MANZANILLO.— Cada año el 10 de Octubre se nos antoja un cuadro dibujado entre pinceles de muchedumbre inquieta, grilletes zafados al viento y repiques de campanas en el matutino.
Cada año el suceso truena en las páginas o en las frecuencias de los medios de comunicación con su lógico halo y con descripciones a veces milimétricas, en las que no es difícil observar a un Céspedes erguido y magnánimo, abrazado a sus antiguos sirvientes negros.
Suele ser una narración bastante lineal: conspiración adelantada, desprendimiento del patricio bayamés, libertad a los esclavos, juramento de la bandera confeccionada por él mismo y cosida por su amante Cambula, lectura del Manifiesto de Independencia... el primer combate al día siguiente.
La historia, sin embargo, traspasa cualquier lienzo retórico y es más. Es oleada constante de precisiones; es detalle, radiografía de la atmósfera, interpretación.
Por eso, hechos tan extraordinarios como los vinculados al día fundacional tendrán siempre nuevas miradas, aunque sería fatal que alguna resultara apologética.
Hoy, 138 años después, parece natural preguntarse qué pasó con los esclavos que se sublevaron ese día. ¿Adónde fue a parar Candelaria Acosta (Cambula)? ¿Cuál fue el destino de los agentes de Céspedes, captados dentro de la guarnición española de Manzanillo? ¿Dejó de izarse la bandera tricolor concebida por el Padre de la Patria luego de la Asamblea de Guáimaro?
Algunas de esas interrogantes son completos enigmas. No obstante, conviene empezar a rozarlas para llegar un día a la verdad.
LA BELLA COSTURERAEra hermosa sin dudas aquella mujer que en los instantes previos al alzamiento arrancó una parte de su vestido azul celeste con tal de donarlo al estandarte que ondearía Céspedes en La Demajagua.
Tenía solo 17 años y amaba al Iniciador con su vida. Nacida el 2 de febrero de 1851 en Veguitas, había sido transportada tiempo antes del alzamiento a una canción compuesta por el líder revolucionario, titulada Cambula, en la cual se hablaba elogiosamente de la «preciosa trigueña».
Candelaria Acosta, hija del mayoral del ingenio La Demajagua, Juan Acosta, se unió en la intimidad a Céspedes probablemente después de que este enviudara, en enero de 1868. Siempre supo los entretelones de la conspiración, no solo por su relación con el abogado bayamés, sino porque en el ingenio se cocinaba casi abiertamente la insurrección contra España.
Sufrió en demasía luego del estallido independista. El 17 de octubre de 1868, cañoneada e incendiada la propiedad azucarera del Padre de la Patria, tuvo que irse a Manzanillo.
Mas el hecho de haber cosido la bandera le atrajo persecuciones; así debió salir hacia campamentos insurrectos en la Sierra Maestra y en la zona de Las Tunas. Céspedes la visitó reiteradamente, y en septiembre de 1871 comienza a hacer gestiones para embarcarla a Jamaica junto a Carmita, la hija de ambos.
Sobre esta salida expone el Héroe de San Lorenzo en epístola de suspiros: «Yo en conciencia no podía oponerme, ella cedió lastimosamente y yo le cedí el caballo africano para el viaje. Creo que en todo cumplí con mi deber».
Marchó embarazada (tendría en el exilio otro hijo de Céspedes) y con la hija en brazos, y retornó en 1881. Se estableció en Santiago de Cuba, donde se casó con Antonio Acosta, con quien tuvo otros dos retoños. Vivió en la ciudad oriental cuatro décadas.
Una de sus mayores emociones sobrevino el 20 de enero de 1935, cuando en su lecho de enferma se le otorgó la Orden Carlos Manuel de Céspedes. Operada dos veces de la visión, murió el 23 de mayo de ese año en la capital del país, a los 84 años. Jamás olvidó la fecha cumbre del levantamiento.
LOS ESCLAVOSEs conocido que entre los bienes embargados por España al iniciador de la independencia cubana se contaron 53 esclavos, aunque el Día de la Libertad había con él unos 20.
Bartolomé Masó apunta en su testamento que con los «emancipados» aquel 10 de octubre se formó el primer grupo de zapadores del naciente Ejército Libertador.
Los patronímicos y el destino de aquellos mambises están por conocerse. Esa es una de las deudas de la historiografía nacional. Resulta presumible adivinar que, habiendo sido subordinados directos de Céspedes, hayan batallado hasta con los dientes por la independencia de este país.
El único de los nombres manejado por los historiadores es el de Francisca Fraguet, esclava doméstica y acompañante de Cambula durante su exilio interno y externo.
