Sus viñetas nos atrapan cada día en la sección Hilo Directo del periódico Gramma, aun cuando el lector las ve reducidas del tamaño original. Tras cada ilustración está la mirada acuciosa de este hombre que tiene entre sus referentes a Andrew Loomis, «el mejor maestro norteamericano de perspectiva y dibujo de la figura humana».
También está influenciado por el realismo socialista, de quienes tomó la expresión del proletariado y esa manera de reflejar la fuerza de la clase obrera.
Foto: Adán Iglesias Reconocido como uno de los mejores entre los dibujantes e historietistas cubanos, Virgilio Martínez Gaínza se caracteriza por su extrema humildad. De él Frémez, Premio Nacional de Artes Plásticas, opinó: «Siento por Virgilio una envidia sanísima. Hubiera querido ser como él, tener esa imaginación, esa facilidad para hacer cosas. A la vez, nunca le perdonaré su modestia».
La carrera artística de Virgilio Martínez (La Habana, 1931) se inicia en 1949 con el trabajo publicitario. Luego vendrían sus colaboraciones, desde la clandestinidad, en Alma Máter y la revista Mella, órgano oficial de la Juventud Socialista. Junto al polifacético escritor Marcos Behemaras creó los personajes Pucho (1955) y Supertiñosa (1959).
Considera a la Unión de Jóvenes Comunistas como una universidad en todos los sentidos. A ella dedicó 30 años de labor. El emblema de la organización nació de sus manos tal como antes había diseñado el carné de la AJR. Las publicaciones Zunzún y Pionero posibilitaron el nacimiento de Cucho, otro de sus personajes.
Desde 1990 Virgilio labora en el periódico Granma, donde dialogamos con él. Habla en voz baja y en sus ojos empequeñecios por el inevitable cristal para la miopía, se advierte timidez cuando tiene que hablar de sí mismo.
—¿Cuándo publicó por vez primera?
—Por el año 1950 publiqué mi primera caricatura política en la revista ortodoxa A barrer —el nombre estaba en correspondencia con su lema de barrer con toda la corrupción. En esa ocasión dibujé a Eduardo Chibás defendiéndose contra los candidatos Guillermo Belt y Aníbal Escalante. Hice a Chibás con mucho gusto porque simpatizaba con sus ideas.
«En aquel momento trabajaba como ayudante de Fernando Cabeza en una oficina dedicada a realizar anuncios de prensa y diseños para envases en celofán. En esa oficina se elaboraron dos números de la revista A barrer.
«Cabeza fue mi maestro y en los tres años que laboré junto a él aprendí mucho, incluso la necesidad que tiene un dibujante de hacerse de un archivo personal, viejo hábito que tengo desde entonces».
—Colaboró también con Alma Máter.
—Fue en el año 53. Lo hice de manera incógnita. No firmaba ni tenía seudónimo porque no le presté atención a eso. En Alma Máter caricaturicé a Batista con unas botas enormes pisoteando la Constitución de la República. Un año más tarde empecé a colaborar con la revista Mella.
—Que para esa fecha ya circulaba clandestinamente...
—Sí, a partir de noviembre de 1954, y en diciembre de ese año salieron publicados mis primeros trabajos en la revista Mella.
—¿Cómo era en la práctica trabajar clandestinamente?
—En la agencia de pasajes Vidal Travel, perteneciente al abogado Edgardo García Caturla, tenía mi oficina que radicaba en Mazón número 2 esquina a Neptuno. Edgardo nos había alquilado a un socio y a mí esa oficina, donde trabajábamos haciendo publicidad.
«Bueno, durante el día hacía publicidad y por la noche me dedicaba a trabajar para la revista Mella. Me encerraba en la oficina y cubría con papeles negros los cristales de la ventana para que desde la calle no vieran la luz de la habitación. Al día siguiente entregaba los dibujos a Francisco García Valls. Él era el contacto; simulaba ser un cliente nuestro. Tras una elegante apariencia ocultaba el verdadero objetivo de su visita: Pancho, como le llamábamos, me traía las columnas de texto cuidadosamente mecanografiadas para que cada renglón quedara del mismo ancho. Luego yo recortaba el texto y lo pegaba a una cartulina del mismo tamaño de la página, en el espacio que quedaba en blanco realizaba el dibujo.
«En Mella aprendí a hacer historietas. Marcos Behemaras me mandaba el guión y luego de leerlo varias veces yo dividía la página en cuadrantes. Imaginaba todas las cosas que podía y me auxiliaba con fotos, datos y biografías de mi archivo personal».
