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Decálogo de una mamá uniformada

Para las madres que brindan su servicio en las Fuerzas Armadas Revolucionarias, encontrar el equilibrio justo entre maternidad y deber no es una quimera

Autor:

Patricia Cáceres

Ante la curiosa y casi impertinente grabadora, esboza tímidas palabras. Tiene una figura esbelta, el rostro sereno y risueño y una mirada desbordada de optimismo.

Confieso que al conocerla jamás sospeché que la sargento de segunda Diana Ramírez Mora, de apenas 25 años, fuese capaz de ingeniárselas cada día, a puro beso y palabra, a lección y hábito, para sortear dos nobles empeños aparentemente divorciados: ser madre y militar a la vez.

«No pude continuar mis estudios como civil porque quedé embarazada a los 17 años. Pero en la vida militar encontré una oportunidad para no truncar mi futuro y para que mi hija pueda hablar con orgullo de la mamá que tiene», recuerda Diana, quien se desempeña como ayudante del jefe de una unidad ingeniera de las FAR.

Su trabajo —dice— la ha hecho madurar como mujer y como madre, la compromete a privilegiar la constancia, la disciplina, la organización, la estabilidad familiar y laboral, a estar siempre «presentable» pese a cualquier circunstancia…

Aclara que ingresar a las Fuerzas Armadas no ha sido un «indulto» para escapar a las responsabilidades como madre. Diana ha puesto todo de sí durante ocho años para nunca faltarle a Beatriz, su hija, aunque eso signifique extender las 24 horas más allá del tiempo real o robarle espacio al sueño.

«Todo es cuestión de organizarse bien. Me levanto más temprano de lo normal para preparar el desayuno, la merienda de la niña, el almuerzo… Otras tareas como lavar, planchar o limpiar las reservo para los domingos, porque casi ningún sábado lo tengo libre. Si no, debo hacerlo por la tarde o la noche, cuando llego a la casa.

«El camino desandado hasta hoy solo ha sido posible con el apoyo absoluto de mi madre, que es mi mano derecha, de mi padrastro y de todos los compañeros de trabajo, que han sabido acompañarme en cada momento», reconoce la joven sargento.

Ejemplo de vida

La capitana Maribel Domínguez Díaz y su hija de 19 años, Lidaymi Vidal, comparten mucho más que lazos sanguíneos. La vida, el azar, o quizá la fuerza del ejemplo, las hizo cómplices del hogar y del trabajo. Ambas laboran en la misma unidad ingeniera que la sargento de segunda Diana.

De solo mirar a Maribel se advierte a una mujer triunfadora, sacrificada, retadora, esforzada, que no oculta las discretas arrugas nacidas al calor de la faena diaria y el difícil arte de formar.

La especialista en Economía dice que se siente orgullosa de haber alcanzado éxitos profesionales y morales, procurando que familia y puesto laboral fuesen siempre compatibles.

«Ser militar y madre a la vez no es imposible. Nada me ha impedido estar con mi hija, ayudarla con sus deberes, atender sus necesidades como niña y luego como estudiante y joven.

«Luego de ser mamá una mide más las consecuencias de los actos, pero al mismo tiempo se exige mucho, porque los hijos ven tu ejemplo y lo imitan. Una muestra clara de ello es mi hija, quien luego de su graduación me pidió laborar en la misma unidad que yo», explica la capitana.

«Mi mamá me ha enseñado valores como el respeto, la confianza, el amor, el sentido de responsabilidad. Siempre ha sabido estar cuando la necesito», refiere con evidente emoción Lidaymi Vidal.

«Ella y yo nos apoyamos en todo, en las tareas de la casa, en el trabajo... Es una persona que siempre está dándote ánimo. Si te va a criticar, sabe cómo hacerlo con suavidad. Pero no por eso deja de ser exigente. En el trabajo a mí es a la primera que señala cuando hay algo mal hecho, porque dice que el ejemplo debe empezar por mí», concluye entre risas.

Al igual que Diana y Maribel, para la primer teniente Yanelys Valdés Cabrera, de 28 años, encontrar el equilibrio justo entre maternidad y deber no es una quimera.

«Algunas mujeres le temen a la vida militar porque tienen la falsa creencia de que ello las va a privar de recrearse, descansar, de hacer una familia… Eso no es cierto. Lo único que se necesita es organización y deseos de hacerlo. Con eso basta.

«Y si no que lo digan las madres maestras, las doctoras, las científicas… tantas mujeres cubanas que, sin desdeñar su desempeño profesional, han sabido entregar a sus hijos lo mejor de sí; porque la maternidad no entiende de pretextos ni de justificaciones», subraya la joven.

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