El frágil ordenamiento medioambiental de muchas de nuestras comunidades contribuye a la proliferación del vector. Autor: Lisván Lescaille Durand Publicado: 21/09/2017 | 05:02 pm
Ningún reporte periodístico, por optimista que sea, podría dibujar un panorama triunfalista en ninguno de los territorios donde desde hace meses el peligroso agente transmisor del dengue campea por su respeto, o al menos con la «anuencia» del más poderoso dispositivo antivectorial desplegado en el área geográfica donde está presente.
Parecería paradójico, pero mientras más se arrecia el enfrentamiento al mosquito, a un costo millonario en insecticidas, medios y hombres, el perseguido demuestra su estirpe camaleónica, al agazaparse en depósitos de agua en las viviendas, pese al hostigamiento de las «bazucas» de fumigación, o simplemente prefiere irse a vivir fuera de casa, en ambientes menos limpios.
Al menos con ese discurso se presenta ante la prensa al patiblanco. Unas veces «bajo control», en el presunto índice permisible de 0,05; y otras disparado, muy por encima del para nada complaciente indicador, incluso en consejos populares harto estudiados por equipos multidisciplinarios del sistema de atención primaria de salud y de la lucha antivectorial en Guantánamo y Santiago de Cuba.
¿Y si todo es tan perfecto como parece, por dónde se cuela el alado? ¿Quiénes somos los que sistemáticamente no remediamos los problemas antes de recurrir a las socorridas emergencias epidemiológicas por las picaduras del zancudo?
Dentro de casa
Una cancha de voleibol, en la que cada parte intenta vehementemente desplazar la bola hacia el lado contrario. Es esa la imagen que llega hasta cualquiera que intente profundizar en los porqués de la falta de efectividad en el enfrentamiento al mosquito en Santiago de Cuba.
Así lo constató JR en intercambio de opiniones con moradores y vecinos de cuadras y viviendas de las áreas de salud del centro de la cabecera provincial, donde los índices de infestación del Aedes aegypti, a pesar del enorme esfuerzo multidisciplinario, se mantienen muy por encima del 0,05 permisible.
La falta de calidad en el trabajo de operarios, o la superficialidad y en ocasiones escasa profesionalidad de los llamados trabajadores de la Campaña, entre otros aspectos, fue el blanco de los criterios de medio centenar de santiagueros encuestados en torno a los grandes problemas que padece el trabajo antivectorial en este territorio.
Y aunque algunos, como Inés María, vecina del paseo Martí, en Los Olmos, reconocen que mucho se ha mejorado organizativamente en los últimos meses, pues ya se conoce el día de la semana en que se fumigará y los compañeros son más minuciosos en la inspección de los depósitos, todavía la inestabilidad de la fuerza limita el éxito.
«Un día viene uno y la próxima vez viene otro —expone Inés María—. Por eso a veces el segundo vuelve a echar abate en un tanque que ya tenía, por ejemplo, y no se tiene una verdadera claridad de los problemas de cada manzana; y tampoco uno como morador llega a identificarse con el operario».
«La mayoría de las veces son los vecinos irresponsables los que, desde la creencia de que aquí en Cuba no se va a dejar morir a nadie de dengue, le dicen al operario que le firme el visto y se vaya o le fumiguen solo determinada parte», considera Luis Hernández, del área de salud Finlay.
Ahí es donde las fuerzas sanitarias todavía no resultan todo lo idóneas que debieran, y también porque a veces sus integrantes, quienes están agotados de un trabajo que es realmente duro, y en el que también en ocasiones son maltratados por la población, terminan consintiendo el fraude de decir que revisaron, sin haberlo hecho.
Adonis Galano, vecino del reparto Municipal, sostiene que aún es igualmente débil el control de los supervisores y personal encargado de revisar y defender la calidad del tratamiento focal y adulticida.
«Los supervisores pasan, muchas veces detrás de los operarios, y superficialmente se contentan con preguntar si el compañero pasó a revisar el visto; no son minuciosos en el chequeo de lo hecho y por eso no descubren las dificultades que van quedando hasta que aparece el foco; entonces se arma el corre-corre».
