Graña quedó deslumbrado por el silencio y la quietud del punto más frio de la Tierra. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 21/09/2017 | 05:27 pm
Hace 3 000 años, los filósofos de la Grecia clásica concibieron teóricamente la existencia de un gran continente en la región meridional de nuestro planeta.
Ya en el Renacimiento, el hombre volvió a tener una imagen esférica de la Tierra y uno de ellos, el cartógrafo Oroncio, dibujó el Círculo Antártico y el continente de hielo mismo.
A través de los mares del Sur, cientos de científicos y pescadores se acercaron a estas latitudes, y no pocos se disputaron el privilegio de ser los primeros en tocarlas. La mayoría de los estudios otorga el mérito al explorador noruego Roal Amundsen, quien llegara hasta allí en 1911.
Lo cierto es que el también llamado sexto continente sigue siendo una gran interrogante para el hombre, que apenas ha logrado desandar sus más de 14 000 000 de kilómetros cuadrados.
En busca de esos misterios, salieron dos cubanos el 25 de octubre de 1982. La ansiedad por lo desconocido y la pasión por la aventura acompañaron a Antonio Núñez Jiménez y Ángel Graña González, en los 25 000 kilómetros recorridos de La Habana a la Antártida.
Tres décadas después, Graña, actual vicepresidente de la Fundación Antonio Núñez Jiménez, regresa al instante en que al descender del IL-18 de Aeroflot, quedó enterrado hasta las rodillas en aquella gigantesca alfombra blanca que se extendía ante sus ojos. Tocaba la nieve por primera vez. Era verano y el termómetro marcaba -15 ºC en la Estación Soviética Maladiovsnaia.
Retrospectiva de una noticia
El 18 de octubre de 1982 Graña llegó temprano a casa de Núñez Jiménez. Se trataba de esos días que habitan para siempre en el lado bueno de la memoria. Lo supo unos minutos más tarde.
«Núñez me hace seña para que entre y me pregunta la talla de gorra, camisa, pantalón, calzado… Al mismo tiempo, conversa por teléfono y a cada una de mis respuestas, le dice a quien está del otro lado de la línea: «Igual que la mía». Se despide en ruso y cuelga.
—Busca tu pasaporte que nos vamos para la Antártida. Voy a terminar de desayunar y después te cuento —me dijo.
Graña no atinaba a nada. La frase se repetía en su mente: ¡Nos vamos para la Antártida!
Cuando logró reaccionar, ya tenía en las manos unos libros sobre el Polo Sur, instrucciones para los preparativos y una cámara de filmación que debía aprender a operar para registrar la hazaña.
En la tarde del 25 de octubre salieron desde La Habana para unirse a la XXVII Expedición Soviética a la Antártida.
A bordo del IL-62, Graña repasó una y otra vez los sucesos de la última semana, para asegurarse de que en verdad los ha vivido. No quiere olvidar ni un detalle.
«Después de hablar con Núñez me puse a buscar información sobre el lugar. El miércoles fuimos al Instituto Cardiovascular para que el Director de ese centro asistencial nos hiciera un chequeo médico y nos enseñara las técnicas básicas de primeros auxilios. El 23 nos reunimos con el Comandante».
La bandera que firmó Fidel
Cerca de las 11 de la noche, en el hogar de Graña suena el teléfono:
—Ven un momento a mi casa —le pidió Núñez.
«Al decir “mi amigo”, sabía que se refería al Comandante en Jefe Fidel Castro. Rápidamente me cambié de ropa y caminé las pocas cuadras que me separaban de su casa».
Fidel nos confesó: «Es una experiencia inolvidable lo que van a hacer ustedes, de verdad siento mucho no poder acompañarlos».
