Si las palabras no hubieran tenido desde siempre vida propia, aquel día de marzo la habrían adquirido. Los hombres, movidos por amor e ideales o por dinero y mandatos, detuvieron el año 1878 y conversaron. Y los vocablos, efímeros y eternos, definieron mucho, decidieron todo.
Pacto, tan vinculado a Resignación e Imposible, habría elevado promesas de bienestar en los labios de Arsenio. Y de seguro intentaría atenuar el dolor de Esclavitud y la deshonra de Yugo.
Protesta, bastante mellada por División y Mezquindad, volvería a tomar filo en la voz de Antonio. Y desbrozaría las marañas oratorias junto a su homóloga Combate.
Entendimiento se mostraría dulce en los ademanes del español; mientras que Paz acompañaría sutilmente el porte de las tres distinciones de su traje. Fuego resplandecería firme en el sombrero del cubano y Manigua se humedecería expectante en las cuatro heridas recientes de su pecho.
Guerra se debatiría entre el tono de ambos: Arsenio halándola hacia Malestar Innecesario; Antonio recordándole su compromiso con Independencia y Abolición. Algo similar le ocurriría a Isla: regañada por el peninsular como Hija Malcriada de España y levantada por el caribeño como Hermana Insurrecta de América.
Perdón y Olvido tratarían de desconocer los diez años de Tea y Sueño; al tiempo que Suelo optaría entre anegarse en Sangre o vestirse de Ignominia. Pero sin duda el duelo mayor tendría lugar entre Zanjón y Baraguá. En el ejército del primero irían sus parientes Zanja, Desunión, Abismo. En la tropa del segundo, los indomables Bayamo, Baracoa y Fragua.
Cuando el militar de academia montara mudo en su caballo; cuando el guerrero de bronce surcara otra vez el monte con el suyo, Zanjón vería desvanecidas, al menos por el momento, sus audaces maniobras. Y Baraguá, ancha y digna como la brisa criolla, se sabría definitivamente unida a la historia de Cuba.