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Recuerdos de una promesa

La casa de los caracoles, en Matanzas, vivió un esplendor inusitado como centro turístico y de procesiones religiosas

 

Autor:

Hugo García

MATANZAS.— Cuando Ramiro Mouriño Bello compró hace más de ocho décadas la finca San Fabián, a nueve kilómetros del centro de la ciudad de Matanzas, no se imaginaba que ese lugar sería tan famoso y que su nombre cambiaría por completo. Corría 1941 cuando llegó allí, donde solo había árboles y una casita de madera. Fue una época muy difícil, porque padecía crisis provocadas por la diabetes y los problemas cardiovasculares.

En medio de tal desazón, solo atinó a rogar a la Virgen de la Caridad del Cobre que lo salvara. Entonces, en silencio, hizo una promesa. Al cabo del tiempo, tras verse recuperado, sorprendió a todos con el proyecto de construir una capilla con sus paredes cubiertas de caracoles, fragmentos de mármol y piedrecitas, donde luego colocaría a la Virgen de la Caridad del Cobre. Desde entonces, a dicho lugar se le empezó a llamar la casa de los caracoles, aunque en realidad son dos inmuebles.

Ese fue el detonante para que muchas personas acudieran al lugar a venerarla y, de paso, venían a hacer sus promesas, donaban objetos y hasta dinero. Ante tamaña concurrencia, Mouriño decidió construir una pequeña cafetería para brindar agua y refrigerios a los visitantes, como una cortesía de la casa.

Gran abuelo

Para nosotras era nuestro abuelo, aunque en realidad él no tuvo hijos y crió a mi papá, Facundo Primitivo Vázquez Quintero, quien se casó con nuestra madre Oria Caridad Santana Denis, aseguran a este diario las hermanas Mayda y Magaly Vázquez Santana, nacidas en ese sitio y que hoy tratan a duras penas de conservar.

«Abuelo tenía en Ceiba Mocha varias propiedades y era maestro de una escuela primaria», recuerda Mayda, de 68 años de edad y jubilada como profesora de Lengua Inglesa. Y añade que con los ingresos de la cafetería y de las donaciones, él construyó un parquecito y capillas más pequeñas dedicadas a varias vírgenes.

«La gente venía a pagar alguna promesa y de esa manera se pasaban el día en el lugar, que contaba con amplios jardines, varias fuentes como la de los pobres y la de los patos», nos dice. En la medida, que venían más personas, Mouriño construyó un comedor y cocina, una cantina con bar-cafetería, un baño para las señoras y un almacén. Donde se encontraba la casa de madera levantó otra de mampostería, la cual no pudo terminar pues murió en 1963.

«Siempre decía que si mejoraba de salud haría una obra, sin decir de qué se trataba, hasta que logró recuperarse y empezó con una capilla, donde puso una virgen de madera y construyó una gran escalera», amplía Mayda y recuerda que desde el principio buscó caracoles de diversas especies, conchas, corales, piedras marinas fosilizadas, todo traído de la zona de El Coral y Faro de Maya, situadas entre las ciudades de Matanzas y Varadero.

«Era un hombre inteligente y para lograr su propósito contrató al albañil Ramón Recondo, quien también sugería cómo debían incrustarse las piedras —gravillas rojizas de la cantera de la Cueva de Bellamar, fragmentos de desechos de mármol de un taller donde se construían las lápidas, conchas, caracoles, corales, lozas de cerámica— y la ambientación en general. Es cierto que hasta mi padre ayudó, al igual que algunos jóvenes de los alrededores», precisa.

«La primera procesión de la virgen fue el 24 de febrero de 1953, pero se hacían también los 10 de octubre y los 19 de mayo», cuenta Mayda. El esplendor de la instalación en esa época llegó al ocaso por las inclemencias del tiempo y por los depredadores que rompieron el lugar y se apoderaron de muchos objetos y materiales, coinciden ambas hermanas.

