En las calles hay múltiples ejemplos como este del incorrecto uso del uniforme. Autor: Lourdes María Mazorra López Publicado: 21/09/2017 | 04:59 pm
Con sus blancas camisas por fuera y el cuello de estas con el doblez hacia arriba, Alexei Rodríguez y Manuel Oro, dos jóvenes holguineros de la enseñanza Politécnica, se pasean en la mañanera cotidianidad del parque Calixto García Íñiguez (mal) vestidos de completo uniforme.
Por añadidura, los cintos, en los pantalones de estos muchachos de 17 años, parecen apenas una prenda estéril, deslizados tan por debajo de sus enjutas cinturas que más bien les ciñen los muslos.
Como sello de estilo supremo, una vistosa cadena se deja entrever en el pecho de Manuel, gracias a su desabotonada camisa, mientras la desmedida hebilla del blanco cinturón de Alexei exhibe una calavera entre dos velas de galeón.
«Lo que pasa es que... ya salimos del aula y nos gusta vestirnos así. Es que queremos estar a la moda. Dentro de la escuela, los profesores no lo permiten por lo del reglamento escolar. Sé que lo estoy violando ahora mismo y que es incorrecto, pero...», nos deja en suspenso Manuel.
En el centro de la Isla, una escena similar, esta vez con muchachas, notificaba a nuestro diario que el tema del uso del uniforme es algo sobre lo que se debe meditar. Allí, dos alumnas de Secundaria, caminaban bien temprano rumbo a su escuela por una estrecha calle, llevaban gafas anchas, uñas postizas de gran tamaño, unas medias estampadas que llegan casi a la rodilla y en las narices de ambas descollaba la brillantez de un piercing que contrasta con el dorado de las argollas de sus orejas.
En febrero de 2008, un equipo de estudiantes de Periodismo develaba en estas mismas páginas abundantes preocupaciones en torno al uso incorrecto del uniforme escolar. Tres años después: ¿Algo ha cambiado? ¿Qué pesa más, la exigencia, la disciplina o las modas? ¿Acaso no existe un reglamento que regule cómo usar esta vestimenta subsidiada cada año por el Estado cubano para equiparar a sus estudiantes? ¿Dónde radican todavía las mayores incomprensiones? ¿Es la escuela la única responsable? ¿Y la familia, y los demás miembros de la sociedad?
Poniendo otra vez el alerta, un equipo de este diario propone una renovada mirada al asunto, luego de pulsar entre alumnos, profesores y padres de varias regiones del país, las interioridades de una problemática cargada de matices.
De modas y modos
Para Claudia Batista, alumna de octavo grado de la secundaria básica camagüeyana Gertrudis Gómez de Avellaneda, «las mayores extravagancias están en los pulsitos de silicona, los pelados, los tatuajes y también en los piercing».
Al moderno «corte tubo» y los rotos en los pantalones, las cadenas en las billeteras, las hebillas sobresalientes en los cintos, las sayas cortas, apretadas y a la cadera —al punto de clasificar como «calenticos» por lo subidita que se ponen—, las blusas y camisas por fuera y con los cuellos levantados, aludieron con recurrencia varios alumnos entrevistados en Holguín, Camagüey e Isla de la Juventud.
«Hay varones, principalmente de Secundaria y Preuniversitario, que enseñan la marca del calzoncillo y hasta la cadera cuando se ponen los pantalones bien abajo. Eso ya traspasa los límites de la cordura», refiere algo escandalizada la joven agramontina Lianne Casañas.
Pero algunas niñas también acostumbran a abrirse las blusas para dejar entrever la entrada del pecho, usan un maquillaje excesivo y portan un sinfín de gangarrias no acordes con la escuela, expresaron otros alumnos camagüeyanos de Secundaria.
Con un peinado bien diferente, de esos que suelen identificarse con mucho swing, y una camisa que de tan apretada parece afectarle la circulación sanguínea, asiste a su escuela casi todos los días Wanderley Froilán, alumno de noveno grado de la secundaria básica pinera José Rafael Varona.
«Si no te vistes así los demás te dan tremendo “chucho”», comenta Wanderley, al tiempo que manifiesta interés porque «permitan adaptar el uniforme a la moda, ya que lo importante es aprender».
Desde hace algún tiempo las liguitas multicolores y los pulsos en las manos vienen atrayendo la atención de muchos de los compañeros de Angélica María Rivero, alumna de la secundaria básica santaclareña Capitán Roberto Rodríguez.
