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Teleserie cubana Diana: los lectores polemizan

Subversión de prejuicios y estereotipos. Esa parece la propuesta esencial de la serie televisiva Diana, a tenor de las reacciones de nuestros lectores, a quienes les conduce a reflexiones profundas: ¿Cómo hemos actuado? ¿Somos tan solidarios o egoístas como esos personajes? ¿Cómo quisiéramos que fueran o actuaran nuestros hijos en esas situaciones? JR decidió aceptar el debate

Autor:

Javier Dueñas

La serie Diana, cuyos capítulos ocupan ahora mismo el horario estelar de lunes, miércoles y viernes de Cubavisión, ha desatado un intenso debate. También llama la atención su heterogeneidad, pues en él parecen haber encontrado sitio desde quienes reservan un pedacito de la noche para degustar telenovelas hasta aquellos que comúnmente no sienten preferencia por ese espacio y no han quedado ajenos a un producto en muchos sentidos novedoso.

Una sabia y vieja definición dibuja a los periodistas como «la oreja de Dios», en alusión a ese sino de los colegas de ir por el mundo con «las antenas encendidas» captando sucesos y resonancias. Así llegaron a estas páginas los ecos de Diana. Un comentario de José Alejandro Rodríguez (En la diana, 9 de agosto) y la entrevista de  Yarimis Méndez Pupo a Rudy Mora, artífice de la serie (No me gusta la simple complacencia, 16 de agosto), abrieron las puertas a otras visiones sobre la telenovela.

Y lo que parecieron modestos acercamientos a los dilemas de sus personajes y a los secretos de bordar un producto como este, terminaron convirtiéndose en agradables provocaciones a dialogar. Hasta hace unas horas continuaban confirmándolo decenas de opiniones que llegaron a través de cartas, mensajes electrónicos y en los comentarios hechos a la entrevista en nuestra página digital (http://www.juventudrebelde.cu/cultura/2009-08-15/rudy-mora-no-me-gusta-la-simple-complacencia/).

Este dibujo nuestro

Propuesta televisiva original, de gran calidad, sui géneris, polémica, atrevida, transgresora de esquemas… son algunas de las frases empleadas por los lectores «flechados» por Diana.

Para Ana Díaz la teleserie está bien conformada y representa la actualidad cubana en muchas facetas de la vida, no solamente la vivienda.

Ariel no se considera un amante de las novelas, pero esta lo ha «enganchado» y cree que ello tiene que ver con su reflejo de «los problemas de convivencia de nuestra sociedad, en la cual coexisten conflictos… Eso además de la peculiar manera de tratar las escenas, cuando los personajes se desarrollan».

Tampoco se define como «novelero» Frank Manuel Piñón, pero admite que quedó atrapado desde el primer capítulo. Cree que «para suerte de nuestra maltrecha programación dramática, Diana marcará un hito por la manera osada de exponer las ideas y la edición enervante, la fotografía excelente y actuaciones que son muy buenas».

Luis Cardona no ha visto todos los capítulos, mas le agrada «cómo Rudy Mora ha manejado la situación familiar que se crea cuando el tema de la vivienda, uno de los problemas más críticos en nuestro país, comienza a tocarnos de cerca».

Hayram piensa que es una magnífica teleserie, valiente al reflejar una verdad latente y que «no podemos tapar».

Otro ángulo descubre Jorge Miguel: «Diana también pone su mirada en valores que se han ido perdiendo. Por ejemplo, el personaje de Pomares, el “botero”, en ocasiones no cobra por un viaje cuando todos sabemos que en la realidad otro pediría lo imposible (es tal vez un personaje de ficción, pero aleccionador). O la vecina de Fernando, que no piensa cuánto vale un plato de comida sino que comparte lo que tiene. Se hace un enfoque directo hacia el egoísmo de algunos personajes y el altruismo de otros».

Mayra Pi, «una simple cubana que vive el día a día» y que percibe las exigencias domésticas cotidianas como «batalla que solo se vence con mucha tolerancia, perseverancia y amor», considera que sus tensiones íntimas están reflejadas en la serie: «Eso y mucho más es la vida, esa que vemos en Diana. Estoy de acuerdo con mi mamá cuando me decía: “tal parece que han salido con una cámara y se han metido en los hogares y en la calle”».

¿Dónde buscar nuestras realidades?

¿Por qué tipo de telenovela apuestan los televidentes? Diana también ha generado criterios encontrados sobre el alcance y la utilidad de ese espacio.

Pablo Castro cree que toda la polémica entre los televidentes tiene que ver con que «se escogió un horario obligado para “refrescar”, para salir de la rutina diaria, para ver galanes y bellos amores con sus finales felices y dejar la calle atrás… Hay que ofrecer productos que nos proporcionen sueños agradables y reparadores».

