Especialistas del Instituto de Investigaciones de Suelos expondrán los resultados cubanos en esta materia, y los proyectos que se ejecutan en todo el territorio nacional. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 05:18 pm
CAMAGÜEY.— Las variaciones del clima se veían como sucesos que ocurrirían solo en plazos de tiempo geológicos y por causas naturales. Ver al hombre en el centro de este problema era una excepción que los expertos desestimaban.
A tal punto llegaron los debates, que muchos argumentaron la capacidad de la Tierra para asimilar los gases de efecto invernadero sin que se originaran modificaciones sustanciales, y por supuesto no habría impactos negativos perceptibles.
La historia, la vida y el desarrollo científico demostraron que las hipótesis optimistas no se confirmaron, porque el «sistema Tierra» no asimiló las cargas contaminantes sin experimentar alteraciones sustanciales en el clima.
Durante la primera mitad del siglo XX los estudios no evidenciaron tales alteraciones y las ciencias climáticas eran aún muy jóvenes para predecirlas. La evidencia observacional no aparecería hasta la segunda mitad de esa centuria, acentuándose la comprensión de que tal cambio climático antropogénico (debido a efectos y procesos provocados por el hombre) era posible y estaba ocurriendo.
Sin embargo, a pesar de los avances en las predicciones en torno a cuánto y en qué medida pueden impactar las modificaciones del clima a las sociedades humanas, hasta hoy no existe claridad sobre la magnitud de esas consecuencias, calificadas como desastrosas, y que además llegarán en el contexto de un injusto orden económico mundial, en el que los países subdesarrollados llevan la peor tajada del «pastel».
Acerca de este tema dialogó con este diario Roger Rivero Vega, científico cubano en Climatología Física y Evaluación de Impactos sobre la Producción de Alimentos, y vicepresidente de la Sociedad Internacional de Meteorología Agrícola (INSAM), quien realizó importantes entrenamientos para la adaptación al cambio climático en Islas del Pacífico.
—Usted subraya como imprescindible conocer el clima para asumir la adaptación a los impactos descritos por los expertos.
—Sí, porque resulta imposible pedirle a alguien que se adapte a circunstancias no especificadas. Primero hay que discutir ¿a qué nos adaptamos?, para luego saber cómo lo hacemos.
«Es una visión ingenua pensar que el clima está cambiando solo porque un invierno sea más fresco, o porque este año haya llovido más que el anterior. Esto ha sucedido y seguirá sucediendo debido a la variabilidad natural del clima.
«Una sequía u otra no pueden tomarse como manifestación de que el clima está cambiando, pero el hecho de que la frecuencia de sequías moderadas y severas desde 1961 hasta 1990 se duplicó con respecto a las que ocurrieron desde 1931 hasta 1960, es altamente preocupante e indica que el clima ya no es el mismo».
—¿Cuánto influye el clima en el funcionamiento de las sociedades humanas?
—Lo hace de forma tal que impone tradiciones, hábitos, costumbres y maneras de actuar. Si hoy acometemos una gran obra de ingeniería para que rinda beneficios durante 50 años, no bastaría el ser diseñada en base al clima correspondiente al período 1961 al 1990; debemos tomar también en cuenta el clima esperado para mediados del siglo XXI. De no hacerlo corremos el riesgo de que esa inversión deje de rendir los beneficios esperados dentro de 25 años. Es necesario mantener una vigilancia continua del clima, sus variaciones y el cambio climático en progreso.
«No conocerlo implicaría pérdidas económicas, de recursos y esfuerzos, incalculables por su impacto en muchos sectores productivos y sociales».
—Conocer el clima debe convertirse entonces en una fórmula ineludible…
—Conocer el clima y su evolución esperada parece ser el primer paso para empezar a pensar y ejecutar acciones de adaptación. La arena internacional está plagada de llamadas acciones de adaptación que parecen haber sido elaboradas sin tener en cuenta la naturaleza del clima y su evolución.
«Los países desarrollados han hecho mucho énfasis en la llamada adaptación espontánea. Tal estrategia suena a algo así como un “sálvese quien pueda” en un contexto virtual donde las tan llevadas y traídas leyes del mercado serían capaces de regular adecuadamente el funcionamiento de las sociedades humanas.
«Si nos guiáramos por tales conceptos entonces diríamos que la migración de las poblaciones rurales hacia los grandes centros urbanos y el abandono de las tierras cultivables para que permanezcan cubiertas de malezas constituiría una adaptación espontánea a ese cambio.
