Foto: Franklin Reyes En dos oportunidades, tras el asalto al Cuartel Moncada, el gesto valiente, espontáneo y valeroso de dos hombres le salvaron la existencia al Comandante en Jefe Fidel Castro.
Uno de estos hechos es más conocido, y lo protagonizó el teniente Sarría, oficial del ejército batistiano, quien impidió su asesinato a manos de los sicarios de la dictadura, al sorprender a Fidel dormido en un vara en tierra en las inmediaciones de la Gran Piedra. El propio líder de la Revolución ha recordado el suceso y la frase pronunciada por aquel militar pundonoroso: «Las ideas no se matan».
Recientemente se ha hecho público otro de estos acontecimientos. Después de dar la orden de retirada en el Moncada, Fidel se quedó solo en la calle, bajo una lluvia de balas. Comenzó a retirarse, caminando de espaldas y disparando hacia el cuartel. Inesperadamente un automóvil se le acercó desde el frente de la Posta 3, y él lo abordó. Así lo cuenta a Ignacio Ramonet en la segunda edición de Cien horas con Fidel: «Y me quedé allí, en el medio de la calle, solo, solo, solo. Ocurren cosas inverosímiles en tales circunstancias. Allí estaba frente a la entrada del cuartel; es de suponer que en ese momento era absolutamente indiferente ante la muerte. A mí me rescata en ese momento un auto de los nuestros. No sé cómo ni por qué, un carro viene en dirección a mí, llega hasta donde estoy, y me recoge. Era un muchacho de Artemisa que, manejando un carro con varios compañeros dentro, entra donde estoy y me rescata. (...) Santana se llamaba. Parece que él se percata de que yo me he quedado atrás y se acerca a buscarme. Por ahí debe haber cosas escritas o testimonios sobre aquel episodio».
REVELADOR DIÁLOGO CON FIDEL
Santana extrae con un cuchillo plomos de las prácticas de tiro en la finca Sánchez, propiedad del padre de su novia, que le concedió oportuno permiso para hacerlo. Foto: Cortesía de Enrique Garcés
El joven chofer que arriesgó entonces de esa forma su vida fue Ricardo Máximo Santana Martínez, nacido en Fomento, entonces provincia de Las Villas, pero criado en Pinar del Río, y quien a los 23 años tuvo el honor, según siempre dijera a su familia, de combatir junto al Jefe de la Revolución durante el asalto al Moncada.
Nuestro entrevistado, teniente coronel de las FAR Enrique Garcés Montero, autor del libro El artemiseño que rescató a Fidel. Foto: Roberto Suárez
Hoy, gracias a lo que Fidel contó a Ramonet y a la biografía aún inédita que el teniente coronel Enrique Garcés Montero, oficial en activo de las FAR, acaba de terminar, con el título El artemiseño que rescató a Fidel, conocemos detalles hasta ahora desconocidos de la vida y la lucha de aquel valiente.En ese texto se reproduce por primera vez un diálogo de Fidel con Ricardo, del que su esposa Nelia Chirino fue testigo presencial, en el Palacio de la Revolución, el 20 de julio de 1983, ocasión en que Fidel compartió con sus compañeros Moncadistas para conocer qué habían hecho luego del asalto:
—Comandante, si usted me autoriza, puedo recordarle cómo se produjo su retirada del Moncada.
—¿Tú puedes hacerlo?
—Sí, Comandante.
—Pues hazlo...
—Cuando usted iba caminando por la calle Garzón, tirando, de espaldas hacia el cuartel, un carro se le acercó de marcha atrás, en medio de la balacera y usted subió a él.
—¿Lo recuerda, Comandante?
—Sí, lo recuerdo, continúa...
—¿Recuerda que usted quería atacar el cuartel de El Caney y el chofer le dijo que eso era una locura, que allí sabían lo sucedido en el Moncada y de seguro los iban a estar esperando, y entonces usted le dijo unas cuantas palabras bien duras?
—¡Verdad que sí! ¿Y cómo tú sabes todo eso?
Ricardo, señala Nelia, pensó un poquito antes de contestar, y mirando fijamente a Fidel, le respondió con suma modestia:
—Comandante, aquel chofer era yo (...).