Ariam piensa que no es justo «esperar un rato de fantasía y escape a las nueve de la noche y solo ver lo mismo que vivimos. Sí creo personalmente que las historias de amor son necesarias. Sería como exponer que quemáramos Romeo y Julieta simplemente porque es romántica y fantasiosa. Vivimos una época de realidad, pero Diana es demasiado radical si lo que pretendía era cambiar un patrón televisivo que por más de 40 años se ha disfrutado. Algunas cosas simplemente hay que dejarlas como están…».

De otra manera piensa Frank Manuel Piñón: «Divorciarnos de la vida con la justificación de que hay que desconectar no me parece útil. ¿Tiene el arte que estar aislado de la realidad? Ese es un patrón formado en la conciencia de nuestra gente… Estoy seguro de que frente a esta propuesta audiovisual ya son muy pocos los que se quedan indiferentes. Ese es su principal valor: el llamado a la reflexión y al debate».

Tras el realismo de Diana quizá se esconda la aversión que sienten ciertos televidentes, reflexiona Abel Sánchez. «Al individuo le gusta soñar e imaginar situaciones que superen su vida real. Es por eso que  mucha gente prefiere ver telenovelas con actores y actrices muy bien parecidos, con mucho lujo y grandes mansiones, en las cuales se aprecian situaciones que nada tienen que ver con nosotros y son en lo más profundo de su conceptualización un instrumento del mercado empleado para estimular en la gente pobre un espíritu consumista y enajenante…».

Tampoco Idania está de acuerdo «con ese tipo de novelas que no te hacen pensar y que te sientas a verlas como si fueras un drogadicto… No somos tontos como para estar delante del televisor viendo novelas “color rosa”. Otro mundo existe y es necesario verlo también».

Para Luis es «excluyente» esa telenovela importada «llena de códigos anquilosados, con mansiones fastuosas, donde todos son hermosos… y el simple trabajador no tiene la más mínima oportunidad de estar representado —o solo como jornalero mal pagado, vago o drogadicto. Venden un mundo idílico donde únicamente los vencedores tienen oportunidades. ¿Y quiénes son esos? Pues los ricos explotadores… Por eso aplaudo la propuesta de Rudy, siempre cabalgando con la verdad y la realidad de la sociedad…».

También Beatriz García prefiere «una novela que refleje mi verdad. Al final nos puede servir incluso para mejorar. ¿Hasta cuándo esos “culebrones” tontos, carentes de sentido común, que hasta subestiman la inteligencia del espectador?»

¿Para qué adentrarnos en nuestra realidad —preguntaba otro lector— si la sabemos todos los cubanos? De otra manera ve ese asunto Rubén: «A veces somos autores o convivimos con esas miserias humanas reflejadas en la novela, y no somos conscientes hasta que las vemos en una obra de arte. Pero en Diana también hay ejemplos de solidaridad humana. Así es como transcurren nuestras vidas y la novela nos conduce a reflexiones: ¿Cómo hemos actuado? ¿Somos tan solidarios o egoístas como esos personajes? ¿Cómo quisiéramos que fueran o actuaran nuestros hijos en esas situaciones? (…) El asunto no está en cerrar los ojos o virar la cara en otro sentido; este tipo de producto ayuda a convertirnos en mejores personas, si es que lo asumimos sin miedos y prejuicios».

«Pienso que muchos cubanos, quizá demasiados, se han acostumbrado a ver “las cosas lindas” que presentan las novelas extranjeras», sostiene Mayra Hernández Menéndez. «Incluso tratando temas profundos, se limitan a presentarlos en la clase media, sin hurgar en lo que ocurre con las capas bajas… Nos embriagan esas bellas imágenes de un Río de Janeiro inaccesible para muchos, unas bellas mansiones, gente linda (…) Si esos “movimientos de cámara” que según dicen “marean”, “esos ruidos” que molestan, entre otros “defectos” lo tuviera una teleserie foránea, ¡ah, entonces sí que es bueno todo!».

Jean David Ortega agradece a Diana romper con «la absurda cotidianidad que nos inunda con propuestas visuales “fáciles”, que no alimentan ni brindan la posibilidad de crear más allá de una idea ya preelaborada y un final en el que “todos son felices”».

Es un logro inmenso que Diana haya apostado por ese formato, para bien de quienes gustan de más reflexión y situaciones realmente inteligentes, afirma Juan Carlos. «De tal suerte —añade— nos alejamos de los patrones edulcorados e irreales de la telenovela importada y también de la nacional, que en su momento ha incorporado dichas maneras de hacer, regalándonos entonces una avalancha de situaciones absolutamente irreales donde todos los personajes poseen suntuosas casas, carros y niveles de vida muy distantes a los reales. ¿Dónde debemos buscar entonces nuestras realidades?»

