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Cuba nuestra

Imágenes de los estragos del huracán Ike en territorio cubano Vea la cobertura completa sobre Ike

Autor:

Juventud Rebelde

Foto: Osvaldo Gutiérrez/AIN CIEGO DE ÁVILA.— Todavía guarda los aires de antaño. Todavía muchos de sus portales conservan su corte español y sus aires de ilusiones. Todavía hay que caminar esa calle tan larga, con sus hogares de aspecto humilde, y buscar el pasado con la mirada.

Imaginar, por ejemplo, los días en que allí surgió un central o la villa de campo con sus portales corridos, que terminó devorada por la urbanización, aunque ella se niega a perecer. O adivinar la casa o la bodega donde Benny Moré se tomaba un trago de ron antes de cantarle a la vida, porque no tenía nada que pedirle a cambio.

Esa es la calle Marcial Gómez, sobre todo al cruzar la línea: un espacio que apuntala la historia desde el anonimato. Un lugar donde ocurren las cosas más disímiles sin que nadie se entere, y luego, cuando pasa el tiempo, todo el mundo se asombra. Un lugar que en ocasiones parece hostil, donde los hombres se pelean por la mañana y se abrazan por la tarde.

La calle Marcial Gómez es un pedazo de la Cuba profunda, la Cuba de verdad: esa que sabe querer; que repudia la vanidad y reconoce las lealtades; que honra la amistad y desprecia las traiciones; que se preocupa ante los peligros, pero los enfrenta; una tierra donde las movidas mejor pensadas de un pelotero son destrozadas en una tertulia de esquina por gente que no tiene la certeza de la universidad porque poseen el convencimiento de la vida.

Fue esa la Cuba que Ike quiso destruir; y fue allí, en ese tramo de calle, donde se revelaron las claves para curar las heridas que este huracán nos dejó.

Mucho han aprendido los cubanos y parece que mucho más estos ciclones nos quieren enseñar. Quizá estos huracanes nos quieren cerrar los caminos, sin saber que los hijos de acá se abren paso a golpes de alegría y tenacidad.

Y eso se vio ayer. Un grupo de hombres y mujeres, unas 100 personas, bajaron desde la línea recogiendo desechos. No eran los únicos. En otras partes de la ciudad y de la provincia otros tantos hacían lo mismo en un golpe de fe, y en un intento por dejar en claro que hay más vida que tiempo cuando no se le abren las puertas al temor.

Durante una mañana entera, aquel puñado le limpió el rostro a la calle Marcial Gómez. Con mucha bulla, con bromas entrecruzadas y en medio del rugir de los camiones, tres generaciones de cubanos limpiaron un trozo de nuestra Cuba.

Allí estaban, entrecruzados, combatientes llenos de canas que se fueron al Escambray y a Angola, maestros de los primeros destacamentos pedagógicos, pero sobre todo jóvenes estudiantes, informáticos, muchachos vestidos de verde olivo y trabajadores que eran niños cuando en 1985 vivieron su primer ciclón y que ahora tuvieron en grande el primero de su adultez.

Mirándolos, llenos de sudor y de tierra, uno descubre que ahí está una de las claves para voltear lo que Ike nos dejó. En esos muchachos con gorras y pulóveres; en esos jóvenes, a ratos testarudos y siempre rebeldes, con ese olfato para medir la doble moral y reconocer las dignidades.

Muchachos que se burlan de los oportunistas. Ahí están cerrándoles las heridas a Ike esos jóvenes, militantes con carné o sin él, a los que la burocracia les huele mal por más que ella intente disfrazarse.

Jóvenes que añoran. Jóvenes difíciles, es verdad; pero jóvenes, como esos Cinco que están presos y no se dejan vencer. Porque al final todos ellos aman a un nombre: Cuba.

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