«Es evidente que tales llamadas adaptaciones espontáneas no son más que errores colosales que deberíamos evitar a toda costa. Eventualmente hasta los que así se “adaptaron” sufrirían los impactos altamente negativos de la escasez de alimentos».
—¿Cómo debe Cuba asumir esta adaptación?
—A veces resulta muy difícil para los hombres de ciencia hacer recomendaciones útiles para enfrentar consecuencias que se ciernen sobre sectores alejados de su quehacer específico.
«A mi entender es necesario que se haga patente que el cambio climático, sus impactos y las medidas de adaptación que se deben adoptar rebasan en mucho el marco limitado de las disciplinas medioambientales y se extienden a todas las esferas de la producción material y a la organización de la sociedad.
«Las acciones que se adopten en la esfera productiva no deben ser vistas solo como contribuciones a la preservación del medio ambiente, la biodiversidad biológica y conceptos semejantes, sino que preserven la propia actividad de sectores de la producción material como la agricultura, el turismo, la pesca y otras que garantizan niveles de exportación y la satisfacción de las necesidades de la población.
«Si los sectores de la producción de bienes materiales no hacen suyos los problemas de la mitigación y la adaptación, el resultado de la batalla contra los impactos negativos del cambio climático se verá comprometido.
«No puedo dejar de destacar la intensa y fructífera labor que en este sentido ha desplegado en los últimos años el Ministerio de la Agricultura. Si tenemos en cuenta que la obtención de nuevas variedades de cultivo resistentes a altas temperaturas, escasez de agua en el suelo o en condiciones de aniego es un proceso que puede tomar más de una decena de años, es evidente que la adaptación de la producción de alimentos a nuevas condiciones climáticas debe estar ya incluida en las agendas de todos los institutos de investigación de la agricultura. Eso no puede hacerse sin utilizar los llamados escenarios de cambios climáticos.
«Algo semejante podría decirse del diseño de tecnologías de cultivo y sistemas de regadío más eficientes, viables en condiciones de un futuro más árido, en el que la disponibilidad de agua para regadío podría ser muy inferior a la actual».
—A partir de los estudios liderados por usted acerca del impacto esperado en la producción de alimentos, ¿cómo será para Cuba en el mediano, corto y largo plazo?
—Los impactos dependerán de la magnitud de los cambios que se hayan registrado hasta entonces. Hay grandes obstáculos para cuantificar su magnitud, ya que el desarrollo de la ciencia no permite estimarlos con certidumbre absoluta.
«El segundo escollo consiste en que los climas futuros no dependerán solo de la situación actual, sino de cuál sería el camino de desarrollo seguido por la Humanidad hasta entonces.
«Para 2075, el clima será diferente si la Humanidad sigue un camino de desarrollo global, regional, sostenible o insostenible. Esto ha dado origen a cuatro ya famosas familias de escenarios de emisión de gases de efecto invernadero.
«La mayor certidumbre reside en que cualquier clima futuro será más cálido y acompañado de una elevación del nivel del mar. El futuro de las precipitaciones es todavía más incierto, aunque muchos de los modelos más avanzados apuntan hacia una disminución de las precipitaciones sobre Cuba y el Caribe. Esto implica un clima cada vez más cálido y árido a medida que avance el presente siglo.
«Los impactos cualitativos de estos cambios son simples de derivar, pero no sucede igual con sus valores cuantitativos. Con inviernos cada vez más cálidos muchos importantes cultivos de estación se verían afectados.
«Los cultivos de secano serían también dañados, aunque de forma dependiente de la época de siembra. La disponibilidad de agua para el riego se reduciría, obligando a disminuir estas áreas. Los niveles crecientes de evaporación y nivel del mar favorecerían las intrusiones salinas y la desertificación.
«También la producción animal se vería afectada al reducirse la producción de alimentos para el ganado y su disponibilidad de agua, así como el deterioro de sus indicadores de reproducción, ganancia de peso y producción de leche, a causa del estrés térmico provocado por las altas temperaturas. Este análisis es válido para el ganado vacuno, aviar y porcino».
—¿Cuáles son las mayores desventajas para los países en desarrollo?
—Los países en desarrollo ya poseen de inicio climas desfavorables para muchas producciones: climas muy susceptibles a la aparición de sequías severas o a ser blanco de episodios de lluvias intensas y ciclones tropicales.
«Una elevación de dos grados en la temperatura sería perjudicial para los países tropicales. Las acciones de adaptación al cambio climático serían muy complejas y costosas. Gran parte del mundo en desarrollo no dispone de las estructuras ni de los recursos humano, materiales y financieros para llevarlas a cabo».