El Martí de la Plaza de la Revolución. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 04:54 pm
Cintio Vitier, quien murió el pasado primero de octubre, fue uno de los más prominentes estudiosos de José Martí y ha sido calificado de muchas justas maneras.
El presidente del Parlamento, Ricardo Alarcón de Quesada, llamó a Cintio «El Apóstol del Apóstol».
El joven colega Jesús Arencibia Lorenzo, en una conmovedora crónica sobre su fallecimiento, lo denominó recientemente como «estremecedor de los destinos (…), padre de mundos y (…) un temblor de vida condenado a la futuridad».
Siempre Cintio atesoraba y confesaba sentimientos íntimos acerca de Martí y sugería tomar su cultura como guía y paradigma.
Comenzó a leer con La Edad de Oro y con el tiempo estuvo junto a Fina García Marruz, su compañera en la vida y en el trabajo intelectual, durante 15 años en la Sala Martí de la Biblioteca Nacional, antecesora del Centro de Estudios Martianos.
Sobre José Martí bebió primero en lo escrito por su padre, Medardo Vitier, y luego en la biografía de Jorge Mañach, Martí, el Apóstol, para él «la mejor que existe».
Reconoció Cintio también que su maestro fue su padre, y que Medardo, diez años antes de nacer él, resultó premiado por el primer libro sobre el Apóstol de Cuba.
Su casa matancera era una escuelita. Su padre, el director, y su madre, maestra normalista.
La música, además, era una pasión en su vida. Con 13 años tocó el violín junto a una amiga arpista y él hacía dúo con la madre de Fina, que tocaba el piano, inclinación artística que transmitió genéticamente a sus dos hijos músicos, José María y Sergio, cuestión que calificó entre lo más grande que le había ocurrido.
He aquí una entrevista imaginaria con Cintio Vitier, a partir de lo que él llamó «rápidos apuntes sobre la cultura integral martiana», estimulada por una conferencia que ofreció en el Teatro de la Escuela del Partido Ñico López, en abril de 2006, y cuyo contenido autobiografió exclusivamente a este autor.
—¿Qué motivó a Martí en el ámbito científico?
—El profundo y constante interés de Martí por los caminos de la ciencia tuvo tres motivaciones: una, desde luego, gnoseológica; otra, íntimamente relacionada con su concepto de la educación, y otra, en fin, práctica, deseosa de contribuir a lo que hoy llamamos la transferencia de la tecnología.
«Desde su periodismo mexicano, todas las ramas de la ciencia interesaron a Martí. Se adelantó a preocupaciones ecológicas infrecuentes en su época. Especial conocimiento de la ciencia y la técnica agropecuaria demuestra en Gran exposición de ganado y en Cartas a Enrique Estrázulas.
«Sorprenden y deslumbran por su precisión científica y su belleza literaria, sus crónicas sobre la construcción del Puente de Brooklin en 1883 y sobre una exhibición de flores en 1891. Nutridísima fue su divulgación de noticias científicas, de descubrimientos e inventos técnicos en La América, de Nueva York, y en la Sección Constante, de La Opinión Nacional, de Caracas.
«Todo ello en el contexto intencional que había tenido precursores cubanos de la talla del padre Félix Varela y de José de la Luz y Caballero. Lo distintivo de estos próceres de nuestro pensamiento fue su búsqueda, dentro del diseño filosófico aportado por el racionalismo cartesiano y el iluminismo europeo, de una conciliación de ciencia y fe. “Le haré dar a entrambas —escribió José de la Luz— el abrazo estrecho y sincero que se debe dar a la verdad, el ósculo eterno de la paz”».
—¿Qué teorías científicas apasionaron más a Martí?
—Fueron las antropológicas; la ciencia práctica que más lo atrajo fue la Medicina. De lo primero son ejemplos su crónica sobre la muerte de Darwin, su ensayo sobre Emerson y su comentario al libro de Tito Vignoli El mito y la ciencia, todos de 1882. En los tres sostiene su convicción de que hay una interrelación constante de materia y espíritu, que «la vida es doble» y «yerra quien ve la vida simple».
«Debe haber, pues, una “ciencia del alma” y una “ciencia de los cuerpos”, y deben armonizarse, lo cual nos conduce a entender esta sentencia suya: “En el mundo se ha de vivir como viven los médicos en los hospitales”, aludiendo a esa “cura de almas” que fue vocación de toda su vida. Sin olvidar la cura o alivio de los cuerpos, que lo llevó a sentenciar también: “Los médicos deberían tener siempre llenas de besos las manos”.
«Ese oficio de piedad se despertó en él cuando en el presidio político prestó auxilio, con riesgo de su vida, a los coléricos moribundos: “Mis manos han frotado rígidos miembros, con mi aliento los he querido revivir…”.