¿Gato por liebre?

Las opiniones a favor también estuvieron matizadas. Oscar dedica «palmas a Rudy Mora y a su tropa», pero cree que «“se le fue la mano” con el movimiento de cámara y el sonido es deficiente».

Reinier Alonso estima que «aborda un tema interesante y cotidiano, está bien escrita, bien dirigida y tiene un buen elenco artístico. Lo que no está bien es la edición; ese movimiento de cámaras continuo está fuera de tono. Tal vez la idea sea buena pero no hay que ser tan reiterativos…».

El Director dio en la diana con respecto al tema, pero no con los medios y la forma de su presentación en pantalla, opina Ernesto León, quien considera que «no era necesario abordar la problemática actual de la vivienda y la familia con una total ruptura con lo que él (Rudy Mora) nombra “la moda audiovisual”…».

Sobre el uso de la cámara también opinaron varios lectores, quienes suscribieron que su movimiento no siempre está justificado como complemento de la acción dramática y a veces da la impresión de que tiene que moverse porque sí.

Con buenos ojos vio el guión Naskicet, aunque cree que necesita «algunos retoques para que la trama se desarrolle de una manera más rápida. En cuanto al experimento de la cámara, deberían haberlo dejado para otro espacio: el horario de la telenovela en Cuba es inviolable y ya son muchos los que dominan el audiovisual. Creo que gran parte de las críticas a la serie corresponden a la selección por la Televisión de ese horario».

También Osvaldo Díaz considera que «Diana ha sido colocada en un mal horario… No solo es un problema de la edición crispada y los planos y secuencias demasiado cortados, sino que tiene un audio deficiente y hay que poner el servicio de close caption para entender lo que hablan figuras con una dicción impecable, como Verónica Lynn y Broselianda Hernández». Es controvertida, opina, pero «comunica muy poco».

Preocupada por el horario también está Caridad Torres Domínguez. Para ella, «la serie tiene escenas de sexo muy expresivo» y aunque comprende que a los menores debe creárseles una cultura sobre el tema, cree que no deben verla. «Que nadie me diga que los niños cubanos duermen con La Calabacita», fue la frase que puso punto final a su mensaje, acaso una invitación a que se tengan en cuenta dinámicas familiares actuales al seleccionar los horarios de los programas.

¿Hay unanimidad en este tema del horario o, dicho con precisión, de que el espacio de la telenovela abra puertas a otras estéticas? Tampoco. Damián le encuentra «buena factura, excelentes actuaciones y una carga dramática bien dosificada, un buen guión y adecuado ritmo en el desarrollo de los acontecimientos… Mi único consejo para Rudy es acerca del abuso de los símbolos y otros recursos análogos pues a veces parecen demasiado forzados y más que estimular la inteligencia y la agudeza del receptor, parecieran subvalorar su capacidad. Es legítimo apostar por un producto experimental; y mientras más sutil sea la introducción de estos elementos mayor calidad tendrá la propuesta».

«Las polémicas, disgustos, la comprensión o incomprensión que deja tras de sí la serie, no son más que el resultado de «vernos reflejados por primera vez con nuestras necesidades, problemas, nuestra lucha diaria, carencias y propósitos, y saber que todo tiene una razón y una enseñanza para una mejor convivencia y un mejor futuro», analiza José Luis, quien recuerda que «esta nueva generación está desprovista de tabúes, pero los niños y niñas no deben ser espectadores de la teleserie; ellos tienen su horario de sueño y los adultos debemos educarlos y ponerles los límites necesarios».

Al tomar el pulso a algunos juicios pareciera que el horario del espacio es un baluarte cerrado a otras aproximaciones artísticas (para algunos lectores, las únicas que verdaderamente lo son). Sería bueno que meditáramos si miradas personalísimas como esta, con una calidad y hondura que suscriben la mayoría de las opiniones, no pueden gozar de un amplio escrutinio público. ¿En qué atolladero colocaríamos a creadores con una honesta y comprometida vocación? ¿Por qué negarles libertad para crear aplastándolos con convenciones? ¿Para qué sirve la tradición sino para viajar al futuro desde ella?

Osadía visual

Muchísima atención ha concitado la presentación visual de Diana, su modo peculiar de contar.

Osvaldo estima que «se pueden tratar temas de la realidad cubana sin ser tan tediosos y usar galanes reales que tengan defectos menos enemigos del diálogo que tartamudear».