LA GRABACIÓN DONDE SANTANA CUENTA EL SUCESOEn la página 27 del libro de Garcés, aparece la transcripción de una grabación en poder de los familiares de Santana, en la que el propio héroe, algún tiempo antes de morir, narra a sus seres más queridos el hecho:
«(...) Me tocó combatir en la misma área de la entrada. El grupo delantero quitó la cadena... logró entrar después de eliminar la posta (...) El factor sorpresa falló. Entonces nosotros... toca la coincidencia que el grupo nuestro cae en el mismo lugar donde estaba Fidel. Ahí empezó él a decirnos: ¡Ataquen por aquí, ataquen por allí!
«No avanzamos hacia adentro, el combate mío fue en el área de las cuatro esquinas: la entrada del Regimiento, la calle por donde nosotros entramos que sale a Garzón por una parte y por la otra que atraviesa a lo largo del Regimiento... y en esa área Fidel estaba en el centro.
«Fidel detecta una ametralladora que nosotros no vimos (...) en una azotea y cuando fue a tirarnos, Fidel neutralizó al que iba a disparar y entonces se quedó dirigiendo la acción y atendiendo a la ametralladora. Ahí nos movíamos, nos alejábamos, tirábamos por una banda y de ahí para la otra... así fue el combate hasta que Fidel dio la orden de retirada.
«Cada vez que Fidel mandaba a retirar un grupo, este salía. No fue una retirada masiva. Él iba señalando el grupo, se cogía el carro que más cerca quedaba, porque todos tenían las llaves en el chucho... y así fue hasta que me tocó a mí (...).
«Yo salí a rastras y entré para allá y cogí el carro que yo había metido para adentro y lo saqué. Cuando voy saliendo oigo a uno que me llama por mi nombre y me dice: ¡No me dejes! Cuando miro, era Rosendo, de Artemisa, lo recogí y... el carro salió volando...
«Yo veo a un oficial caminando de espaldas, disparando, pero ya cuando lo veo le estoy pasando por el lado y pasé tan rápido que después es que hago así y reacciono y digo: ¡Ese es Fidel! A la velocidad que llevaba frené el carro allá lejísimo... y entré rápido, de marcha atrás y lo recogí...
«Salgo por la calle Garzón (...) entonces Fidel me dice: ¡Dobla! Y me manda a coger hacia El Caney. Yo entré por allí, confiado en que íbamos para la granjita Siboney. Entonces dice: ¡Vamos ahora a asaltar el cuartel de El Caney! (...)
«Y le digo: Fidel, ¿no se da cuenta de que no vamos a llegar ni a una cuadra de distancia? Allí nos van a barrer. Esa gente con lo que ha pasado aquí tienen que estar enterados (...) Y dice él: Es que no podemos dejar (...) no sabemos si ha quedado algún compañero (...) Tenemos que seguir. Tenemos a otros compañeros combatiendo... Le digo: pero es que nosotros solos lo que vamos es a morir por gusto, va a ser inútil... Entonces me tira unas frases durísimas... y le digo: ¡Si usted quiere, vamos! Pero me dice: Bueno, ¡dobla a la derecha! Entonces salimos a la carretera de Siboney».
Garcés Montero refiere que Santana siempre aclaraba que gracias a la valentía de Fidel, él y otros asaltantes estaban vivos, pues neutralizó la ametralladora en la azotea de la fortaleza; de no ser así hubieran barrido con todos ellos.
Santana nació el 9 de junio de 1930. En 1933 su familia se mudó para San Diego de los Baños y en 1948 para Artemisa. Allí trabajó en el campo, primero con una yunta de buey, la vendió, compró un automóvil con el que fue chofer de alquiler de Artemisa a Candelaria, a precio de guagua. Después ese carro sirvió al movimiento revolucionario.
Participó en la lucha clandestina junto a Pepe Suárez, Ciro Redondo, Ramiro Valdés, Mario Lazo y otros compañeros. Tuvo que marchar el 28 de enero de 1955 hacia México y luego de la amnistía a Fidel y a los Moncadistas regresó a La Habana. Poco después del desembarco del Granma, lo apresaron entre Quivicán y La Salud y lo golpearon salvajemente. Le dañaron la columna vertebral, los pulmones y los riñones y eso le provocó frecuentes neumonías y tumores en la médula que lo llevaron a la muerte el 11 de febrero de 1997.
El propio Enrique Garcés en su libro aún inédito abunda así sobre la sencillez y la modestia de este combatiente: «Muchos compañeros le decían: Santana, tú rescataste a Fidel, le salvaste la vida al Comandante, cuéntalo... Y él respondía que lo importante era que Fidel no había muerto en el Moncada y pudo dirigir luego los preparativos del Granma, combatir en la Sierra Maestra, triunfar un Primero de Enero y ser el guía de la Revolución».