Las lluvias de los últimos tiempos han demostrado que en la región que abarca parte de la cuenca del río más largo de Cuba es necesario aplicar medidas trascendentales para mitigar los daños
RÍO Cauto, Granma.— No cundía el pánico. Sin embargo, algo extraordinario estaba por pasar después de aquellos nutridos aguaceros de octubre y noviembre de 2007, que a muchos les habían traído a las mentes las jornadas del tristemente célebre ciclón Flora (1963).
El apremio resultaba visible. Numerosos asentamientos rurales estaban anegados bajo aquel mar turbio. Mientras, por las calles del poblado cabecera varios carros con altoparlantes anunciaban que todas las personas de la localidad debían evacuarse obligatoriamente. En el tropel de gentes se escuchaban ciertas voces tremebundas: «Es que la presa Cauto el Paso no aguanta más», «a todo esto el agua lo va tapar».
Miles, con equipajes a cuestas, subían presurosamente a los vehículos, situados en hileras tan largas que se perdían en el horizonte. A algunos de los que abandonaban Río Cauto aquel día les brotaban lágrimas, a pesar de que el masivo éxodo era temporal.
Fue tan descomunal la evacuación que, para mover aquella cantidad de más de 25 000 ciudadanos hacia Bayamo o Manzanillo, se emplearon varios trenes, cuatro locomotoras, 102 ómnibus, 71 camiones, ocho barcos, un remolcador, 20 chalupas y 32 tractores.
Poco a poco los barrios se fueron quedando vacíos y un silencio conmovedor, que denunciaba un tenso compás de espera, se apoderó del ambiente.
Al final, luego del desmayo de las lluvias, todo aparentó volver a la normalidad. El embalse Cauto el Paso, un «monstruo» capaz de almacenar más de 330 millones de metros cúbicos de agua, resistió la prueba. Pero el temporal dejaba daños considerables y, sobre todo, numerosas lecciones para el futuro.
Aguas abajoEl problema de las inundaciones no es nuevo en el Cauto. Fuertes aguaceros, asociados a fenómenos meteorológicos, afectaron la región en 1616, 1776, 1868, 1899, 1958, cuando el huracán Flora en 1963, y recientemente en 2007 con el paso de la tormenta tropical Noel. Fotos: Reuters y Archivo JR Estas escenas no fueron tomadas de un libro de ficción. Se vivieron en poblaciones riocautenses y otros lugares del valle del Cauto, cuando los aguaceros asociados a la tormenta tropical Noel azotaron el Oriente del país, hace diez meses.
Decenas de poblados se vieron copados por las inundaciones, varios ríos salieron de sus cauces y algunas presas tuvieron que aliviar como nunca, rebosadas por las precipitaciones.
Pero esas experiencias no bastaron para revelar cuánto peligro potencial —a veces no percibido— late en esa importante zona de nuestra geografía, atravesada por el río más largo de Cuba (343,4 kilómetros) y por una extensa llanura, asiento de millares de personas.
Más cercano en el tiempo está el huracán Ike, que si bien no causó grandes estragos como en otras partes, vino para remacharnos esos riesgos y tensiones en caso de abundantes lluvias.
Ese último meteoro también nos recordó que aunque escampe y salga el sol más bravo, aquí la alerta máxima prosigue. Porque mientras ese fenómeno atmosférico llegaba a las costas norteamericanas y el resto del país emprendía varios días después del desastre la Fase Recuperativa, más de 30 caseríos o pueblos —desde Grito de Yara y Vado del Yeso hasta los del Consejo Popular Santa Rosa— en el valle del Cauto eran evacuados por las inundaciones.
En total más de 40 000 personas permanecieron en lugares seguros en las jornadas posteriores a Ike, y las presas y ríos continuaron haciendo de las suyas.
«El agua nunca había llegado hasta acá arriba», era la oración predilecta de unos cuantos en aquellas fechas cuando veían el aluvión tocándoles las persianas de sus hogares.
Pero, ¿qué sucede realmente cuando llueve mucho en buena parte de la Cuenca del Cauto (abarca territorios de cuatro provincias orientales)? ¿Por qué ocurren tales inundaciones? ¿Se conoce el riesgo en esa zona?
Estas preguntas no pueden responderse en un solo trabajo periodístico; aunque es insoslayable recalcar que la situación hidrológica de esa área es única en Cuba, no por las 11 presas y 25 micropresas que posee Granma, sino porque varios de esos embalses y algunos ríos, incluyendo el Cauto, «se alimentan» de escurrimientos, corrientes y presas de Santiago de Cuba, Holguín, Las Tunas y de las propias montañas granmenses.
