Cátedra José Antonio Echeverría de la Universidad de La Habana.
1 Se refería a Rubén Batista Rubio, herido de muerte en la manifestación estudiantil del 15 de enero de 1953.