«Aun cuando saben que eso no debe traerse puesto con el uniforme, siempre están velando cualquier descuido de la exigencia para «especular». A algunos les encanta también zafarse el último botón de la camisa o la blusa para que les vean la cadena o el collar que llevan», agrega.
En muchas de esas actitudes influye en buena medida el círculo de amigos —precisa su compañera Yisel Ávila Pérez, presidenta de colectivo de esta secundaria—. «Hay niñas que por debajo del uniforme o en sus mochilas llevan una ropa que usan cuando terminan las clases. Esa costumbre ha ido compartiéndose en el grupo y acaba conduciéndonos a actuar por imitación y a veces por compromiso».
Yodelkis Torres Espinosa, alumno de onceno grado, considera que las prendas con el uniforme desentonan, y de permitirse abiertamente el empleo de cadenas, sortijas y aretes llamativos, se propiciaría un espacio para la exhibición de lo que unos tienen y otros quizá no pueden adquirir.
Sin incoherencias, como si estuviéramos hablando de piezas de un carro, el alumno santaclareño de Preuniversitario Juan José Chinea Cárdenas alude al guardafango, ese dispositivo acompañante de los neumáticos cuyo nombre también identifica hoy a uno de los pelados de turno más extendido entre los jóvenes.
«Es algo muy sencillo. Consiste en rebajarse por los lados y dejarse crecer una franja de pelo en el centro que permita hacerse los pinchos u otro tipo de peinado. Yo sé que eso no pega con el uniforme, pero quien se lo hace para lucir el sábado no puede quitárselo o pegarse el pelo para venir a la escuela el lunes», explica Juan José.
Mucho menos hablábamos de comidas cuando su coterráneo Osviel Peraza Hernández se refirió al simpático calificativo de uno de los peinados juveniles más gustados del momento: el bistec. «Tiene ese apodo por la forma alisada que toma el pelo, el cual debe caer a un lado de la frente, casi tapando el ojo. Eso sí, para hacérselo uno necesita bastante gel».
Osviel explica que ni el bistec, ni la moña, ni los pinchos altos se ven bien con la ropa de escuela, pero «hay que entender que todo eso marca la diferencia en medio de tanta gente vestida igual. Y creo que es ahí donde radica el interés de la mayoría de los que acuden a estas modas».
«No se trata de ir contra la corriente, ni de proponernos a toda costa violar lo establecido, sino de querer a veces distinguirnos y sobre todo sentirnos bien. A mí, por ejemplo, me gusta llevar un piercing bien sencillo en la nariz. Es algo que apenas se nota», explica la estudiante santaclareña Kathleen Taboada.
Puertas adentro
De la importancia del uso correcto del uniforme está consciente la estudiante Yanet Débora Rodríguez, del preuniversitario Osvaldo Herrera, en Santa Clara, aunque sabe que todavía persisten entre algunos de sus compañeros muchos caprichos e incomprensiones que merecen discutirse en las reuniones mensuales de cada destacamento, de manera inteligente, sin amenazas.
«Como se sabe, este es uno de los aspectos que se valoran con bastante exigencia a la hora de la evaluación integral. Realmente es muy interesante lo que ocurre en ese debate.
«Hay quienes bajan la cabeza y aceptan la crítica, pero otros se muestran indiferentes ante un señalamiento de este tipo, y alegan que el uniforme es algo secundario, que lo más importante es salir bien en las pruebas», apunta.
Lo que pasa es que en todos los planteles educativos las exigencias no son las mismas, no se controla ni se le otorga igual valor al hecho de que los alumnos, por igual, asistan correctamente vestidos, expresa su colega de estudios Kathleen Taboada.
«Muchos alumnos sacan una cuenta muy sencilla y algunos reaccionan en las reuniones diciendo: “Bueno, si a los que estudian en otros centros se lo permiten, por qué a nosotros no”», añade Kathleen.
Desde luego, esos razonamientos no deben justificar el incumplimiento, pero sí dejan gravitando la preocupación de que en muchas escuelas hay falta de rigor en la aplicación del reglamento escolar, en el que se contempla el uso del uniforme, aporta Yohana González, presidenta de la FEEM de este preuniversitario.
«A esta organización —agrega Yohana— le corresponde también propiciar mayores espacios de diálogo en los que se unan el colectivo estudiantil y los profesores, pues creo que ambos tienen un peso fundamental en cualquier decisión que los alumnos tomen».