A ritmo del bárbaro

Fue solo una noche, sin dudas, inolvidable. Al otro día, o ese mismo, porque terminó de cantar al amanecer, ese era el comentario en toda la ciudad. Muchos lamentaban haber perdido la oportunidad de bailar con el gran Benny Moré. «Nuestro abuelo lo contrató para una fiesta en la noche. Cuando vio que llegó la agrupación sin el Benny, se preocupó. Se había quedado en un pueblo cercano con unas amistades y les dijo a los muchachos que amenizaran hasta que él llegara.

«Muchas personas se dirigían al abuelo para preguntarle qué había pasado con el Benny. Como a las 12 de la noche, hizo acto de presencia el Bárbaro del Ritmo, enseguida hubo un murmullo y todos querían acercarse a él. Visiblemente impresionado por el bello e inusual lugar, se disculpó con mi abuelo y con el público, a quienes les dijo que aquella fiesta no terminaría hasta el amanecer, y cumplió con su palabra», subraya Mayda.

«Otra grande de la cultura cubana que venía con frecuencia era la actriz Gina Cabrera, que a su paso hacia la ciudad saludaba a la familia y rendía homenaje al patriota independentista Manuel García, cuyos restos cuidó nuestro abuelo en su hogar de Ceiba Mocha y luego los trajo para la finca hasta que fueron trasladados al cementerio».

Ocaso de una ofrenda

Todo comenzó como una promesa cuyo cumplimiento duró ocho años y de la cual nació una instalación que después fue muy popular entre los matanceros. La ampliación incluyó un parqueo para autos, un salón de baile y una glorieta.

«La edad dorada ocurrió en la década del 50. Luego del triunfo de la Revolución, el Estado cubano nunca vino a intervenir el negocio de mi familia. Sin embargo, las cosas estaban difíciles al empezar el bloqueo norteamericano, pues escaseaban las bebidas y alimentos», argumenta Mayda.

«La glorieta cogió comején y se destruyó. Al pasar los años, un día se robaron la Virgen de la Caridad del Cobre tallada en madera, después de 70 años de estar en esa capilla. Compramos una de yeso y la colocamos en su lugar», se lamentan Mayda y Magaly.

«Lo verdaderamente triste ocurrió cuando se empezó a poblar la zona. Trabajábamos todo el día y regresábamos casi al anochecer. La depredación comenzó por las capillas pequeñas, las cuales fueron desbaratadas; les rompían los caracoles, las lozas y los jarrones tratando de llevárselos», suspiran las dos.

«La gente fue implacable. Tumbaron los muros. Cuando el primer brote de dengue, en los años 80, vinieron trabajadores de la campaña contra mosquitos y rompieron a martillazos gran cantidad de caracoles. Tuvimos que explicarles que aquellos que estaban en los exteriores se hallaban dispuestos de manera tal que drenaban, y finalmente se marcharon. Hace poco un vecino nos alertó que había regañado a unos muchachos que estaban destruyendo una parte del muro de la entrada, según ellos, buscando oro», relatan.

Magaly, jubilada ya, afirma que el techo de la vivienda está en muy malas condiciones, con peligro de derrumbe. «Los tres últimos delegados del Poder Popular han hecho lo posible por resolver este problema, pero cuando llega al Gobierno se paran todos los trámites.

«No solicitamos restaurar la casa idéntica a su forma original, sino que se coloque una cubierta de cualquier material, que impida que se filtre el agua, como ahora», dicen casi en tono de súplica.

«Ya somos personas mayores: dos hermanas, mi esposo de 80 años y mi hijo que nunca aprendió a escribir ni a leer. No contamos con presupuesto para arreglar el techo; todos somos jubilados y entre los tres ingresamos alrededor de 4 500 pesos», concluye Magaly.

Aunque oficialmente la casa y su conjunto exterior no están catalogados como espacios patrimoniales de interés local, creemos que sí debería, sugieren ambas mujeres.

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