El hombre sincero y el mar, pintura de Esteban Machado. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:12 pm
Los estudiosos de la vida y la obra de José Martí situamos el concepto de república en el centro de su pensamiento y su actuar políticos e ideológicos, por lo cual este ha sido objeto de análisis y valoraciones desde diversos ángulos, perspectivas y proyecciones por diversos autores, que a lo largo del siglo XX, y en la actualidad, han prestado y prestan atención al mismo.1 Sus aportes me eximen del tratamiento de los diversos y complejos aspectos del término, y me permiten centrar la atención en aquellos que considero pueden constituir motivo de ampliación y ratificación.
Debe insistirse en las circunstancias históricas en la que el Maestro concibió el ordenamiento republicano de su país. Se imponía el enfrentamiento a las concepciones contrarias a la aspiración a la plena y absoluta independencia de la Mayor de las Antillas, que concebían formas de organización económica y política conducentes solo a nuevos sometimientos y a la continuación, al frente del país, de la oligarquía explotadora, con la consiguiente exclusión de las amplias masas. Era necesario elaborar un proyecto alcanzable, enraizado en el ideal y las tradiciones democráticas del pueblo, capaz de unir tras de sí no solo a quienes deseaban la liberación y luchaban por ella, sino a todos los que concebían el sacrificio patriótico como un modo de lograr la justicia social, la equidad, el respeto a los derechos fundamentales y a la dignidad plena del hombre.
Martí se propuso que la mayoría de la población conociera y compartiera la nueva concepción revolucionaria, pues: «Un pueblo, antes de ser llamado a guerra, tiene que saber tras de qué va, y adónde va, y qué le ha de venir después» (OC, t. 1, p. 186).2
El ideal de república fue una de las principales motivaciones que sustentaron el apoyo mayoritario de las emigraciones cubana y puertorriqueña al llamado a una nueva etapa de confrontación bélica. Los postulados del Maestro lograron la unidad requerida porque respondían a los reclamos de los diferentes sectores políticos, económicos y sociales, representativos de la nacionalidad cubana y de los españoles honestos —cuyos intereses no dependían del Gobierno ibérico, y afincaban sus raíces en la realidad isleña—, y porque aspiraban a darles soluciones propias a los problemas autóctonos. Se opuso a seguir las fórmulas empleadas en países europeos, en Nuestra América o en Estados Unidos, pues concebía una forma de organización diferente a las que existían en su época, una sociedad a la que «no ha llegado aún, en la faz toda del mundo, el género humano» (OC, t. 3, p. 304-305).
Orden social diferente
Los aspectos que definen la concepción martiana de república nueva deben ser considerados como una unidad, pues constituyen un sistema de transformaciones que traerían aparejadas no solo una forma de gobierno opuesto al de la colonia, sino un orden social diferente al impuesto por el poder hispano. Ello implicaba un cambio radical en la esencia de los métodos y objetivos de la dirección estatal, para liquidar los vínculos de dependencia económica, tanto de España como de Estados Unidos o de cualquier otro país.
Paralelamente, como base fundamental, se democratizaría la vida política, social y cultural del país, haciendo prevalecer la plena igualdad de derechos, a fin de propiciar el equilibrio entre las distintas clases sociales, la abolición de toda forma de discriminación, y el pleno acceso a la educación y las manifestaciones de la cultura. Para que estos cambios fueran realizables, era indispensable el establecimiento de mecanismos de participación de los ciudadanos, esencial en todo el proceso de cambios iniciado desde el período de preparación de la contienda.
No basta solo el logro de una vida digna en lo económico; es imprescindible la incorporación a la vida política del país, la posibilidad real de expresar opiniones en cuanto atañe a la toma de decisiones, la fiscalización y el control de la aplicación de estas, y a la actuación al respecto. En el ideal martiano, el mejoramiento humano, la potenciación de las virtudes ciudadanas, solo puede alcanzarse mediante «el pleno goce individual de los derechos legítimos del hombre» (OC, t. 3, p. 139).
Para llevar a cabo el ensayo de república en las emigraciones, Martí propició la fundación del Partido Revolucionario Cubano, estructurado y dirigido de modo que, a la vez, formara a los combatientes para la guerra de liberación y a los ciudadanos para la nueva ordenación republicana. Gracias a la estructura creada, y a la rendición de cuentas anuales, podía conocerse, fiscalizarse y someterse a crítica la actuación de los dirigentes. Los miembros de los clubes tenían reservados «sus derechos totales de inspección, proposición y reforma», y por medio de sus presidentes ejercerían «los derechos de objetar, proponer y deliberar (...) en los asuntos generales del Partido» (J.M.: Epistolario, t. III, p. 102 y 103).
El debate franco, garantía de la paz
El desarrollo del diálogo y el debate era una constante preocupación del Maestro. Por su amplio conocimiento de la naturaleza humana sabía que la unanimidad de criterios es imposible, y que la unidad de pensamiento solo podría alcanzarse mediante el libre intercambio de opiniones y la confrontación de argumentos, pues la coincidencia de ideas en modo alguno supone «servidumbre de la opinión», sino la concordancia en los propósitos esenciales y en la actuación personal y colectiva para lograrlos. Al respecto, señaló: «Las garantías firmes de la paz (…) son el debate franco de las aspiraciones del hombre» (OC, t. 2, p. 346).
