Tocada por un tono nostálgico, no es nueva la pretensión de presentar a la sociedad cubana de los años 50 del pasado siglo como un entramado prometedor, con índices de desarrollo que detuvieron su ascenso con la llegada de los rebeldes a La Habana. Así, por ejemplo, se reitera la leyenda de un país con cierto desarrollo industrial, o con índices de salud loables, o con acceso gratuito a ese tipo de servicio.
Ciertas redes de comunicación propiciadas por las nuevas tecnologías expanden la imagen de un país cuyo ascenso económico y social se detuvo al triunfo de la Revolución. Ese es el gran mito que encierran todos los demás y que, en un acto de justicia, debe desmontarse con rigor a partir de múltiples análisis que no descarten abordajes desde lo estadístico.
Por eso tuvo lugar este miércoles, en el teatro Manuel Sanguily de la Universidad de La Habana, un foro debate en pos del rescate de la historia, el cual forma parte de un conjunto de encuentros similares donde exponen prestigiosos especialistas desde diferentes ángulos, con la presencia de profesores y estudiantes universitarios que hacen preguntas y también comparten sus puntos de vista.
En este foro, que buscó caracterizar a la Cuba de los años 50, el director del Centro de Estudios de Población y Desarrollo de la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI), Juan Carlos Alfonso Fraga, aportó datos que pueden ser analizados hoy gracias a que, como dijo él, «Cuba es un país de tradición censal», en cuya memoria histórica cuenta un censo realizado el 28 de enero de 1953, que, por cierto, fue el primero en incluir el tema de la vivienda además del poblacional.
Sobre el tópico industrial, Fraga recordó que más del 60 por ciento de las instalaciones eran pequeñas o medianas, principalmente productoras de calzado, y que en algunas el número de trabajadores no rebasaba la decena. El país era, como ya hemos estudiado en nuestras clases de Historia, eminentemente agrícola, y aunque a la altura de 1952 hubo una gran zafra, ya en 1953 se produjo un deterioro que impactó negativamente en los ingresos de los trabajadores del sector.
Según el especialista, en lo referente al ámbito educacional, en la Cuba anterior a 1959 más de un millón y medio de personas no tenían aprobado grado alguno de enseñanza, cifra nada desdeñable si, como arrojó el censo de 1953, el país estaba habitado por 5 829 000 cubanos, la mayoría de ellos del sexo masculino.
Otros datos aportados por el censo de 1953 informan que el 41,8 por ciento de las viviendas no disponían de alumbrado eléctrico; o que en la zona rural solo el tres por ciento de las mismas contaban con inodoro interior exclusivo. Antes de 1959, la esperanza de vida al nacer no rebasaba los 60 años de edad, y enfermedades como el paludismo y el tifus golpeaban con fuerza especialmente en la zona rural.
Otros análisis sobre el empleo y la seguridad social en la Cuba anterior a 1959 fueron compartidos por estudiosos durante el foro: la Isla sufría altos índices de desempleo y subempleo, y el tema de la seguridad social era la gran estafa (el país no contaba con un sistema al respecto). Y hay un dato que aporta luz sobre un panorama que no debe ser olvidado: según investigaciones emprendidas entre mayo de 1956 y abril de 1957, unos 130 000 niños trabajaban en condiciones de explotación, con remuneraciones, diarias o semanales, de centavos.
La Doctora Isabel Moya, especialista de la Editorial de la Mujer, recordó la situación de la mujer cubana en los años 50: nada idílica para la gran mayoría, marcada por mucho esfuerzo físico (como lavar ropa para la calle), por muerte prematura, y por opciones de supervivencia como la prostitución; todo, en un contexto donde las féminas de la élite eran el centro y la meta de la publicidad.
Los estudiantes que después tomaron la palabra para preguntar o hacer reflexiones (quienes entre otras especialidades se preparan como historiadores, sociólogos y filósofos), indagaron por la influencia norteamericana en aquel tipo de sociedad; y remarcaron la necesidad de ser acuciosos, abarcadores y profundos en el momento de contextualizar cada etapa de la nación.
Subrayaron la fortaleza que hay en analizar todos los indicadores y tendencias posibles, de modo que el rescate de ciertas verdades históricas se realice preñado de matices, como la vida misma. Solo así —al menos eso proponía el tono de los presentes— podrían desmontarse los mitos que evocan una Cuba inexacta, y podría entenderse a fondo la envergadura humana de una Revolución que no se fue por las ramas, sino que apuntó a las esencias donde estaba en juego la dignidad misma de la gente.