En Granma se reciben aguas de seis embalses de Santiago de Cuba, cuatro de Holguín y tres de Las Tunas. Y no enumeremos los ríos y arroyos.
Toda esa masa acuática confluye, al final, en la región aledaña al municipio riocautense y buena parte de ella llega al embalse Cauto el Paso, que no por gusto se le denomina el Vaso, el Vertedero o La Llave del Cauto.
Cuando hay precipitaciones fuertes en la Sierra Maestra, los ríos Bayamo, Contramaestre, Cautillo, Buey y otros suelen inflarse y causar grandes «avenidas hidráulicas» en su cauce.
Eso explica el fabuloso récord de la presa El Corojo, situada en el municipio de Guisa, que en una noche recibió nada más y nada menos que 20 millones de metros cúbicos de agua. Y al aliviar inundó varios puntos de Bayamo, ciudad capital de Granma.
Sin embargo, deben subrayarse otros factores que hacen compleja esta porción del territorio nacional: es una parte baja (muy baja en determinados puntos), algunos de sus suelos no drenan bien y no cuenta con abundante vegetación.
«Desde el punto de vista de suelos, existe un predominio del tipo vertisol con elevado contenido de arcillas (principalmente mortmorillonita). Estos tienen problemas por su mal drenaje interno y superficial, lo que facilita el escurrimiento y no la infiltración, lo que conlleva a una mayor permanencia de las inundaciones», dice un riguroso estudio de 11 prestigiosos especialistas granmenses, realizado hace varios meses.
«Cuando deja de llover es que comienza nuestra verdadera película, porque a los cuatro o cinco días están llegando todavía las aguas de los territorios vecinos, las presas se llenan y vienen otras inundaciones. Por eso, insistimos en que las personas no pueden desmovilizarse inmediatamente», señala José Antonio Leyva, delegado del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH) en Granma.
Según sus palabras, cuando no se tiene conciencia sobre esos escollos ocurren negligencias tremendas; ciertos individuos regresan a sus lugares de residencia y luego se ven con el agua al cuello y pidiendo auxilio.
«Fuimos testigos de unos cuantos rescates en helicópteros al paso de Noel, de Ike y otros temporales por culpa de esas irresponsabilidades», señala.
Acota que en determinadas zonas bajas o aguas abajo de las presas todos han subestimado el torrente que les puede venir encima, acaso por los largos años de sequía que incubaron inconscientemente una actitud temeraria o irreflexiva.
Para él, las mayores complejidades de esta región no radican en las presas, las cuales son revisadas técnicamente cada año y están operadas «por un personal altamente profesional y desvelado».
«Si estos embalses no existieran se dieran fenómenos como los del Flora, cuando el agua no pudo ser manejada y controlada y se produjo una inundación catastrófica. Sin embargo, a esta región llegan espontáneamente otras aguas, sobre todo del suroeste de Holguín y del oeste de la provincia de Las Tunas, que no corren por ningún embalse y el hombre no tiene control sobre ellas».
Él es uno de los que desmiente categóricamente que Cauto el Paso haya estado a punto de colapsar en noviembre de 2007 o en otro momento de tensión.
«La presa realmente llegó a almacenar 370 millones de metros cúbicos de agua, 40 millones por encima de su capacidad y un número al que jamás había llegado; se puso así a prueba. Pero sus constructores la diseñaron para acumular, en un momento clímax, hasta 400 millones de metros cúbicos».
La complicación real sobrevino en aquellas fechas, cuando el agua que había de aliviar la presa por el río hacia el Golfo del Guacanayabo fue contenida por los vientos del sur. La marea subió y por eso la corriente retornaba casi intacta a su punto de origen, en el crecido afluente. El embalse entonces no podía verter los niveles adecuados.
Fue esa la principal razón que llevó a evacuar casi totalmente al poblado de Río Cauto. Mas ese escenario inusitado podría repetirse y no precisamente en un ciclón, algo que ya está «estudiado».
Problema viejoDecenas de poblados se han visto copados por las inundaciones cada vez que ocurren fuertes lluvias en la zona del Cauto, requiriéndose la evacuación inmediata de sus habitantes. Fotos: Armando Ernesto Contreras/ AIN El fenómeno de las inundaciones no es nuevo en el Cauto. El historiador bayamés Aldo Daniel Naranjo dice que en 1616 un gran huracán provocó desbordamientos extraordinarios en el valle del Cauto.
