Para los que nacimos donde los símbolos pueden ser un gallo o una laguna de la leche, es interesante conocer que entre las tradiciones de esta zona central del país están las llamadas crujideras.
En lo primero que se piensa al leer esta palabra es en el sonido que hacen las camas, los dientes cuando las personas tienen fiebre alta, la seda y hasta en los huesos, si cansados y viejos rechinan al caminar.
Sin embargo, aquí se hablará de una añeja tradición de esta ciudad colonial -fundada en 1514- que dejó de existir por motivos indiscutibles. Hurgando en viejas historias, encontramos la de las crujideras.
Cuentan los espirituanos más entraditos en años, quienes lo escucharon de boca de sus abuelos o padres, que a finales del siglo XIX y principios del XX se generalizó entre los hombres ponerle a los zapatos un pedazo de cuero grueso, denominado moscovia.
Ello se convirtió en el último grito de la moda y consistió en colocar con pocos clavos dicho material entre la plantilla y la suela del calzado, logrando con ello un sonido parecido al de un cascabel o sonaja.
Llamativo galanteo
El sonido o chirriar encerraba todo el misterio, ya que ese era el objetivo: llamar la atención de las jóvenes y hacerse notar a toda costa, aunque a veces todo quedara en mucho ruido y pocas nueces.
Afirman que fue tan popular y aceptada esta práctica por las mujeres que incluso los campesinos la incorporaron a los arreos de sus cabalgaduras, en particular a las monturas.
Como dice el viejo refrán, a río revuelto, ganancia de pescadores; y así fue como esta peculiar forma de hacer ruido con los zapatos y los arreos de las cabalgaduras tuvo muchos seguidores entre los del sexo masculino en la villa del Espíritu Santo y, por supuesto, se comercializaron las llamativas crujideras.
Los zapateros empezaron a cobrarlas por centavos y dicen que hubo muchos que por tal de conquistar a una joven de la cual estaban enamorados, eran capaces de encargar de 20 a 40 centavos de crujideras, como si a más ruido tuvieran una mayor ventaja en amores.
Quien más generoso era con el zapatero a la hora de vaciar sus bolsillos, tenía derecho a más crujideras en su calzado o monturas. En ocasiones ponían hasta dos pedazos de moscovia o cuero grueso y muy grasoso.
Algunos afirman que ese modismo de hacer chirriar el calzado fue acogido por los habitantes de las zonas rurales, pero la mayoría coincide en que muchos adeptos residían en el centro urbano de esta villa, a unos 350 kilómetros al este de La Habana.
En el olvido
Las crujideras quedaron en el olvido entre los años 1929 o’ 1930, debido a la incorporación de nuevos modelos culturales y porque ya era innecesario que los zapatos hicieran ruido para llamar la atención de alguna mujer.
En un país donde el piropo siempre ha existido, donde las féminas se sienten halagadas ante tanta poesía y a muchas eso les basta para caer rendidas ante un galán, es difícil explicarse el porqué los hombres de aquella época recurrieron a tan chillona muestra de amor.
Si bien Sancti Spíritus tiene símbolos muy bien definidos como el puente sobre el río Yayabo, la iglesia Parroquial Mayor, el teatro Principal y un sinfín de inmuebles patrimoniales, así como las historias de güijes que salen de las aguas del río, posee además una riqueza intangible en sus diversas tradiciones.
Imaginamos aquellos días de San Valentín o de los Enamorados en que, en vez de enviar una linda postal, un ramo de flores o una caja de bombones, los espirituanos hicieron populares las crujideras como una forma de galanteo.