Los hermanos Wilber y Javier llevan más de diez años como pescadores. Con su embarcación Batallita, pertenecen a la base de pesca Ernest Hemingway, en Cojímar. Foto: Yanisel Rodríguez Un tiburón dientuso hembra, de vientre blanco y cuerpo prieto, de aproximadamente cuatro metros de largo y 370 kilogramos, fue capturado el pasado día 15 en forma casual, pero audazmente, por los hermanos pescadores Wilber y Javier Marzo Companioni, a cuatro millas de la costa del municipio de La Habana del Este.
Ambos hombres, de 37 y 35 años, respectivamente, hijos de Vitalia y Ángel, de una familia de pescadores, residen en el apartamento 1 del Edificio 660, en la Zona 18 del reparto Alamar.
Ellos capturaron el animal cuando pescaban a más de tres millas de la costa, a la altura de La Habana del Este, en su pequeña embarcación Batallita, con motor, perteneciente a la base de pesca Ernest Hemingway.
«Estábamos pescando agujas y casteros y ese tiburón se embuchó la carnada con anzuelo y todo. Cuando salió a la superficie, aunque se veía sangrando mucho, herido de muerte, no lo soltamos, porque iba a morir de todas maneras. Por eso lo trajimos a tierra», explicó Wilber.
«Ese bicho se tragó el anzuelo, que era grande —número 12— (al decir de Carlitos, el chofer, una “minidosis de ancla”). La carnada era un agujón vivo y el nailon de dos milímetros. Picó a unos 200 metros de profundidad. Estábamos al pairo, con los avíos echados, y sentimos su fuerte picada. Halamos duro y se “embuchó” con parte de sus vísceras», relató Javier.
Los pescadores contaron que como era tan grande no pudieron subirlo a su pequeña embarcación, de unos tres metros de largo.
«Más de dos horas estuvimos tratando de arrimarlo al barquito nuestro. Nos hizo recordar a El viejo y el mar, la novela de Ernest Hemingway. Tuvimos que pedir ayuda al barco Calixto, de la misma base nuestra, pero fue imposible», evoca Javier.
Puntualiza Wilber que si costó trabajo que saliera a la superficie, más trabajo costó traerlo a estribor (a la derecha de su embarcación).
«No obstante estar muriéndose, el animal retrocedía en el agua y halaba duro el barco hacia atrás. Aunque estaba el motor funcionando, avanzaba con mucha dificultad por la resistencia que el tiburón le hacía», especificó Javier.
«El dientuso, aún “embuchado”, amarrado y moribundo, se revolcaba en el agua, y si en vez de estar a flote se sumerge y enfila hacia abajo, hubiéramos tenido que picar la soga para no hundirnos con barco y todo», comentó Wilber.
La entrenadora de esgrima y licenciada en Cultura Física Nancy Quesada Lorda, residente en Cojímar y corresponsal de la Comisión nacional de esa rama deportiva —quien nos dio a conocer la noticia—, recordó a los pescadores que la dientusa estaba preñada y cuando se le abrió el vientre tenía siete «cazoncitos».
«El bicho era demasiado grande para Batallita. Seguro antes de morir soltó al mar varias de sus crías. Es curioso, porque tenía muchos dientes fuera de la boca, de pulgada y media de largo y sin labios. Para subirlo a un camión fue tremendo, y hubo que doblarlo para que cupiera», dijeron finalmente.