«En aquella época el río era navegable en una gran extensión, el temporal fue tan bestial que arrastró una enorme cantidad de barcos hacia el mar y con ellos también muchísimos escombros, lo que provocó la obstrucción del afluente. A partir de entonces las embarcaciones de gran calado dejaron de transitar por allí».
El investigador refiere que otros fuertes aguaceros, asociados a fenómenos meteorológicos, inundaron la región en 1776, 1868, 1899 y 1958.
«En varias oportunidades el Cauto y sus afluentes se salieron de sus cauces y provocaron destrozos en las zonas bajas», reconoce.
Claro, el más famoso aluvión acaeció en octubre de 1963, a raíz del huracán Flora, que dejó más de mil muertos. En esa ocasión se formó una impactante masa acuática que en algunas partes llegó a tener más de 40 kilómetros de ancho.
En un discurso pronunciado en mayo de 1969, Fidel aquilató la magnitud del suceso con las siguientes palabras: «El río Cauto en determinados puntos alcanzó un ancho de 80 kilómetros, y 80 kilómetros no los tiene ni el Amazonas. Y de buenas a primeras, en unas horas un río Amazonas se formó en la provincia de Oriente.
«La opinión de muchos campesinos, cuando vieron llegar la crecida repentina: creyeron que el mar del norte, es decir el mar de Gibara, había entrado en el territorio», subrayó.
Según criterios de especialistas en aquellos momentos fenómenos como esos (llovió 1 200 mm en tres días en algunos puntos) se daban cada 500 años. Sin embargo, Fidel alertaba que había que prepararse para varios Flora en el futuro.
SolucionesEl Cauto es el río más largo de Cuba (343,4 kilómetros) y atraviesa una extensa llanura, asiento de millares de personas. Foto: Reuters ¿Cuál sería el remedio «santo» para evitar problemas mayores en esta porción geográfica con las inundaciones?
Es inexistente. No obstante, Yandro Jiménez Brizuela, especialista en gestión ambiental de la Oficina Coordinadora de la Cuenca del Cauto, apunta que el hombre ha construido en lugares donde nunca debió. «Se han repetido los errores y se han vuelto a edificar casas que ya fueron dañadas varias veces por las crecidas. El ser humano ha reconstruido su vulnerabilidad».
Para él, una opción sería relocalizar varios asentamientos, trasladarlos a lugares con menos peligro de inundación, aunque «lamentablemente no hay un estudio profundo, o con el grado de cientificidad que nos diga cuál es la debilidad de cada área».
Otra variante estaría en mejorar la red de canales acuáticos de la zona, algunos de los cuales presentan deficiencias técnicas y colaboran con las inundaciones.
Para José Antonio Leyva, delegado del INRH en Granma, algo que atenuaría los desbordamientos sería terminar de construir el canal Salado-Cauto, que quedó a un 30 por ciento de su ejecución y se detuvo cuando irrumpió la crisis económica de los años 90.
«Costaría dos millones y medio de pesos y ayudaría a controlar las aguas que bajan desde la provincia de Holguín, que hoy no tienen freno y caen a territorio bajo de Río Cauto», enfatiza.
Yandro insiste, por otra parte, en que se debe reforestar más, porque los árboles frenarían los torrentes grandes de agua. No es un secreto que varias de las cárcavas a lo largo del Cauto nacieron por la deforestación, algo se ha tratado de eliminar con siembras... pero aún falta.
Ahora, después de Ike, se evalúan aún los daños ambientales. Se sabe que, como cuando la tormenta tropical Noel afectó a Cuba, hubo deslizamientos, provocados por las crecidas, que dañaron la geografía y pusieron sobre aviso a autoridades y especialistas.
En aquella ocasión fueron tan evidentes los corrimientos en zonas como El Yarey, en Guamo, que anunciaron que el cementerio de la localidad debía trasladarse con premura hacia otro sitio.
La vida nos va refrendando una verdad: habrá nuevas inundaciones y más daños a la piel natural de esta región.
Quizá hoy parece una locura mudar pueblos enteros, asentados a lo largo de los años; pero nada hay más cuerdo que cuidar la existencia de los seres humanos.
Lo importante será, en todo caso, que el agua jamás nos sorprenda.