La Finca Museo El Abra, uno de los cuatro monumentos nacionales que existen en la Isla de la Juventud. Autor: Roberto Díaz Martorell Publicado: 21/09/2017 | 04:51 pm
FINCA EL ABRA, Isla de la Juventud.— «Al llegar aquí con la devoción de quienes llevamos dentro a Martí, sentimos que se llega a un lugar sagrado para la historia de Cuba», expresó el doctor Eduardo Torres Cuevas, director de la Biblioteca Nacional José Martí, al dejar reabiertas las puertas de la Finca Museo El Abra, en el aniversario 158 del natalicio del Apóstol y el 67 de fundada como la primera institución cultural en la entonces Isla de Pinos.
Torres Cuevas recordó que fue a este lugar adonde vino aquel joven que luego condujo a los cubanos por el camino de la independencia el 24 de febrero de 1995, y afirmó que preservar esa parte de su vida es una obra de profundo amor.
«Cuando José Martí llegó a esta finca era un adolescente de 17 años que ya conocía los rigores de la vida y de la muerte en presidio, y fue esa experiencia la que lo llevó a abrazar el estandarte de la plena igualdad de todos los cubanos», expresó.
Beatriz Gil Sardá, biznieta de José María Sardá —quien recibió a Martí en su propiedad—, comentó con especial emoción que el encuentro con las nuevas generaciones y la revitalización de El Abra como museo y Monumento Nacional es uno de los orgullos de la familia.
«Reabrir El Abra es también una forma de rendir homenaje a Elías Sardá, mi abuelo, que aunque no conoció a Martí fue uno de los que atesoró en la casa todos sus recuerdos para que las generaciones actuales y las futuras dispongan de ellos y conozcan esa historia. Y lo más importante es que lo sientan presente, como la familia siempre lo ha sentido», dijo.
Previo a la reapertura, pioneros del territorio revivieron los personajes del libro La Edad de Oro y rindieron homenaje al Maestro frente al hoy Museo Municipal, antigua Comandancia Militar, adonde el joven Martí asistía, como deportado político, al pase de lista diario.
A 67 años de inaugurada como museo, la Finca Museo mantiene la magia natural de aquel entorno que ayudó a sanar las heridas del cuerpo y alimentar el alma del joven deportado político que se convirtió después en el autor intelectual de la obra de la Revolución.