«Núñez le muestra la Bandera Cubana que desea izar en la Antártida y le pide que la firme. Sobre la mesa del comedor escribe en la estrella solitaria: “Fidel Castro Ruz, Cuba, 23 de octubre de 1982”. Logré tomar algunas fotos de ese momento histórico. Ya en la madrugada, el Comandante se retira dándole un fuerte abrazo a Núñez y me dice: “Tienes la responsabilidad de cuidarlo”».
Esa es la Bandera Cubana que ondea por primera vez en el continente helado, el 7 de noviembre, durante los festejos por el aniversario 65 de la Gran Revolución de Octubre.
Diez días en la Maladiovsnaia
El 1ro. de noviembre, a las 17:35 horas (de Moscú), el IL-18 de Aeroflot aterriza en la Antártida. Los dos exploradores cubanos han viajado 25 000 kilómetros hasta aquí, pasando por Shannon, Moscú, Sinferopol, El Cairo, Dijibuti, Dar es Salam y Maputo.
El avión es de color rojo; así será más fácil de localizar en caso de accidente. No utiliza los frenos (es peligroso) y sencillamente lo dejan correr por la pista de hielo hasta que se detenga por sí mismo, una vez que lo hace, regresa despacio hasta el aeropuerto.
«A pesar de la ropa siento frío; debo decir que no me puse el traje de piel, pues pensé que no haría falta, pero me doy cuenta de que la ropa que nos dieron es para ponérsela toda y no una parte», recuerda Ángel Graña.
En las estaciones soviéticas de la Antártida los científicos se regían por la hora de Moscú. Quizá era un mecanismo para conectarse con los suyos y evitar la desorientación que provoca vivir seis meses de día y seis de noche.
«En esos inhóspitos parajes el frío cala los huesos pese a tanto ropaje. Los largos tragos de vodka y el exceso de comida que nos ofrece el camarada Volodia, a modo de “Medicin Medicin”, aunque nos parezcan exagerados, son necesarios.
«El paisaje es bellísimo; nuestras cámaras fotográficas y de video no se quedan quietas. Pero duelen los oídos de tanta tranquilidad, tanto silencio».
Para animar las largas jornadas de los científicos, en la Estación Maladiovsnaia se escuchaban por el altoparlante música clásica, canciones de moda y hasta la voz grave de Nicolás Guillén.
«En la Antártida tienes que estar todo el tiempo con los ojos cerrados, o con espejuelos negros. Es tan blanco que no te deja ver.
«Los próximos días son de mucha actividad. Visitamos las instalaciones de la estación, vimos lanzar los cohetes meteorológicos e hicimos recorridos a la isla de Maioll, donde convivimos con los pingüinos adelias.
«Me emocionaba sentir el cariño y el interés de los soviéticos hacia la Revolución Cubana y Fidel. Adonde quiera que llegábamos, la gente pedía a Núñez que hablara de nuestro país y después venía una lluvia de preguntas.
«El 10 de noviembre, último día allí, fue también muy agitado. Preparábamos los bultos, aumentados por una buena cantidad de rocas que traíamos de muestra.
«Salimos cerca de las cuatro de la mañana y el Sol estaba afuera desde hacía dos horas. Durante nuestra estancia siempre era de día. Solo podíamos dormir gracias a las cortinas negras que colgaban en las ventanas de la cabaña número 13, donde vivimos con el famoso explorador Rurik Maximovich Galkin, jefe de la expedición. Una fuerte ventisca se sumó a la despedida de los camaradas en Maladiovsnaia.
«Ya de regreso en Maputo, con una temperatura mucho más agradable, me doy un buen baño con agua caliente que dura casi una hora. Les confieso que durante los diez días de nuestra estancia en la Antártida, no nos fue posible bañarnos».
Desde las páginas del periódico Granma, Cuba entera vivió cada detalle del viaje en seis reportajes publicados bajo la firma de Antonio Núñez Jiménez, entre el 19 y el 25 de noviembre de 1982. Aquella hazaña abrió las puertas a otros científicos cubanos que participaron en varias expediciones durante los años que siguieron.