Se dice que, concluida la Guerra de los 10 años, se estableció en Cienfuegos, aunque ciertamente se desconoce cómo fue el final de sus días.
LOS AGENTESAunque no mucho, se ha publicado que Carlos Manuel tenía dentro de la guarnición española de Manzanillo a dos agentes, masones como él.
Estos ayudaron en algo en los planes conspirativos y en los días previos al alzamiento prometieron hasta «ceder la Plaza de Manzanillo». Uno de ellos, probablemente, impartió lecciones de sable en pleno ingenio La Demajagua.
Sus nombres eran Pedro Nuño de Gonzalo y Hernández, y Germán González de las Peñas, quienes ocupaban en la Logia Buena Fe los puestos de Segundo Vigilante y Hospitalario, respectivamente. El primero era teniente del ejército español; el segundo, comisario de policía.
Sin embargo, inculpados ante oficiales superiores, delataron más tarde a un número importante de patriotas masones, residentes en Manzanillo, entre los que se encontraban José María Izaguirre, Baltasar Muñoz, Francisco Fajardo Infante y Juan Palma Lazo.
El juicio en el que comparecieron se realizó bajo un nombre kilométrico: «Causa criminal seguida contra el Licenciado Don Carlos Manuel de Céspedes y otros por afiliación política en sociedad masónica constituida en Manzanillo».
El proceso se alargó, absurdamente, siete años. Nuño hasta solicitó traslado al Batallón Movilizado de Matanzas y destacado allá, en 1872, pidió que no lo molestaran más para declarar de nuevo.
De Germán, como apunta el historiador Francisco Ponte Domínguez, «no se supo más en lo adelante», solo que fue sustituido de su cargo.
LA BANDERASimilar a la de Chile, casi cuadrada, la bandera diseñada por Céspedes para el levantamiento, tuvo su estreno guerrero en Yara, el 11 de octubre. Ya para entonces se le había designado una escolta.
Cuatro días después se desplegó en el combate de Barranca, y el 16 de octubre, en el templo católico de la localidad, fue bendecida por Emiliano Izaguirre, más tarde capellán del Ejército Libertador.
Con el estandarte de Céspedes se alzó también en octubre, en Las Mangas, su amigo Perucho Figueredo, quien apoyó con emoción, como abanderada, a su hija Candelaria. Esa es la enseña que entró triunfal a Bayamo con el Ejército Libertador el 20 de octubre de 1868. No pocos le llamaban entonces la «Bandera cubana».
En noviembre, una bayamesa nombrada Felicia Marcel terminó de coser una bandera de estas, mucho mayor y viva en sus tres colores: blanco, rojo y azul. El 8 de ese mes fue bendecida en la Iglesia Parroquial de Bayamo por el cura Diego José Baptista, quien recibió a Céspedes bajo palio (con todos los honores).
Pero meses más tarde, en abril de 1869, en la Asamblea de Guáimaro, se decidió adoptar como enseña nacional la traída por el anexionista Narciso López, tomada por parte de los alzados en Camagüey y Las Villas. Céspedes, presidente indiscutible de la República en Armas, hasta derramó lágrimas al conocer esta decisión.
«Aquella gente era muy formalista. En plena guerra desigual reúnen un grupo constituyente, y se discute bastante, hasta la idea de la bandera. Por evidentes rivalidades y reservas de una parte de los constituyentes hacia Céspedes, se rechaza la bandera con la que él inició la lucha», ha dicho Fidel en su entrevista con Ignacio Ramonet.
Lógicamente, como añade el Comandante en Jefe, con la lucha y la sangre aquella bandera de dudosa cuna (la de López) se llena de historia y de gloria en los campos insurrectos.
Esa misma Asamblea, no obstante, acuerda que el estandarte del Libertador sea conservado como Tesoro del Congreso Nacional y en un lugar honroso de la Cámara de Representantes.
Desde entonces ha estado, como recuerdo de fuego, en incontables sesiones parlamentarias cubanas. Incluso, no ha dejado de ondear en plazas públicas de Yara y de Bayamo.
Tampoco en las ruinas de La Demajagua, donde se respira todavía, entre campanazos, no lejos del mar, el olor a pólvora y alumbramiento; el aire de volcanes que despertaron eternamente la nación.
Fuentes bibilográficas:Mayda Mendoza Sosa: Genealogía de Carlos Manuel de Céspedes. Fondo de la Casa Natal de Carlos Manuel de Céspedes.Francisco Ponte Domínguez: El delito de la fracmasonería en Cuba (1951).Carlos Manuel de Céspedes. Escritos. T. III. Compilación de Hortensia Pichardo y Fernando Ortiz.Ignacio Ramonet: Cien horas con Fidel.