De este modo se lograría el cambio de percepción de determinadas ideas nocivas que prevalecían en la sociedad, como la discriminación y la represión a la libertad de pensamiento. El antirracismo de Martí no era solo un factor político imprescindible para la unidad nacional en un pueblo formado por las variadas mezclas de seres humanos de las más diversas regiones geográficas, con una infinita gama de matices en el color de la piel, y recién salido del régimen esclavista, sino también formaba parte de su concepción humanista: «Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro» (OC, t. 2, p. 299).
Pero la discriminación racial no desaparecería en la república futura solo por la aprobación de leyes y disposiciones, sino que a estas debía unirse un proceso de transformaciones de las conciencias. Ponía de relieve la actitud igualmente errónea de quienes se abroquelan en la defensa de las personas de un color u otro: «El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza u otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. (OC, t. 2, p. 299 y 298).
Y cuando aparezcan manifestaciones de discriminación, sea quien fuere el que las practique, por erróneas consideraciones personales o valiéndose de una autoridad mal ejercida, los fundamentos democráticos de la República encauzarían las denuncias pertinentes, impedirían las prácticas equivocadas o abusivas, y posibilitarían el verdadero ejercicio de los principios humanistas, en bien de la patria indivisible, multicolor en su única etnia cubana».
Por otra parte, Martí insistía en la tolerancia a las opiniones disímiles: «El respeto a la libertad y al pensamiento ajenos (...) es en mí fanatismo» (OC, t. 3, p. 166). Con las capacidades y limitaciones que las caractericen, cada persona puede formarse un juicio, y debe encomiarse la honradez de expresarlo con franqueza, sin temor a equivocarse, pues esto puede rectificarse. Deshonesto es quien «desee para su pueblo una generación de hipócritas y de egoístas» (OC, t. 4, p. 188-189), incapaces o temerosos de decir lo que sienten y piensan, con la mente puesta solo en sus intereses personales, sin tener en cuenta los de la colectividad.
Lo moral y lo material
En la concepción martiana, el elemento esencial de la nación es el ser individualmente considerado, cuya unión constituye el pueblo, que deviene así no un ente abstracto y amorfo, sino un conglomerado de personas, cada una digna de respeto: «Ese respeto a la persona humana que hace grandes a los pueblos que lo profesan y a los hombres que viven en ellos, y sin el cual los pueblos son caricaturas, y los hombres insectos» (OC, t. 8, p. 20). Considerado de este modo, el concepto de pueblo gana una dimensión concreta que hace factible el mejor entendimiento de la relación individuo-sociedad.
Con tales principios se construiría la república justa, democrática, «con todos, y para el bien de todos». Con todos los integrantes de la nación debía alcanzarse la patria independiente. Solo quedarían excluidos quienes se apartaran por soberbia o por apego obediente al amo extranjero. Ante los peligros que se debían enfrentar, no cabía la ensoñación de lograr la unanimidad en cada propuesta, sino la unión en los objetivos inaplazables: el logro de la independencia nacional, la soberanía popular y la justicia social.
El bien de todos constituye un objetivo programático. No alude solo al bienestar material, sino además a las condiciones favorables para la plena realización espiritual del individuo y la colectividad. Pero es obvio que sin los recursos que garanticen la subsistencia es difícil alcanzar la plenitud del ser humano. En la proposición martiana lo material está conciliado con lo moral. La revolución propiciaría que cada ciudadano alcanzara una vida digna, no mediante un ilusorio igualitarismo económico nivelador, sino por el trabajo creador y el esfuerzo de cada cual. Habría de lograrse, al mismo tiempo, que el bien sea de todos, no de un grupo de favorecidos que justificaría su encumbramiento por supuestos servicios a la sociedad, y en realidad verdaderos portaestandartes del más feroz individualismo, ejercido a nombre del colectivismo.
Ha de alcanzarse la genuina solidaridad, mediante la potenciación de los valores humanos. El núcleo central del aludido discurso martiano se halla en las siguientes palabras: «O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre, —o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos (OC, t. 4, p. 270).
Hagamos que cada día sus ideas se conviertan en realidad.
Nota: Versión abreviada de la conferencia impartida en la Cátedra La Cultura de Hacer Política.
1Por razones de espacio no puedo incluir la totalidad de autores y obras consultadas. Solo mencionaré algunos de los estudiosos cuyos trabajos sirvieron de referencia para este texto: Emilio Roig de Leuchsenring, Jorge Mañach, Ramón Infiesta, Ramón de Armas, Armando Hart, Paul Estrade, José Cantón Navarro, Pedro Pablo Rodríguez, Jorge Ibarra, Carlos Rafael Rodríguez, Eduardo Torres-Cuevas y Medardo Vitier.
2La mayoría de las referencias a los textos de José Martí son tomadas de Obras Completas, La Habana, 1963-1973.