«Hacia el final de su vida, ya en plena manigua insurrecta, el Diario de campaña, donde notamos su constante interés por las virtudes medicinales de las plantas, nos ofrece conmovedores testimonios de lo que pudiéramos llamar enfermería mambisa. En carta a la familia Mantilla en Nueva York, les dice que, curando a los heridos, sentía las manos llenas de
piedad».
—¿En filosofía cuáles fueron las fuentes de las cuales se nutrió?
—En España estudió, por disciplina universitaria, a Balmes y al idealismo alemán de su tiempo. Del ambiente filosófico más liberal, el dirigido por Julián Sanz del Río y Federico Giner, recibió influjos del krausismo, que en él se fueron desvaneciendo.
«Aunque llegó a dar clases de Filosofía en Guatemala, y sin duda conoció a los principales pensadores de su época, su cultura filosófica fue más bien dispersa y siempre al servicio de su propia concepción del mundo, dominada por la actitud electiva que entre nosotros inició el presbítero José Agustín Caballero en el Seminario de San Carlos de La Habana.
«En sus Cuadernos de Apuntes hallamos la idea central de que buscaba una filosofía de relación, en la que el universo (versus uni: lo diverso en lo uno), y no el yo, es la verdadera fuente del conocimiento, en que la directriz epistemológica está en la ley de analogía y en que el equilibrio es la “ley matriz” del cosmos.
«No cabe desligar estos principios de sus concepciones científicas, religiosas, artísticas y políticas. Aunque no estaba en las características de su genio la voluntad de estructurar un sistema de pensamiento, de hecho lo creó gracias precisamente a la ley de analogía que lo preside».
—Además de la poesía, ¿qué otro arte le interesó más a Martí?
—Después de la poesía, el arte del que supo más y que ocasionalmente practicó, fue la pintura. Dos momentos, por cierto íntimamente relacionados, lo comprueban: sus apuntes en España sobre Goya, a quien llamó «uno de mis maestros», filiación intuida en el juicio de Sarmiento, y de quien dijo: «Yo no conozco obra más completa en la sátira humana», y en su crónica sobre la exposición de los pintores impresionistas en Nueva York».
«De estos escribió en 1886, cuando todavía eran incomprendidos: “De Velázquez y Goya vienen todos —esos dos españoles gigantescos: Velázquez creó de nuevo los hombres olvidados; Goya, que dibujaba cuando niño con toda la dulcedumbre de Rafael, bajó envuelto en una capa oscura a las entrañas del ser humano y con los colores de ellas contó el viaje a su vuelta”.
«Hay en esta crónica afirmaciones que atañen a toda expresión artística y poética, como cuando nos dice: “Toda rebelión de forma arrastra una rebelión de esencia”, noción que procede de su constante señalamiento del ajuste de forma y fondo que también pidió a la política.
«Descubrió además, bajo la voluptuosidad colorista y lumínica del impresionismo, su contenido social cuando observa cómo van, “por irresistible simpatía con lo verdadero, por natural unión de los ángeles caídos del arte con los ángeles caídos de la existencia, a pintar con ternura fraternal, y con brutal y soberano enojo, la miseria en que viven los humildes”.
«Junto con su capacidad fruitiva de la luz y del color, que ya se había hecho patente en su novela Amistad funesta o Lucía Jerez (1885), llega finalmente a sugerir la posibilidad de ver en El remador de Renoir (que habitualmente luce “como una copa de borgoña al sol”) como un velado emblema de la revolución social. Alejo Carpentier lo consideró, en música, partidario de “la revolución wagneriana”».
—Háblenos de la cultura poética de José Martí.
—En esta dimensión ya Martí no es solo un esclarecido receptor sino un verdadero creador que a partir de 1881, durante su estancia en Caracas, inicia la nueva expresión que en verso y prosa se llamará modernismo. Pruebas de ello son su artículo El carácter de la Revista Venezolana, que redactó íntegramente; su poemario Ismaelillo y su prólogo al Poema del Niágara, de Juan Antonio Pérez Bonalde, estos dos últimos publicados en Nueva York en 1882.
«Ya Fina ha hablado de este momento inaugural de la poesía en lengua española, del que Rubén Darío, por la mucho mayor publicidad de sus libros a partir de Azul… en 1888, será la cabeza visible, aunque él mismo consideró a Martí su Maestro.
«En realidad ya en Guatemala, a sus 25 años, en 1878, Martí escribió por lo menos un poema, Medianoche, que incluirá en sus nunca publicados por él Versos Libres, que sin duda corresponde a la mencionada renovación poética.
«La diferencia principal entre Darío y Martí reside en que el primero, sin desconocer la tradición española, partió de los movimientos innovadores franceses de la segunda mitad del XIX, mientras Martí, sin desconocer tampoco esos aportes, se mantuvo fiel a la raíz hispánica de los Siglos de Oro y asimiló con entera originalidad su ferviente lectura de Whitman, dándolo a conocer en lengua española incluso a Darío. En cuanto a los Versos Sencillos, con ellos Martí se adelantó a la asunción personal y moderna del tono popular, en este caso sobre todo cubano, que posteriormente realizarían en España Antonio Machado y Federico García Lorca».
