Guaracabulla aún no echa raíces en el corazón de Cuba. Tal es la deuda que anuncian los versos de Raúl Ferrer, los latidos de Guillermo Cabrera y las inmensas ganas de vivir de sus habitantes
GUARACABULLA, Villa Clara.— En la loma de Las Nueces, como en cualquier zona rural del país, era costumbre bautizar a los críos tiempo después de su nacimiento, cuando las familias acumulaban suficientes razones para bajar al camino y matar varios pájaros de un tiro.
Pero el 11 de octubre de 1900, la comadrona del lugar dudó de la suerte de Alfredo Méndez González ante las escasas dos libras con que llegaba a este mundo, y el padre, decidido a salvar al menos el alma del pequeño, tardó menos de tres días en llevarlo a la parroquia de Placetas, distante 15 kilómetros, para recibir cristiano sacramento.
Mientras le veía dormir entre algodones, al piadoso calor del pecho de la abuela, el joven campesino hizo una promesa: si un milagro salvaba a su sietemesino, él velaría porque nunca le faltara alimento en esta tierra, punto central de la Isla, sitio preñado de olvidos y misterios.
Los hijos eran, por entonces, casi la única riqueza del puñado de familias empecinadas en poblar las inmediaciones de este paraje, intitulado oficialmente como San Atanasio de Guaracabulla el 24 de marzo de 1847.
Desde mucho antes se decía que este no llegaría a ser nunca un sitio próspero, a pesar de su tierra fértil y su río, de estar anclado al Camino de La Habana, y hasta de su mina de oro, una de las primeras que se explotó en el país.
Cuatro siglos atrás, un cacique taíno enfrentó aquí a los colonizadores europeos, y al ser aprehendido profetizó que el lugar llevaría por siempre su nombre y sería pasto frecuente de la desidia humana.
Alfredo y la ceiba, centenarios testigos de las dichas y desgracias de Guaracabulla. A sus casi 108 años, Alfredo dice no creer ni en güijes ni en aparecidos, ni en trabajo duro ni en miseria, pero no pone en duda el peso de aquella maldición, pues muchas veces ha visto al progreso visitar estos predios para luego seguir por el norte hacia Placetas, hoy cabecera municipal, antes potrero hacia el que mudaron sus bártulos los guaracabullenses cuando el fuego mambí los alejó de esta hacienda, en abril de 1869.
Al cumplirse 160 años del nombramiento oficial del pueblo, a inicios de 2007, el periodista Guillermo Cabrera convidó a los lectores de su columna ocurrente en JR a redescubrir este sitio y devolverle su orgullo como epicentro cubano.
Hablar del centro de la vida en el centro de nuestra geografía fue su propuesta para aquel mediodía del primer sol de julio. Tan decidido vino a vencer la maldición de esta tierra, que en ella dejó su último latido.
«Nunca me iré de aquí», había dicho a Katy, en cuya casa se detuvo al llegar esa mañana, y cumplió su promesa luego de nombrar a Guaracabulla capital de todos los tecleros.
En su nombre viajamos a lo largo del año representantes de todas las tertulias del país para descubrir la historia de esta tierra, tan similar en tropiezos y esperanzas a la de aquel sietemesino, hoy centenario, el hombre de mayor edad en todo el municipio de Placetas.
Pueblo entre promesasAlfredo sonríe ante el recuerdo de tantas promesas que nunca se cumplieron, ni siquiera después de dar las tres vueltas milagrosas a la ceiba, plantada el 20 de mayo de 1902, fecha en que nació, bajo funestos presagios, la república escamoteada al mambí.
Ese mismo día, el primer presidente electo en Cuba, Tomás Estrada Palma, subió a la vecina loma de Paja de Arroz para honrar al General Máximo Gómez, quien acampara allí durante su invasión hacia occidente.
Pero no fue esa la única vez en la seudorrepública que Guaracabulla emergió fugazmente del olvido. En 1947, por ejemplo, la Compañía Cubana de Electricidad se jactaba de haber invertido 16 000 pesos en electrificar este pueblo, como muestra de su preocupación por el desarrollo rural del país... Pero sobre todo para hacer ver que la recaudación no alcanzaba para cubrir sus gastos, por lo que debía aumentar más la tarifa.
Tal desfachatez desató la polémica cuando la revista Bohemia se hizo eco de la denuncia del jefe de Comunicaciones de este sitio, quien aseguró que la Compañía no solo cobró un 20 por ciento de recargo a sus clientes, sino que estos, además, debieron pagar un precio abusivo por los cuatro postes usados para acercar el tendido eléctrico a las pocas viviendas beneficiadas esa vez.
Otras ventajas llegaron y se fueron a lo largo de cuatro siglos, como los dos centrales azucareros de la época colonial, y la Calle Real o Camino de La Habana, por la que se viajaba cuando toda la Isla era un bosque.
