«Ciudadanos, ese sol que veis alzarse por la cumbre del Turquino viene a alumbrar el primer día de libertad e independencia de Cuba». Así promulgó independencia y abolicionismo, el 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Céspedes, propietario de La Demajagua, un ingenio del oriente cubano.
A 140 años de aquel histórico hecho, en el monumento erigido en su honor en la Plaza de Armas de La Habana Vieja, el Doctor Eusebio Leal Spengler, otro insigne intelectual cubano y devoto amante del Padre de la Patria, enalteció con su verbo la luz preclara del revolucionario.
El Historiador de la Ciudad de La Habana expuso que Céspedes poseía suficientes motivos para apresurar el levantamiento ese sábado de octubre, al liberar a sus esclavos, al tener como premisa la igualdad entre todos los hombres y la convicción de que la lucha armada era la única vía para lograr la libertad.
«Se hallaba en la plenitud de su madurez intelectual, y era amplia y profunda su cultura. Su idea de la revolución no era un acto oportunista motivado por la incomodidad o las penurias financieras de una determinada clase social. Lo cierto es que él representaba a una vanguardia selecta y aguerrida que supo arrastrar consigo a las clases populares. Sus actos trataban de acatar aquellos fundamentos democráticos que, con aciertos y extravíos, forjaría un modo cubano, una experiencia original, una aspiración a conquistar toda la justicia posible», expresó Leal, autor además del libro El diario perdido de Carlos Manuel de Céspedes.
Y no solo la oratoria fiel fue el homenaje. El monumento al patriota resultó invadido —en sincero gesto de admiración—, por flores venidas de diversas instituciones, personalidades y pueblo en general. Entre los asistentes se encontraba el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, miembro del Buró Político y vicepresidente del Consejo de Estado, quien separó la cinta de la ofrenda floral enviada por el Comandante en Jefe Fidel Castro.
Así de alguna forma quedaba presente, tras el paso del tiempo y sin perder fuerza, la esencia de aquel discurso pronunciado en la misma Demajagua hace cuatro décadas por Fidel: «Nuestra Revolución, con su estilo, con sus características esenciales, tiene raíces muy profundas en la historia de nuestra patria. Por eso decíamos, y por eso es necesario que lo comprendamos con claridad todos los revolucionarios, que nuestra Revolución es una Revolución, y que esa Revolución comenzó el 10 de octubre de 1868».