Hace 45 años un grupo de becados de la residencia de 12 y Malecón, en La Habana perdieron la vida socorriendo a las víctimas de un incendio
La esquina de 12 y Malecón, en el Vedado, no solo es desenfado y vivacidad de cientos de universitarios albergados en la residencia estudiantil. Un monumento es el único vestigio de la proeza realizada por un grupo de jóvenes, hace ya 45 años.
La noche del 15 de febrero de 1964 prometía ser apacible, pero dos hechos fortuitos convirtieron el Malecón habanero en un infierno. En el edificio 23 de la calle 12, María Teresa Cabrera encendió un fósforo para preparar el café de siempre, y un escape de gas en el apartamento vecino le jugó la mala pasada. La explosión prendió su ropa, avivando las llamas cuando decidió aplacarlas con la alfombra.
Los gritos de pánico de María Teresa, desde el balcón, despertaron a los estudiantes que dormían en la beca de enfrente. Un grupo de ellos acudió, encabezado por Israel de Armas, quien hacía guardia de Milicias. Con la premura, equivocaron el origen del S.O.S., que provenía del tercer piso, en el apartamento 11. «Tronquito» (así nombraban a Israel debido a su fisonomía pequeña y gruesa) rompió a culatazos de fusil la puerta contigua. Trágico error causado por el desespero: una nube de gas inundó por completo el pasillo y, cuando por fin abrieron la casa de María, las llamas que ya se extinguían en la ropa deshecha cobraron vida nuevamente.
Una lengua de fuego los alcanzó a todos. Alguien intentó llegar al balcón, pero resultó imposible. El dolor de las quemaduras se hacía insoportable. Los muchachos bajaron del edificio convertidos en antorchas humanas, mientras otro grupo acudió en su ayuda.
Luis Casadús entró al hogar cuando las llamas agonizaban y algunos muebles ardían. Le preguntó a María qué lugar del cuerpo mantenía ileso para poder agarrarla. Ella no respondió. Solamente abrió la bata de casa y mostró el total desgarramiento de su piel.
Los propietarios del apartamento 12, Nazario Ulloa Valdés, de 52 años, y su esposa Melenita Reyes Brito, de 49, no salvaron ninguna pertenencia. El día anterior al accidente la compañía de gas les trajo un balón con salidero, y la noche de la tragedia estaban en casa de una hija enferma. Dicen que el remordimiento no los dejó habitar nunca más aquella casa.
ProtagonistasLos lesionados del accidente fueron ingresados en varios hospitales, entre ellos el Nacional, Luis Díaz Soto y el Calixto García. De 13 heridos graves ocho murieron, indistintamente entre el 16 y el 21 de febrero.
Israel de Armas, José Valdés, Heriberto Gutiérrez, Juan Nogueras y Ramón Ríos tenían entre 18 y 22 años y cursaban distintas carreras en la Universidad de La Habana. Los otros fallecidos fueron María Teresa, José Argüelles Lopeira (oficial de las FAR que visitó ese día el edificio) y Jorge Borges González, residente en el apartamento 7 y funcionario del MINREX, que luego de salvar a su esposa e hijo, corrió para socorrer a la accidentada.
Los actos heroicos surgen así. Circunstancias extremas en que personas comunes se rebasan a ellos mismos. Sus nombres quedan en archivos de periódicos y los hombres descansan detrás de los hechos. Por eso los méritos de los seres anónimos, cuando pasan los años, se hacen leyenda.