La falta de sistematicidad en la recogida de la basura y otros desechos por parte de organismos como Servicios Comunales y los múltiples salideros que como consecuencia de la rehabilitación del acueducto existen en la ciudad, fueron dificultades igualmente reiteradas por la mayoría de los encuestados.
«No hay sistematicidad en la recogida de la basura; muchas veces se les orienta a los vecinos sacar los escombros y demás desechos, y se quedan ahí en una esquina, lo que también es aprovechado por vecinos insensibles que van sumando basura hasta que se forma el vertedero», sostiene Anaís, vecina del reparto Sueño.
Para Jorge García, de Los Hoyos, el principal problema está en la pobre educación sanitaria de los ciudadanos. «Lo primero es la educación de la población; cuando la gente tenga conciencia de que hay que tapar y eliminar todo lo que pueda servir de criadero al mosquito, no hará falta trabajo antivectorial.
«Pero la educación sanitaria falla en la base; se limita solo a los medios de difusión y alguna que otra audiencia sanitaria. Los operarios, que son los que más contacto tienen con los vecinos, no hacen labor educativa; vienen únicamente preocupados por la revisión de los depósitos, no le aportan elementos de juicio a la gente, y los médicos de familia tampoco son sistemáticos en eso.
«La mayoría de los focos del Aedes aegypti en esta ciudad están en los depósitos de agua, en los tanques bajos de centros de trabajo y viviendas; de manera que el principal problema está dentro de la casa. Si no se trata de llegar a la gente, los mosquitos persistirán».
La zanja, oh, la zanja
El rostro de José Enríquez, con una mueca, emerge tras las páginas de un diario. «Vaya, ahora más del 50 por ciento de los focos están fuera de las casas. ¿Cuándo lo descubrieron?», se pregunta en Guantánamo.
El «descubrimiento» y la pícara alusión vienen a reforzar su tesis de que «si bien en casa la gente muchas veces acentúa el problema, es evidente la falta de sistematicidad en el saneamiento medioambiental comunitario, el chequeo de rigor de la salud pública desde la base, además de la adecuada selección, completamiento de la plantilla, y la preparación los trabajadores de la Campaña», denuncia.
Las lluvias, por estos días, favorecen la reproducción del insecto, pero desde antes se mantenían riesgos latentes en registros obstruidos, mal tapados o a la intemperie, zanjas deficientemente canalizadas (como lo estuvo y está la famosa del barrio San Justo), salideros hídricos, microvertederos en plena ciudad y en las márgenes de los ríos, y basura abundante en casa, aguardando por los recolectores.
«Siempre creí que esa situación sería un detonante de nuevos brotes», opina la joven Osmaglis Herrera, residente en uno de los barrios al sur de la ciudad guantanamera. Para ella, preservar a sus dos hijos y a su familia de cualquier infección la obliga a elevar su percepción del riesgo, «algo que no todos aquí en el Guaso tienen en cuenta», reconoce.
Sin embargo, una vez que sus depósitos resultaron positivos, hizo de todo: «Limpié los tanques de agua con frecuencia, los flameé (aplicó alcohol y fuego), los viré boca abajo un día entero antes de utilizarlos, y los mantengo bien tapados y hasta con pececitos, para que se coman las larvas», recuerda.
Taimí Hernández Pérez, domiciliada en el Consejo Popular Sur-Isleta, considera que se debe intensificar la labor profiláctica de los profesionales de la salud, «pues casi nunca realizan las charlas educativas y el seguimiento de los casos febriles es formal; casi nunca llegan hasta la casa, sino que indagan desde lejos, y en general no notas que el Médico de la Familia se interese periódicamente por estas cuestiones.
«De otro lado podrían venderse tanques de mejor calidad que los distribuidos hace un tiempo, muchos de los cuales ni siquiera cierran herméticamente; además de combatir junto a la gente, claro, el débil ordenamiento ambiental de muchas comunidades», declara la interpelada.
Las opiniones se dividen, pero el campo de batalla y el enemigo son los mismos, aunque a ratos le demos un poco de tregua.