En la escuela cubana actual sigue siendo necesaria la búsqueda de maneras atractivas e interesantes que conecten al pionero o al joven con su realidad, y con las complejidades del entorno que le rodea. Autor: Yoelvis Lázaro Moreno Fernández Publicado: 21/09/2017 | 05:09 pm
EL BAGÁ, Manicaragua, Villa Clara.— En la actualización del modelo económico cubano mucho pudiera ayudar la forja colectiva en los jóvenes estudiantes de un pensamiento creador hacia el estudio, el trabajo y la producción; de modo que ellos combinen estos intereses y se involucren como partícipes y convencidos de la importancia de todo lo que sean capaces de innovar y hacer.
Haciéndoles poco caso a la lejanía y a los intrincados caminos de esta zona, hacia la certeza de tan preciso juicio, nos conduce junto a sus alumnos el entusiasta profesor de Química Rolando Barceló Aira, guía base del centro mixto en el campo Juan Rius Rivera, ubicado en los límites de esta provincia con Sancti Spíritus.
Por más de diez años este ferviente educador, periodista en su juventud y que ostenta la condición de guía Reparador de Sueños, ha sustentado su fecundo magisterio en la importancia de concebir el estudio y el amor por el trabajo en la tierra como un binomio decisivo en la formación de sus estudiantes, bajo la égida de la enseñanza martiana: «Quien quiera pueblo ha de habituar a los hombres a crear».
«En la escuela cubana actual sigue siendo necesaria la búsqueda de maneras atractivas e interesantes que conecten al pionero o al joven con su realidad, y con las complejidades del entorno que le rodea. Eso es importante. Es esencial para no adentranos en la monotonía y generar malos cansancios».
—¿Qué se puede hacer para no caer en la inercia? ¿Cómo trascender el aula en busca de mayor integralidad?
—Todo es cuestión de pensar con agudeza, de asumir las cosas como una preocupación constante, y de ajustar esa imperiosa necesidad a las condiciones concretas de cada centro. De ahí se desprenden los objetivos y las formas de hacer.
«Ver el espacio en que se aprende y se vive como un lugar apropiado para crear tiene que implicar a todos. Esa inquietud debe ser compartida conscientemente entre alumnos y profesores. Debe perfilarse con coherencia, pero con intención, de manera que tribute al crecimiento personal y social de cada educando.
«El trabajo productivo y las actividades socialmente útiles no pueden analizarse aisladas de lo que ocurre en clase. Son más bien una continuidad, un ejercicio de alto valor en la formación integral que se quiere.
«Para no darle cabida al inmovilismo lo más importante es la voluntad personal, y sobre todo saber que el hecho de educar siempre brinda múltiples posibilidades para incentivar labores agrícolas, artesanales y productivas, más allá de las carencias materiales».
—En una escuela como esta, ¿qué se necesita para incentivar el amor por el trabajo agrícola?
—La planificación. Creo que ahí radica la clave de todo. Desde el momento en que se integran en el horario actividades académicas y laborales de un modo equilibrado, sin que una suplante ni minimice el valor de la otra, se está proyectando adecuadamente el vínculo de la docencia con el trabajo agrícola en una escuela rural como esta, en la que el sentido educativo tiene que estar en función de que las mayoría de los estudiantes sigan siendo continuadores de una tradición de apego a la tierra.
«El desafío está en que ambas tareas se complementen y se imbriquen de manera natural por la importancia que tiene una para la otra.
«Incentivar el trabajo agrícola en un contexto como este lleva consigo el interés de superar las diferencias entre la actividad intelectual y la actividad manual, y así presentar a los alumnos un conjunto de posibilidades y expectativas que contribuyen a su conocimiento y desarrollo individual y su adaptación a las situaciones que encontrará en su vida social».
—Y el apoyo de la familia y la comunidad, ¿cómo debe ser en este propósito?
—Ambos son esenciales, casi definitorios. Sin ellos no sería posible desarrollar el «apego» al campo de modo sistemático, que es como debe ser. De nada vale dedicarnos con esmero a ese fin durante una semana o un mes y luego abandonarlo. La constancia forma el hábito, despierta el interés y perfecciona el trabajo.
«Soy de los que considera que la interacción sistemática y el diálogo de los estudiantes, los profesores y la familia puede dar muy buenos resultados si la comunicación, el interés y el verdadero convencimiento de todos ellos se enfoca por el mismo rumbo. Cuando se cuenta con los padres y con los miembros de la comunidad la escuela posee muchas más potencialidades y muchos más recursos para desarrollar estrategias en virtud de formar cualidades, sentimientos y valores tan necesarios.
«Por ejemplo, muchas de las guatacas, los machetes y otros aperos de labranza que tenemos aquí en la escuela han sido traídos por los alumnos con el consentimiento y la aprobación de su familia, que sabe que semanalmente el estudiantado del centro dedica cerca de ocho horas a las actividades agrícolas».
—¿Qué tipifica el quehacer de esta escuela?
—En primer lugar hay que precisar que este es un centro mixto en el campo, creado como parte de las nuevas transformaciones educacionales que vive Cuba, y en el que se agrupan estudiantes de secundaria básica y preuniversitario. Hasta el momento la fusión ha dado buenos resultados. Creo que permite ser más exigentes y ordenados a la hora de darle seguimiento al trabajo con los estudiantes. Uno puede seguirlos mejor.
«Al centro lo caracterizan los deseos de sus trabajadores de instruir sobre lo ventajoso y necesario que es dominar la tierra, conocerla. Actualmente la escuela cuenta con un organopónico de casi media hectárea y varias parcelas de autoconsumo destinadas a la producción de viandas, hortalizas y granos.
«Aquí se les enseña a los alumnos muchas de las astucias y los secretos del campo. Hay varios especialistas, más bien orientadores agrícolas, que muestran y explican cómo se desarrolla cada actividad».
—Seguramente a algunos estudiantes no les gustan las faenas en la tierra, les parecen difíciles. ¿Cómo despiertan en ellos el interés?
—Hay que exponerle al alumno los resultados de su labor, pues como reza un viejo refrán «Vista hace fe». Poco a poco hay que irlo involucrando para que él mismo vea y comprenda por sí solo el valor de lo que sembró, de lo que regó, guataqueó y puede entonces cultivar. Despertar amores por la tierra requiere probarle al estudiante la utilidad y el valor de lo que hace.
«Mediante los círculos de interés a ellos se les enseñan las propiedades del suelo y su cuidado. Conocen cómo se usan los fertilizantes y cómo ha de ser la labor fitosanitaria en los diferentes cultivos.
«Además pueden instruirse en otras áreas básicas de la formación laboral, como son la lombricultura, el compost, la atención de plantas medicinales y la reforestación, una tarea de gran valor».
—¿Cuánto puede contribuir la Organización de Pioneros José Martí al impulso del estudio y el trabajo agrícola como un solo propósito?
—Creo que mucho. Mediante las asambleas pioneriles y los debates y análisis de temas económicos, que en estos espacios se pueden crear en correspondencia con el nivel de enseñanza, la OPJM tiene la posibilidad de desempeñar un gran papel, preguntando, discutiendo, respondiendo inquietudes, abriendo expectativas y estimulando, ya que el reconocimiento al buen trabajo es medular para que otros se incentiven.
«Pienso que por ahí tienen que ir trazándose los esfuerzos, con todos los factores de la escuela y todas las entidades o personas involucradas. Lo más importante es convertir al alumno en protagonista de cuanta actividad se planifique, de una manera bien intencionada, inteligente, buscando siempre valores, pero sin imponernos ni obligar a nadie».