Aún quedan vestigios de esa vía empedrada, a la que se asoma hoy la Casa de Cultura, que pronto llevará el nombre de Guillermo, y también sigue activo uno de los pozos abiertos por esclavos para los caminantes, cuyos manantiales no fallan ni con la seca más dura, y dan un agua limpia y buena de la que se sirve el vecindario, huérfano de acueducto.
«Tampoco tuvimos suerte con la Autopista Nacional, construida hace años», dice el viejo, y nos sugiere caminar unos mil metros hasta el kilómetro 295 y medio de esa vía, donde el puente sobre la carretera que enlaza Guaracabulla con Báez espera aún por un acceso oficial que facilite el tránsito a vecinos y visitantes, o al menos una valla que anuncie la cercanía del ecuador cubano.
Con nostalgia habla también el anciano de la intensa actividad que caracterizaba al ramal de ferrocarril cercano al pueblo, mentado por el poeta Raúl Ferrer en las décimas a Guaracabulla, que inspiraron a Guillermo la ocurrente cita veraniega de 2007 en este lugar.
Entre las cosas que ya no están, también recuerda Alfredo la humilde escuelita pública, pues para estudiar en esta bajó a los 11 años de la loma cercana y se mudó con sus padres y hermanos para la calle Ancha, hoy principal del poblado, donde aún vive.
Pero la Revolución construyó una primaria que lleva el nombre del mártir revolucionario Enrique Villegas, sitio donde Guillermo compartió sus últimas sonrisas, consejos y chispazos con tecleros y amigos de todo el país.
Leyenda y mala suerteLos ojos de Alfredo tienen el color impreciso del río, pero conservan la picardía de aquellos años de cazar ranas en la noche para sostener a la familia, que fue creciendo hasta sumar seis hijos y más de 80 nietos, biznietos, tataranietos y choznos.
«El otro día me puse a contarlos con mi hija Belén, la que vive conmigo, y perdí la cuenta... Pero me acuerdo de otras cosas, como del día en que vino un periodista con mucha gente, y aquí murió. Yo no lo vi porque estaba lloviznando, pero me hubiera gustado mucho saludarlo...
También recuerda cuando el Che atravesó por la calle que va a la mina para ocupar el puente de Falcón e impedir al ejército de Batista reforzar sus tropas en Santa Clara, hecho que su hija confirma, pues toda la familia vio pasar a la tropa rebelde desde su refugio.
Luego los vecinos se alegraron cuando se decidió asfaltar esa vía en homenaje al suceso, pero la obra nunca se materializó, y la calle sigue siendo, como casi todas las demás, de gruesa gravilla.
«Yo he hecho de todo para vivir: aquí, en Santa Clara, en Camagüey...», recuerda Alfredo, mientras nos acompaña en ágil caminata hasta la ceiba centenaria, custodiada hoy por un consultorio médico, un videoclub juvenil y una biblioteca comunitaria. «Trabajé, como quien dice hasta el otro día, y todavía voy a cobrar mi chequera por mis propios pies».
Y así anda también este poblado. Sea leyenda o mala suerte, lo cierto es que Guaracabulla aún no echa raíces en el corazón de Cuba. Tal es la deuda que anuncian los versos de Ferrer, los latidos del Guille, y las inmensas ganas de vivir de Alfredo Méndez, el viejo cazador del río.
¿Con ll o con y?
Sobre el nombre del poblado existen dos versiones: además de la leyenda sobre el cacique se habla de que en ese sitio se «guarda la cabuya» con la que los españoles midieron la Isla hasta llegar a su mitad.
También se debate sobre la forma de escribir el topónimo. Algunos lingüistas argumentan que los vocablos indígenas usan «y», variante que apoyan los maestros del poblado, pero en los documentos oficiales aparece indistintamente con «ll» y con «y», por lo que ninguna de las dos se considera falta de ortografía. Igual ocurre con las palabras ceiba, seiba o seibo.
Cuerdas y luces por el Guille
«El recuerdo no tiene fecha fija en el calendario del alma», escribió alguna vez el maestro de periodistas Guillermo Cabrera. Sin embargo, hay fechas que se llenan definitivamente de conmovedores recuerdos.
Hoy se cumple un año de la última aventura del Guille, como solían llamarlo sus amigos. En Guaracabulla se juntaron más de 200 personas de todo el país y despidieron, casi míticamente, al autor de Regalo de jueves.
El Instituto Internacional de Periodismo José Martí, centro que dirigiera Guillermo, lo recordará esta tarde a las cuatro, inaugurando una exposición fotográfica sobre él, y una hora después con un concierto A guitarra limpia, en su Hueco de G y 21, en el capitalino Vedado. Los trovadores Silvio Alejandro, Ireno García y Mauricio Figuerial, entre otros, serán los enviados para esta ocasión del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.
En la noche, tecleros de Guaracabulla y todos los entusiastas que se sumen esperarán en tertulia el nuevo día, centro esta vez del 2008, por ser un año bisiesto. En otros puntos del país, entre su extensa familia de lectores, también rememorarán las cuerdas locuras del Guille. (Jesús Arencibia Lorenzo)