Yanny Lisbeth Cruz, presidenta de la FEEM en el Instituto Politécnico José Martí, de Holguín, expresa que puertas adentro de la escuela la exigencia resulta para la organización una tarea no menos compleja que la que lidera el claustro de profesores junto a la UJC, en la cual cada uno de estos ha debido aplicar sus propias iniciativas.
«Muchos alumnos quieren trasladar automáticamente las mismas formas del vestir en la calle hacia el uniforme, cuando en realidad son dos cosas diferentes y siempre hay un momento para todo», amplía.
A la par del tratamiento del tema en los matutinos, en el grupo y en los chequeos de emulación, Yanny mencionó entre las ideas aplicadas por la FEEM en este centro la designación de alumnos que controlan el uso del uniforme desde el momento de la entrada.
Sin embargo, muchos de los que han realizado esta función coinciden en que esa parece ser la batalla de nunca acabar, aunque siga siendo la de todos los días.
Tan «primario» como «secundario»
Más de seis años lleva la maestra Caridad Morffi Peralta como guía base de la escuela primaria Hurtado de Mendoza, de Santa Clara. Su experiencia en el aula y al frente de la organización pioneril, le permite afirmar que el uso correcto del uniforme es una responsabilidad compartida entre la escuela y la casa.
«A veces uno habla de este tema con insistencia en las reuniones de padres, les explica a cada uno de ellos la importancia de cumplir el reglamento, y al poco tiempo uno tiene que regañar a su hijo en el aula por traer unos zapatos carísimos que desentonan con el uniforme, o usar cintas demasiado llamativas en la cabeza, o llevar una saya más corta de la cuenta».
Uno de los atributos más maltratados del uniforme escolar de los alumnos de Secundaria, es el distintivo, comenta el estudiante David Rodríguez, «no es solo el hecho de que a veces falte, sino que se pone en cualquier lado menos en el izquierdo, que es en el que debe usarse».
Isabel Cristina Fernández González, a cargo de la subdirección de Primaria, Secundaria y Preuniversitario en la Dirección Municipal de Educación en Camagüey, explica que, a inicios de cada curso escolar, en los centros estudiantiles los alumnos y padres deben aprobar de conjunto el reglamento escolar, el cual es diferente para cada tipo de enseñanza.
«Dentro de ese reglamento aparece la resolución 45, que regula el uso del uniforme escolar. En este documento se recoge que por incumplimientos reiterados la sanción impuesta puede llegar hasta la expulsión del centro».
Fernández González considera que en Primaria, así como en séptimo y octavo grados, el mal uso del uniforme se aprecia menos que en noveno grado y en el Preuniversitario.
A juicio de esta pedagoga camagüeyana, el tema del uniforme traspasa las fronteras del aula y llega a la comunidad. De ahí la importancia de abrirnos a la familia y al entorno en que vive el alumno.
«No podemos dejárselo todo al maestro ni al consejo de dirección, hay que hacer que la familia también se sienta responsable», refiere.
Con más de 33 años en el sector, Regla Sheila Labrada, de la EIDE Cerro Pelado, de Camagüey, refiere que también hay padres que reaccionan inadecuadamente contra los maestros cuando la escuela adopta alguna medida con su hijo.
Los cerca de 20 profesores agramontinos entrevistados por este diario, coincidieron en que la familia le ha dejado toda la responsabilidad al centro de enseñanza para que sean sus profesores quienes exijan por el correcto uso del uniforme.
¿Familias cómplices?
«Un pionero de quinto grado, justamente a principios de curso, llegó con el peinado de los “pinchos” y con vetas bien extravagantes en la cabeza. Ahora yo me pregunto, ¿quién es el responsable de la actitud de ese niño?», se cuestiona Idelsi González, guía base de la escuela primaria camagüeyana Jesús Suárez Gayol.
«Yo no sé coser —explica el villaclareño Osviel. Por eso si quiero ponerme una camisa bien pegada al cuerpo o un pantalón de “tubito” bien apretado, como suelen usarse ahora, obligatoriamente tengo que decírselo a mi mamá. Y así hacemos todos».
«Es cierto que la familia debe ser más exigente, pero los padres siempre llegan a entendernos y al final no se ponen a discutir con uno sobre lo que debes llevar o no. Casi siempre acaban cediendo», acota la estudiante santaclareña Kathleen Taboada.
La mayoría de los 15 padres entrevistados por este diario en Camagüey desconocían la existencia de una resolución que regula el vestir de los estudiantes.
Leticia Caballero, abuela de un alumno de octavo grado, aseguró que la familia en buena parte le ha cedido su papel al maestro, pero la escuela quizá pueda hacer gestiones que a los miembros del hogar, de manera aislada, les costaría mucho más trabajo.
