La pulpa terminó de cocinarse en el tacho eléctrico. La barra está a punto de hacerse. Autor: Luis Raúl Vázquez Muñoz Publicado: 21/09/2017 | 05:11 pm
CEBALLOS, Ciego de Ávila.— El olor a guayaba aparece en la curva del camino. A la casa se llega por un terraplén que algún día tuvo asfalto, después de sortear algunos baches cubiertos de un agua roja. Al final, cuando se dobla, al momento aparece la casa de Emerio Pino Perea.
«Esto está aquí “encendido”; andamos en plena faena. Vamos a ver cómo termina el día de hoy», dice Emerio, un hombre delgado, con el pelo gris cubierto por una gorra. Anda inquieto porque hay que podar el guayabal: «Si los gajos “se van” y no los podan, la mata no produce como debe».
Al preguntarle por el tiempo que lleva con los frutales, hace un gesto de memoria perdida. Pero la mano se mueve incómoda, un «Deja esa bobería, chico», cuando lo anuncian como uno de los mejores productores de barras de dulce guayaba de la zona y posiblemente de la provincia.
Emerio es un viejo productor de la finca La Martineta No. 3, perteneciente a la Cooperativa de Crédito y Servicios Fortalecida (CCSF) José Martí, en Ceballos, a 12 kilómetros de la ciudad de Ciego de Ávila. También es una de las pruebas de los cambios que se introducen en la actualización del modelo económico cubano. Ahí está su miniindustria con olor a guayaba.
La nueva fuente
Emerio y su familia son de los 20 productores, distribuidos en cuatro CCSF y una Cooperativa de Producción Agropecuaria (CPA), con las cuales la Empresa de Cítricos de Ceballos ha establecido convenios para la producción de barras de dulce guayaba en el territorio, las que se comercializan a diez y 11 pesos en moneda nacional en casi todas las provincias del país.
Ese tipo de asociación se encuentra en el número 191 de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, el que, entre otros aspectos, persigue estimular la integración entre «las pequeñas procesadoras de alimentos a nivel local con la gran industria, con vistas a potenciar la oferta de alimentos al mercado interno, incluyendo la sustitución de importaciones».
Reinaldo de Ávila Guerra, director de la Unidad Empresarial de Base de Producción Industrial de la Empresa de Cítricos, expresa que los acuerdos comenzaron a establecerse en octubre del pasado año, con un visible efecto en el completamiento de los ciclos productivos y la diversificación de las fuentes de ingresos.
«Los acuerdos entre nuestra entidad y los campesinos se establecen sobre la base de que nosotros los ayudamos con algunos componentes en la infraestructura productiva, como piezas para las máquinas, por ejemplo, y ellos nos venden las producciones a precios que pueden reportar ganancias equitativas para ambas partes», explica.
Por el convenio se asegura al productor el suministro de nailon para las barras de dulce guayaba, las etiquetas —en las cuales se identifica al productor con sus iniciales— y el suministro de azúcar y alguna pulpa de guayaba en momentos en que no existan altas producciones por la época del año, para estabilizar el trabajo de la pequeña fábrica.
Señala Reinaldo de Ávila: «Para la empresa este tipo de asociación ha permitido diversificar sus fuentes de financiamiento, al obtener más de 20 millones de pesos con la comercialización de 2 244 565 barras en lo que va del año, a través de un proceso muy natural y con altos rendimientos».
El beneficio también se encuentra en el rescate de una tradición campesina en la elaboración de alimentos y la diversificación de las producciones en entidades productivas de base, las cuales se encontraban atadas a producciones primarias de fruta y sin posibilidades de llegar a un ciclo final, como se aprecia en el caso de la obtención de barras de dulce guayaba.
Por eso la proyección de la Empresa de Cítricos y el sector campesino es duplicar durante el presente año el número de asociaciones. Así crecería la oferta de productos elaborados por los agricultores, y pasar de la barra de dulce guayaba a la comercialización de trozos de frutabomba, coco rallado en almíbar, mermelada de mango y guayaba y lascas de mango, entre otras ofertas.
Punto de azúcar y secreto familiar
Emerio y su hijo Emérito Pino Rodríguez recuerdan las tensiones que vivían los campesinos fuera de la época de cosecha, cuando el Combinado Industrial de Ceballos no podía asimilar las cantidades recogidas porque resultaban insuficientes para poner en marcha la maquinaria.
Era un ciclo que se repetía pasados los meses del pico de cosecha de la guayaba, que en el caso de la familia se comporta cercana a los 4 000 quintales en las 15 hectáreas que tienen dedicadas a esa fruta en su finca. Ahora los campesinos tienen la posibilidad de aprovechar cualquier volumen productivo, gracias al fomento de la pequeña industria.
«Producimos un promedio de 2 000 barras de dulce guayaba diarias —dice Emérito—. Verdad que llevamos tiempo en el giro y por eso tenemos una fabriquita un poco sofisticada. Pero aún así no se para. Aquí lo hacemos todo. Las innovaciones, los arreglos, todos los inventos. Para que los equipos funcionen bien los hacemos nosotros aquí en la casa».
Con la familia trabajan cinco jóvenes y una mujer, todos de la zona de Ceballos. En el ensamblado de las cajitas están los hermanos Misael y Michel Rodríguez, el que muele la fruta es Miguel Amador (Pachichi) y Dialexi Díaz Tamayo prepara los nailons para envolver la pulpa cocinada, una vez asentada en las cajitas. Comienzan a trabajar antes del amanecer y terminan por la tarde, y sus ingresos oscilan alrededor de los 1 600 pesos en 20 días de trabajo, según nos explica Emérito.
«Aquí no se termina nunca. Es cargar las cajas, limpiar las frutas, preparar una tanda, limpiar las máquinas y empezar con la otra. Es un trabajo duro», dice y señala a un costado de la casa.
Ahí está la miniindustria. Es un local, aún no terminado, parecido a una terraza, con un muro, enrejado y techos de canelón. Los materiales para la ampliación los ha suministrado la Empresa de Cítricos, como parte del convenio.
Desde allí se siente el olor a crema de guayaba cocinada. También se escucha el ruido de un tacho eléctrico que bate la pulpa o de la máquina que muele la fruta y la convierte en una pasta entre amarilla y rosácea, que luego se cocinará con los debidos puntos de azúcar y algún que otro secreto de familia. La misma barra de la cual usted cortará un trozo, para sentarse tranquilamente a recordar los sabores de la infancia.