Con la palabra sincera y certera se vence cualquier ceguera, manifiesta Eddy Marcos. CAMAGÜEY.— «Hay quienes piensan, y no son pocos, que la ceguera limita para hacer las cosas cotidianas o realizar sueños, y aunque hoy mi realidad es muy diferente a cuando tenía 19 años, cuando perdí la visión, lo cierto es que tuve que sobreponerme a muchos obstáculos para convertirme en profesor.
«Al quedarme ciego no solo enfrenté la oscuridad de mis ojos, sino también a esas personas que no entendían que uno merece una oportunidad para demostrar cuánto puede hacer por su vida e incluso por la de los demás.
«Un día esa oportunidad llegó a mí. El magisterio fue mi puerta para la felicidad personal y la de muchos alumnos que agradecen a este “profe” ciego haber estado junto a ellos en el aula y para los problemas que depara la vida».
—¿Cómo lograste entrar al magisterio?
—No es solamente cómo lo logré, sino lo que vives para darte cuenta que tienes que darle un giro a la vida de 180 grados... No poder leer un libro, no saber caminar, incluso convertirme en un hombre dependiente de mi madre y de mi familia, después de ser independiente...
«Fue en el año 1987 y de inmediato, después del trauma, me di cuenta de que tenía que empezar desde cero. Como volver a nacer: reorganizar mis costumbres, hábitos y preferencias, y hasta alfabetizarme de nuevo, pero en el Sistema Braille.
«Fui venciendo cada etapa y superándome, hasta que en el año 1991 fui a trabajar al taller de discapacitados y aprendí oficios que nunca había imaginado: de técnico veterinario que laboraba en un laboratorio pasé a dedicarme a la confección artesanal.
«Realmente no me conformé, y me dije: “Eddy Marcos Vives, tú puedes seguir adelante”. Y lo logré. A pesar de la inconformidad profesional, encontré en el trabajo la fortaleza y la confianza que necesitaba para no evadir las diferentes propuestas de superación y laborales que vendrían después.
«En 1994 matriculé en el Centro de Rehabilitación para Ciegos Tardíos y con esa nueva experiencia, y la confianza ganada en mí mismo, decidí dar el paso y comenzar como profesor».
—¿Cómo fueron las primeras clases?
—Este período de docencia fue muy rápido. Ya yo vivía aquí en Camagüey con mi esposa Georgina y mi hijo cuando me enteré de que en Educación había plazas de artesanos. Al presentarme con el título me la otorgaron, y a los pocos días comencé mis primeros encuentros con niños ciegos y de baja visión en la escuela especial Antonio Suárez Domínguez.
«Cada clase me retaba. Yo quería ser mejor y que mis muchachos lo fueran también. Cualquiera pensaría que ser profesor de ciegos siendo ciego es una locura, pero no es así. Yo sabía de antemano las necesidades de mis alumnos, sus sueños y sus frustraciones. Podía darme cuenta a través de un sonido, hasta el que se hace con un asiento al levantarse, cuánto se avanzaba en el aula.
«Los primeros encuentros fueron difíciles y me cansaba: quería avanzar más rápido que el tiempo y que mis posibilidades. De noche planificaba las clases. Muchas veces amanecía pensando cómo sería el próximo día, hasta que me adapté y comencé a ver los resultados».
Eddy Marcos imparte clases en uno de los grupos de octavo grado, de baja visión, de la escuela especial Antonio Suárez Domínguez.
—¿Cuáles habilidades le ayudaron en su nueva labor?
—La comunicación, y no subvalorar a ningún estudiante. Aprendí que hasta el tono con que dices las palabras era necesario cuidarlo para lograr disciplina y respeto, pero sobre todo la confianza en uno mismo, y la superación profesional fueron claves para el éxito.
—¿Cómo es la comunicación entre un profesor ciego y alumnos con igual limitación?
—Se establece a través del constante diálogo, y el tacto. Vale mucho la adaptación al ambiente y la seguridad que tengas acerca de lo que transmites. La palabra rompe con esta barrera, y como ellos también tienen esta limitación se establece una especie de lenguaje único que triunfa sobre la base de tu seguridad como profesor y del dominio acerca de los conocimientos que enseñas.