Varios padres mostraron preocupación por las presiones que ejerce el grupo. «Si no anda como los demás o al menos no se ajusta a las preferencias de la mayoría, puede ser rechazado. Por eso es muy importante exigirle a la familia y que esta cumpla con su labor formativa y asuma su responsabilidad ante su hijo», insiste Luisa Cardero, madre de una niña de Secundaria.
No valen las imposiciones
En opinión de Rosa Quintana Esquivel, subdirectora del Instituto Politécnico José Martí, de Holguín, aunque en el colectivo se ha logrado que la totalidad de los estudiantes usen diariamente el uniforme escolar, la complejidad de la labor se agudiza por las características de estas edades.
La nota quizá más inquietante en torno a este asunto, al decir de esta funcionaria, es cuando esos mismos alumnos pasan a realizar sus prácticas preprofesionales en las unidades gastronómicas y usan el uniforme laboral de manera impecable. Y uno se pregunta por qué pasa.
Desde la secundaria básica holguinera Lidia Doce, la experimentada profesora Ada Rubio Pérez plantea, a partir de su experiencia personal, que la exigencia por el buen uso del uniforme escolar está estrechamente vinculada con la inculcación de valores como la disciplina y las buenas costumbres.
Rafael Andrés Bonachea, director del preuniversitario santaclareño Osvaldo Herrera, explica que las concepciones que tienen los estudiantes sobre el uso correcto del uniforme son resultado de un proceso de formación, que se inicia desde las primeras edades en la casa y se afianza en el aula.
«No ha de verse como un parámetro más en la evaluación escolar. Más bien debiera considerarse un asunto sujeto a permanente intercambio, pues creo que no se resuelve con imposiciones. Es necesario explicarles a los alumnos el por qué se usa el uniforme más allá de lo que identifica. Cualquier llamado requiere comprensión y sobre todo sistematicidad. Si no somos constantes al exigir no logramos nada».
Ser espejo al educar
La palabra lo dice todo, uniformidad; y el uniforme es parte también de esa gran conquista que es la Educación, porque todos nuestros estudiantes, no importa el nivel o tipo de enseñanza que cursen, tienen el suyo, acompañado por los atributos pioneriles, que en el caso de la Primaria es la pañoleta azul o roja, y en la Secundaria Básica el distintivo.
La reflexión la compartió con este diario Yamilé Ramos Cordero, presidenta de la Organización de Pioneros José Martí (OPJM), quien añadió que los pioneros tienen la responsabilidad de usarlo correctamente, respetarlo y cuidarlo dentro y fuera de la escuela.
Su mirada incluyó también lo abordado sobre este asunto en los debates que han sostenido, desde el mes de octubre, los miembros de la organización en las asambleas pioneriles previas al V Congreso: «Muchos niños de las Primarias y Secundarias del país se han pronunciado en estos cónclaves sobre esta problemática, porque usar bien el uniforme se trata de un deber escolar y le corresponde a la Organización de Pioneros, a la institución y a la familia, exigir y velar por su uso impecable en todas partes».
Según palabras de la presidenta de la OPJM, «no basta con discutir este tema permanentemente en las asambleas pioneriles de destacamento, sino que tiene que ser un parámetro de la emulación pioneril, que permanezca en los compromisos individuales de los pioneros o que se lo propongan dentro de las 50 tareas para el presente curso escolar».
Consideró que desde la Organización se debe rescatar que se use el uniforme con más frecuencia en las actividades propias que desarrolla, «eso también es identidad».
Expresó además que la escuela no puede ser un espacio en el que libremente los pioneros sientan que pueden exhibir las modas.
Sobre esta tendencia negativa que se ha deslizado en algunos planteles, violándose lo dispuesto en el reglamento escolar, reflexionó que ello demuestra que falta exigencia entre los propios pioneros, la familia, y los docentes.
Y en esa otra arista cardinal que representa el ejemplo de maestros y profesores también se detuvo: «Ellos son la clave para transformar los lugares en los que tenemos esta problemática, lo que comprenderá que los profesores generales integrales y los instructores de arte, quienes usan también uniforme, se examinen profundamente en este sentido, porque ellos son el espejo de sus educandos».
Hizo especial énfasis, finalmente, en que uno de los rasgos que distinguen a nuestra Educación es la belleza que tienen todos nuestros estudiantes uniformados, sin diferencias, y ese es un privilegio que tenemos que cuidar y disfrutar, pero usándolo correctamente todos los días.