Cada año se reedita la toma simbólica de la ciudad de Santa Clara. Autor: Ramón Barreras Publicado: 21/09/2017 | 05:28 pm
SANTA CLARA, Villa Clara.— Vuelve a su historia en cada diciembre. Una ciudad que por varias horas, en los días finales de 1958, fue pólvora y disparo, alboroto y lucha, para ser más tarde alegría, no puede desprenderse tan fácilmente de aquel pasado ya cincuentenario.
Sobre esa juventud que apoyó la hazaña discurre el testimonio de la experimentada historiadora Migdalia Cabrera Cuello, especialista de la Oficina de Asuntos Históricos del Comité Provincial del Partido, quien era por entonces una muchacha de 19 años.
«Las nuevas generaciones se destacaron a favor de la causa rebelde desde mucho antes de la batalla, si tomamos en cuenta el enfrentamiento contra la dictadura de Batista después del golpe de Estado de marzo de 1952. No faltaron las expresiones de rebeldía en desacato a las arbitrariedades, los abusos y los crímenes cometidos por la dictadura.
«Las primeras manifestaciones fueron promovidas por la juventud, sobre todo estudiantil, vinculada al Instituto de Segunda Enseñanza —abanderado en estas acciones—, la Escuela Profesional de Comercio, la Escuela Normal para Maestros, la Escuela de Artes y Oficios, entre otros centros.
«Las asociaciones de estos planteles se vincularon con la organización juvenil del Partido Socialista Popular. Estas estructuras formaron las brigadas juveniles que realizaron diversas acciones: sabotajes, despliegue de propaganda en diferentes puntos, venta de bonos, ubicación de banderas del M-26-7 y puesta de carteles.
«También se enrolaron en este movimiento muchachos ya trabajadores que formaron lo que pudiera definirse como la vanguardia de la lucha en las calles de Santa Clara. En esos años previos al triunfo sobresalieron jóvenes que más tarde se convirtieron en mártires, como Osvaldo Herrera, Julio Pino Machado, Agustín Gómez Lubián (Chiqui), Rodolfo de las Casas y Ramón Pando Ferrer, quien llegó a ser coordinador territorial del Directorio Revolucionario».
La especialista destaca que antes de la batalla muchos de los jóvenes tuvieron que irse al exilio. Otros fueron para las lomas a incorporarse a la lucha, o se vieron obligados a trasladarse hacia otras ciudades del país y continuaron apoyando la causa desde allí.
«Al acercarse los grupos armados a la urbe, algunos de los que se habían mantenido muy activos en la ciudad dentro del movimiento revolucionario, se incorporaron a las tropas. Entre los que se unieron, descuella Abelardo Pérez González, quien con solo 14 años se enfrentó al régimen, y murió al accionar contra un tanque en la zona del Condado.
«Cuando entran los pelotones rebeldes, el 28 de diciembre, muchas personas, en su mayoría jóvenes, cumplieron diversas misiones: sirvieron de guía, ya que varios miembros de la fuerza invasora procedían del Oriente. Asimismo, contribuyeron a la obstrucción de las vías principales de la ciudad para evitar el tránsito de los tanques, con el propósito de aislar estas estructuras de los puntos donde se combatía. Se sacaron para las calles guaguas, carros, elementos pesados que impidieran el libre acceso.
«No faltaron los que colaboraron en facilitarles alimentos y ayudarlos en esa difícil hora de supervivencia. Se puede hablar de una juventud motivada, desafiante, dispuesta a contribuir con la nueva alborada que los libraría de la opresión y los desmanes batistianos.
«Recuerdo aquel alboroto y desasosiego. Lo que estaba por venir era el anhelo de la inmensa mayoría de las nuevas generaciones de cubanos. Queríamos ver a la dictadura derrotada.
«Cuando, el 31 de diciembre, vi correr a la desbandada a los soldados de la estación de policía, dejando atrás los cascos y los fusiles, sentí una intensa alegría.
«Antes de conocerlos, muchos pensábamos que los rebeldes eran personas diferentes, seres no muy comunes. Pero cuando los tuvimos cerca, en las calles, nos dimos cuenta de que eran en su mayoría jóvenes como otros, con su barba, su melena y una sonrisa en el rostro a pesar de las azarosas vivencias, muy afables con la ciudadanía, todo el tiempo preocupados por preservar la vida de la población civil.