Más allá de la intención de romper esquemas, Rafael Limia Barrero piensa que «la propuesta visual (de Diana) no es la ideal» para el género. «Otra cosa es la crudeza de los problemas. No hay que ver la serie para saber todo esto que se muestra en ella. El autor debe tomar de la realidad y recrearla en la ficción, pero en Diana no veo la ficción por ningún lado».

José Miguel opina que los televidentes no están acostumbrados a los códigos televisivos de la serie. «La gaguera de (el personaje de) Fernando Hechevarría es agobiante y cansona, y el movimiento de cámaras acaba con la retina. La temática y el talento artístico son de primera, pero la gente desea “refrescar”, no terminar el día con dolor de cabeza».

Pablo Castro sostiene que los realizadores «olvidaron lo importante que es la parte visual y lo agradable para ese horario escogido… Buena parte de los asiduos a ese espacio son de avanzada edad; y atiborrarlos con movimientos de cámara y diálogos extensos los cansa, les molesta, los aturde y terminan perdiendo los mensajes».

Telma del Pilar Sánchez pregunta por qué tenía esta serie que «cambiarnos el modo en que acostumbrábamos a ver las telenovelas. Ese espacio debe ser para relajarnos y no para descifrar modos diferentes de presentación… No es ese el diseño de lo que necesitamos ver después de horas en el trabajo, en la calle, en la casa con los problemas que, además, él nos recuerda en Diana».

También hay otras valoraciones sobre el asunto. «Estoy al tanto de que el discurso de Diana no es sencillo —dice Frank Manuel Piñón—, pero nada en nuestra cotidianidad lo es».

Beatriz García es también de las que aprecia esa mirada compleja: «El mensaje está, y descodificarlo depende del espectador. No se puede ver televisión solo como un pasatiempo: hay que saber sacar provecho de cada minuto que se invierte en ver cualquier cosa…».

En oposición a lo que califica como telenovela clásica, de ritmo lento y acontecer predecible, Noel Pérez piensa que «ver una teleserie de Rudy es como vivirla, y en eso tiene que ver mucho un proceso de edición atractivo y dinámico… No sentimos que estamos ante un obra actuada sino en la vida real».

Al ritmo narrativo y el «gancho» de las diferentes historias recreadas en la serie, regresa Tahimí Hernández Juárez, quien  reconoce en ello un logro de la serie: «Para mí es simplemente innovadora y muy interesante… Todos los días me siento a verla pensando: ¿qué ocurrirá en el capítulo de hoy?».

Un elemento reiterado en quienes apuestan por Diana es la defensa de personajes suyos, como el tartamudo, que la conectan con la cotidianidad. «Por primera vez tenemos un gago en pantalla, maravillosamente interpretado por Fernando Hechavarría —comenta José Luis—, quien nos hace llegar la humildad, sencillez y buen corazón de alguien que, aun cuando no pueda expresarse como todos, forma parte de esta sociedad nuestra que no discrimina razas ni conocimientos, y mucho menos discapacidades».

A Grace Izquierdo Sánchez le parece una idea genial la del personaje de Fernando, «para que gente como él aprecien cómo lo ven los demás y mejoren su ego».

Niurka Miranda Varela cree injusto que se critique a un individuo gago en el rol protagónico. «¿Los gagos e impedidos no tienen derecho a ser representados como parte de nuestra sociedad? ¿Por qué no critican en la novela brasileña Páginas de la vida a la niña síndrome de Down, situada también en un papel principal?»

«Para mi gusto, el movimiento de la cámara a veces se exagera —afirma José Miguel— pero se tolera, así como la gaguera de Fernando, que nos enseña precisamente la tolerancia ante los defectos. Quien no tolera a Fernando, quizá no tolere tratar con gagos en la vida real…».

Razón de ser

«Estimado José Alejandro: Dedico estas letras para agradecer su comentario En la diana, y no porque sea favorable hacia mi trabajo, sino porque aprecio entre sus líneas un respetuoso llamado al debate.

«Sería redundante comentarle sobre las opiniones diversas que ha generado el serial incluyendo las que manifiestan rechazo, pero quizá es nuevo para muchos que estoy muy satisfecho porque esté sucediendo —esa es la razón del arte y por  ende del artista, que en este caso está comprometido con su realidad. Muchas opiniones, a mi pesar, manifiestan límites y fronteras de pensamiento, superficialidad, maniqueísmo, etc., y por qué no, hasta doble moral, y es ahí donde radica la reducida dosis de insatisfacción que siento por el “suceso”.

«Con su pequeño artículo, legitima la otra mirada, el otro rasero, la otra manera, y por ende la valentía, enunciando la necesidad de la honestidad y creo que, por encima de todo, esa es la esencia de Diana y la pretensión de hacerla». Rudy Mora.

 

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