—Hoy estás incorporado a la Sede Universitaria Pedagógica donde asumes la docencia de varios grupos de jóvenes videntes. ¿Algún secreto en particular?
—La preparación profesional es tu entrada por la puerta ancha. Yo llego a la Universidad después de graduarme en el Pedagógico, en la especialidad de Educación Especial, a la vez que vencí el Técnico Medio en Bibliotecología.
«O sea, llego al estudiante con argumentos que borran por completo la ceguera. No hay diferencia entre alumnos con y sin visión. El secreto está en tus conocimientos y tu exigencia individual con el estudiantado».
—¿Y las evaluaciones?
—Este sistema de enseñanza semipresencial permite más libertad en las evaluaciones. Hago muchas orales: talleres participativos y trabajos independientes, y cuando requiero de la evaluación escrita me apoyo en mis compañeros. De forma general evito el fraude en cualquiera de sus manifestaciones y al mismo tiempo incentivo el autoestudio y la autopreparación.
—No es muy cotidiano encontrarse a un profesor ciego. ¿Es impactante en los grupos de jóvenes el primer día de clases?
—Sí, tanto para los muchachos como para mí. Ese primer día es para conocernos. Siempre te hacen preguntas de todo tipo y yo se las contesto. Incluso hay quien ha pensado coger «mangos bajitos», pero al final todo sale bien.
«Recuerdo el día que quisieron probar mis sentidos: unos alumnos se levantaron muy suavemente del asiento y cuando se disponían a salir, yo muy calmado les dije: “¿adónde van?” Todo el mundo comenzó a reírse y ellos confesaron que era una broma. La verdad es que hay alumnos que dudan de mi ceguera por la forma en que me comunico y me inserto en las clases».
—¿Has experimentado momentos difíciles dentro del aula por causa de esta limitación?
—Sí. Un día se me cayeron todos los planes de clases en la puerta del aula y al agacharme para recogerlos llegó una visita del Ministerio. Me sobrepuse al mal rato y triunfó mi seguridad. No necesité de un planeamiento para impartir la clase del día. Me evaluaron de excelente.
«Otro momento, pero cómico de verdad, fue cuando llegué más temprano de lo normal a la escuela. En el aula habían movido los medios de enseñanza de lugar. Yo percibo que hay alguien frente a mí, le doy una palmada afectuosa en el hombro pensando que es un estudiante, me aparto para caminar y comienzo a conversar con él. Al ver que no me contesta lo vuelvo a palpar, pero con más calma. Allí casi me muero de la risa, pues era la maqueta plástica del cuerpo humano que se utiliza en Biología».
—Sus alumnos afirman que sus clases de Psicoterapia y Metodología de la Investigación son dinámicas y espontáneas.
—No concibo una clase esquemática. Me muevo de un extremo a otro, nunca me siento. Siempre tengo muchas evaluaciones para los muchachos y eso los obliga a estudiar. Además, aplico métodos que permiten el diálogo, las relaciones intergrupales e interpersonales. Ejemplifico los conceptos de las categorías y los casos a estudiar en la vida práctica, para que nadie se quede con dudas. Me he propuesto impartir siempre las clases de esa manera».
—¿Satisfecho?
—Sería egoísta si dijera que no me siento bien con lo hecho hasta ahora, pero satisfecho, todavía. Estoy terminando mi maestría y ya me aprobaron el tema del doctorado. La superación profesional es mi insatisfacción eterna.
—En el camino recorrido hay personas a las que les agradeces...
—Muchas amistades se fueron, otras perduraron. A todas las que se quedaron junto a mí, el agradecimiento infinito, pero a nadie como a mi madre, a mi esposa y a mi hijo les debo tanto lo que hoy soy.
«Es muy difícil enfrentarse a la oscuridad después de ver los colores de la vida, pero indiscutiblemente si nos cansamos, no avanzamos. A quienes pasen por un trance así, les diría que con la palabra constante y certera se vence cualquier ceguera, y a todos los profesores, invidentes o no, que en la superación profesional y general radica el éxito de nuestra tarea: educar».