«Tras rendirse todos los objetivos militares, incluso en la mañana del 1ro. de Enero, cuando aún no se había rendido el Regimiento Leoncio Vidal, buena parte de los santaclareños salió a las calles, y se inició la confraternización del pueblo, deseoso de compartir la alegría».
El joven estudioso de temas históricos Rafael Benacho García comparte la certeza de que «la batalla tiene por encima de todo una significación histórica innegable.
«Para asumir e interpretar lo que constituyó aquella gesta debemos acercarnos a ella. Ahí radica una de las razones por las que todos los años se reeditan los sucesos y se le rinde merecido tributo al Che.
«Como mismo sucedió hace 54 años, ser un revolucionario hoy tiene también una altísima connotación. Siempre valdrá buscarle un sentido revitalizador a la batalla. Debemos adecuarnos a los códigos, el lenguaje y las claves de la época presente. Nos toca insuflarle dimensión y significado. Nos hará bien preguntarnos cómo llegar al sentimiento y trascender el acontecimiento frío. La batalla siempre ha de verse con un efecto futuro, de conquista y búsqueda de lo mejor. Nunca será conclusión, sino punto de partida».
Viaje a la historia
La amanecida de este viernes aquí sobrevino fría, semejante a aquella de diciembre de 1958, cuando la ciudad despertaba con la guerra metida en sus calles y hasta en las propias casas. El Che Guevara, con su brazo en cabestrillo, el semblante resuelto y con su andar seguro desafiaba a las balas junto a su tropa.
Había bajado hacia el interior de la urbe desde la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, adonde llegó desde Placetas utilizando una vereda, lo cual le permitió burlar la posible emboscada del enemigo.
Ante la llegada de las tropas del Ejército Rebelde los efectivos batistianos corrieron temerosos a refugiarse en sus habituales madrigueras y en otras instalaciones civiles. La ciudad ya era del Che y sus hombres, y el pueblo se les sumaba.
Ahora, la columna de pioneros que participan en la toma simbólica escucha atenta lo ocurrido en cada uno de los escenarios donde se combatió. La dictadura contaba con más de 3 000 soldados, tanques, tanquetas y apoyo de la aviación. En contraste, las fuerzas rebeldes eran solo de unos 400 hombres armados con viejos modelos de armas de infantería, algunas ametralladoras pesadas con escaso parque y carecían de artillería.
Ahora, la columna de pioneros ataviados con uniformes verde olivo y el brazalete del 26 de Julio, irrumpe en el Monumento a la acción del Tren Blindado. El jovencito Jairo Santos Gómez, quien representa en la columna al Comandante Guevara, observa el escenario, tras protagonizar la toma, y se interesa por cada detalle de lo acontecido que, a veces, escapa a las narraciones de los textos, y solo se encuentra en la memoria de los combatientes.
Él se siente orgulloso por representar al Che, y subraya que siempre resulta un encanto conocer el lugar donde se tejió una hazaña. Aquí, en el Tren Blindado, fue la primera victoria de la batalla. El solo hecho de conocer que el convoy militar estaba integrado por dos locomotoras, 22 vagones, un coche motor-explorador y poco más de 400 efectivos, revela la magnitud del triunfo.
Los pioneros sentirán hoy, como la víspera, iguales sentimientos de asombro y admiración por la hazaña rebelde cuando asalten el escuadrón 31 de la Guardia Rural, donde estaban atrincherados cerca de 250 soldados que contaban con dos tanques e igual cantidad de tanquetas. O la Estación de Policía, enclave que sirvió de refugio a toda la escoria de la dictadura.
Luego, la gente los recibirá con entusiasmo en el Parque Vidal, en cuyos alrededores hubo dos combates significativos. Uno en el Gobierno Provincial, actual Biblioteca Martí. Aquí se atrincheraron 30 soldados que fueron derrotados, al igual que los 12 hombres del Servicio de Inteligencia Militar del Ejército batistiano atrincherados en el Gran Hotel, ahora Santa Clara libre.
Después vendrá el final de la toma simbólica con la escenificación de la rendición, el 1ro. de Enero de 1959, del Regimiento Leoncio Vidal, que comandaba el coronel asesino Joaquín Casillas Lumpuy.
El ejército batistiano estaba preparado para reprimir a la población indefensa, no para combatir con otra fuerza; además, tampoco tenía moral ni una causa que defender.