—¿Puede resumirnos la cultura económica del Maestro?
—Basta leer las crónicas de Martí sobre la Primera Conferencia Internacional Americana, convocada por Washington en 1889, publicadas en La Nación, de Buenos Aires; el informe presentado por Martí, delegado por el Uruguay, a la Comisión Monetaria Internacional Americana el 30 de marzo de 1891 y su memorable artículo La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América, aparecido en La Revista Ilustrada de Nueva York, en mayo de 1891, para comprobar su profunda cultura en materias económicas y financieras, la que empezó a forjarse durante su estancia en México de 1875 a 1876, según lo testifican numerosos artículos suyos en la Revista Universal.
«Dos contenidos se destacan en esos textos, culminantes en el ensayo Nuestra América: la necesidad de que las soluciones económicas correspondan a las condiciones específicas de cada país, el peligro de la importación de soluciones foráneas; y su creciente advertencia acerca de la orientación del capitalismo norteamericano hacia la dominación de América Latina, es decir, hacia el imperialismo, anunciado por los monopolios, el mayor adelanto tecnológico, los mercados “repletos de productos invendibles” y la confesión desde los tiempos de Jefferson y Adams de lo que se llamaría el “destino manifiesto”: esa especie de supuesta predestinación geopolítica según la cual los Estados Unidos estaban destinados a explotar y dirigir lo que Martí llamara “nuestra América”».
—¿Qué nos legó el Apóstol en política?
—Con las observaciones anteriores tocamos ya uno de los elementos fundamentales de la política martiana, dimensión en la que, como sucede con la poética, Martí nos deja un legado original.
«Decimos esto porque, después de sus casi 15 años de estancia en Estados Unidos, cuyas grandezas y miserias conoció mejor que nadie en su tiempo, y después de sus experiencias en países ya liberados del colonialismo español, a saber, México, Guatemala, Venezuela, no es razonable pensar que la “República moral” que deseaba para Cuba fuese un mero calco de aquellos sistemas.
«Por lo pronto concibió una guerra sin odio al español en cuanto tal, en que ya primasen los principios republicanos de lo que llamó una “guerra culta”, como preparación efectiva de la futura República.
«En su artículo con motivo de la muerte de Carlos Marx, al que elogia sobre todo por haber sido “hombre comido por el ansia de hacer bien”, hace reparos metodológicos que se relacionan con sus comentarios dispersos sobre la Comuna de París.
«No compartió la estrategia de la lucha de clases en su prédica revolucionaria. Sin embargo, ya al final de sus días, en el Manifiesto al New York Herald, y en su última carta a Mercado con mayor claridad, deja entrever que, si la previsible intromisión norteamericana hiciera inevitable la lucha de clases, su partido estaría al lado de “la masa pujante —la masa mestiza, hábil y conmovedora, del país—, “la masa inteligente y creadora de blancos y negros”, o, como dijo en sus Versos Sencillos, “con los pobres de la tierra / quiero yo mi suerte echar”.
«No fue, por lo tanto, en política, un doctrinario de métodos rígidos e incambiables, sino un combatiente muy atento a todas las
modulaciones de la realidad. Lo único incambiable en él, como horizonte nacional, fue la divisa del Padre Varela: “No hay patria sin virtud”, la pasión por la libertad que desde muy temprano le inspiró Heredia, y el testamento de José de la Luz y Caballero según el cual la justicia es el único “sol del mundo moral”. Proyectando hacia nuestro futuro esa tradición, que fue asumida en los rigores de la guerra por Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez… sintetizó sus principios políticos, inseparables de sus principios éticos, en el discurso Con todos y para el bien de todos.
—¿Qué ha sido para usted José Martí?
—Tener a Martí de Apóstol y Maestro ha sido y es la mayor fortuna de Cuba. Parafraseando el dicho clásico, nada humano ni divino le fue ajeno. A la Sociedad Cultural José Martí le recordábamos una de las múltiples citas que revelan la completez de su humanismo: “quien ni a Homero, ni a Esquilo, ni a la Biblia leyó, ni leyó a Shakespeare, que es hombre no piense, ni que ha visto todo el sol, ni ha sentido desplegarse en su espalda toda el ala”.
«Reconoció así la antigüedad clásica, la tradición cristiana y el Renacimiento como raíces de una modernidad sedienta de justicia universal.
«Quien recorra su gigantesca obra periodística o se deleite y conmueva con su maravillosa La Edad de Oro, donde la historia, la poesía y la ciencia se conjugan tan naturalmente, comprenderá que este hombre no nos pertenece solo a los cubanos, sino que pertenece a toda la humanidad».
Fuentes:
«Cintio. Fe, patria y poesía», Jesús Arencibia Lorenzo, JR, 2 de octubre de 2009.
«Conversaciones con Cintio Vitier», Rosa Miriam Elizalde, JR, 4 de octubre de 2009.
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