—Imagino que no fue fácil desprenderse de la línea comercial para realizar caricatura política.
De izquierda a derecha los dibujantes Virgilio, Adigio Benítez y Horacio Rodríguez en la redacción del periódico Hoy (1960). —La Juventud socialista me dijo que tenía que buscar la manera de que el estilo no fuera el mismo. Estudié a dibujantes cubanos como Horacio Rodríguez Suriá, a Adigio Benítez y a los soviéticos por aquello del realismo socialista, que es en realidad la expresión del dibujo político, de las masas, de los trabajadores de fuertes «molleros».
«Conocí a Adigio, quien, muy amablemente, me explicó cuestiones técnicas del dibujo. Luego nos distanciamos porque él estaba “quemado” y había que tomar medidas de seguridad. Era una época de persecución.
«Después del Asalto al Palacio Presidencial, me hicieron un registro en Vidal Travel. No encontraron nada porque eran muy brutos. Allí tenía yo muchos documentos comprometedores».
—¿Cuáles?
—Algunos originales de Mella, por ejemplo. El registro fue un domingo y la noche anterior había estado dibujando hasta muy tarde. Al terminar, como de costumbre, oculté todo lo que fuera comprometedor tras una puertecita secreta de un chiforrober. A los guardias los traté amablemente mientras les iba mostrando cada una de las áreas de la agencia. Al abrir la gaveta de un archivo uno de ellos me dijo: «No, no, abre y cierra». En ese momento pensé: «Los jodí». Cuando llegué al chiforrober, que estaba en el otro cuarto, hice la misma operación. Así el mueble pasó su primera prueba de fuego.
—¿Perteneció al Movimiento 26 de Julio?
—No. Ya era militante de la Juventud Socialista y la recomendación que tenía era la de apartarme de otros revolucionarios porque el trabajo era demasiado serio y así evitaría alguna delación.
—Hablemos de Pucho, su primer personaje, ¿cómo surge?
—Lo creó Marcos Behemaras, quien me mando el guión y yo hice la tira. En un inicio lo imaginé como un perrito sato. Luego lo hice más personaje, lo que requiere una simplificación en la línea para que puedas moverlo, y mediante él expresar cosas. Iba hacia delante y hacia atrás; lo estilicé hasta que obtuve un perrito que parecía un chorizo, de hocico largo y patas cortas que se fueron alargando ante la necesidad de humanizarlo. Pucho era un arma de combate. Muchas de sus expresiones eran sentimientos míos.
—Con la caída de Batista, ¿a quién representaba Pucho?
—Pucho era la mascota de la Juventud Socialista y luego de la Revolución empezó a representar a la juventud naciente y sus tareas del momento. Lo mismo estudiaba en la Universidad que, pasado un tiempo, estaba estudiando para alcanzar el sexto grado. Eran cosas así. Él hasta cortó caña.
—¿Por qué lo escogen a usted para diseñar el logotipo de la UJC?
En la primera portada de Juventud Rebelde Pucho anuncia el nacimiento del periódico. —Creo que porque era el único que tenían a mano. La oficina de Mella estaba en la calle Desagüe y los dirigentes de la Asociación de Jóvenes Rebeldes radicaban en la avenida Carlos III, a solo unas cuadras de allí. Ellos me mostraron los trabajos que habían enviado los concursantes y me pidieron una propuesta. Tampoco a mí me convencieron los diseños enviados porque todos se iban por caminos demasiado gráficos.
—¿Le recomendaron utilizar alguna imagen?
—No. A Mella lo tomé del emblema de la Juventud Socialista. Esa fue una muy buena solución. Hice el carné de la AJR, al que le incluí el rostro de Camilo en el fondo. Así que utilicé las dos figuras.
«También reflejé en mi diseño el lema de la organización: Estudio, Trabajo y Fusil; y decidí dar a cada uno un tratamiento diferente del color. El verde para la defensa; el azul para identificar el trabajo (de ese color eran las camisas de las milicias obreras), y el blanco representaba las páginas de los libros. De rojo dibuje la estrella».
—¿Qué representa la UJC para Virgilio?
—Una universidad en todos los sentidos. A ella dediqué 30 años de trabajo. Tuve la oportunidad de colaborar con todas sus publicaciones. Durante esos años transcurrió mi desarrollo artístico y mi maduración ideológica. Me relacioné con la imprenta. Estando en Juventud Rebelde conocí a maestros como Saura, Matta, Vedova, Posada...
—¿Cree que 45 años después siga funcionado su emblema?
—Mientras la Juventud crea en él, mientras sus ideas movilicen, funcionará.