Darlén Obregón Ledesma y Lázaro Camilo Moya tienen muchas coincidencias, pese a que ni siquiera se conocen. Los dos estudian en escuelas intricadas, con pocos niños. A Lázaro, quien está en el quinto grado, lo acompañan cuatro alumnos, del preescolar al cuarto grado en una escuelita que está en pleno campo, en un lugar conocido por Núñez, a tres kilómetros y medio del pueblo más cercano, en Camagüey.
Darlén estudia también el quinto con otros dos compañeros, en la Mártires de Girón. Solo que ellos son sus primos, Damagny de la Caridad Obregón Rosa y Eddy Osmany Obregón Salabarry.
«Vivimos en San Francisco, en medio de las montañas de El Escambray, en el municipio de Trinidad, en Sanctí Spíritus», dice.
«La escuela se encuentra a tres kilómetros de la casa; pero antes estaba más lejos, bien metida en las lomas, y entonces nuestros padres, con la ayuda de los maestros, la acercaron un poco».
Ambos tienen fijación con las computadoras. Incluso se echan a reír al contar sus intentos porque los padres aprendan a usarlas. Pero los dos miran extraños al preguntarles si usarla es lo que más les gusta cuando están en la escuela. «¡Qué va», responde Darlén. «No, no», murmura Lázaro, muy serio. «¿Y entonces, qué les gusta?».
—Darlén: «¿A mí? Cuando nos juntamos, hasta con los profesores y vamos para el río». Y Lázaro, muy serio: «La computadora me encanta. Pero lo más sabroso son los viernes por la tarde». «¿Y por qué?» «Porque jugamos pelota. Tremendos partidos que echamos. Dejen que yo regrese».