«El crimen de Barbados fue un suceso que nos marcó a todos», afirma Magali Llort. Si al menos pude evitar a un cubano un sobresalto, una lágrimaa una madre, la viudez de unaesposa o la orfandad de un solo niño; tal vez con decirte esto últimoen un solo párrafo hubiera sido,después de todo, suficiente.René González
«Fernando no vivió aquellos primeros hechos contra la Revolución. Era muy niño, nació en el año 63. Sin embargo, lo que sí recuerdo que lo impactó mucho, a él y a todos nosotros, fue el crimen de Barbados. Imagínate, un compañerito de su aula era hijo de uno de los tripulantes del avión».
Magali Llort, madre de Fernando González, uno de los cinco cubanos presos injustamente en cárceles norteamericanas, recuerda cómo su hijo, siendo apenas un niño de 13 años, conoció de cerca el horror de perder un ser querido por actos vandálicos.
«Aquel niño y mi hijo eran bastante amigos —añade. Incluso vivía relativamente cerca de la casa, a unas cinco o seis cuadras. En aquel momento estudiaban en la secundaria. Ese fue un suceso que nos marcó a todos».
Magali calla. Su mente evoca los principales atentados que ha sufrido Cuba en estos 46 años. Han sido tantos: tiroteos a las playas, dengue hemorrágico, bombas en los hoteles... Y en cualquiera de ellos pudo haber muerto su hijo, o un amigo, un conocido, o ella misma.
Fernando estaba consciente de eso. Y también lo estaba la jueza Lenard, por eso no aceptó instruir al jurado sobre los elementos de la doctrina de justificación y necesidad, impidiéndole analizar la evidencia a la luz de estos presupuestos legales. De acuerdo con esta doctrina, ante determinada situación excepcional no se le exige responsabilidad criminal a una persona que actúe contra la ley, siempre y cuando se den determinadas circunstancias.
A la luz de estos hechos, esta eximente de la responsabilidad penal era perfectamente aplicable a los Cinco. Basado en esta defensa, hubieran obtenido un veredicto favorable. Sin embargo, no se les concedió el derecho.
PELIGROSO SUEÑO DE PILOTOEn los años 70, fueron varios los secuestros de embarcaciones pesqueras cubanas por autoridades norteamericanas. Irma Sehwerert estaba casada por aquel entonces con el patrón de un barco de investigaciones, y sus hijos mayores, René y Roberto González, fascinados con el mundo del mar, el buceo y la captura de peces, sentían como contra sí la infamia.
«Ellos eran bastante jovencitos, pero estaban al tanto de todo —narra Irma. En aquel tiempo nos movilizábamos prácticamente todos los días frente a la Oficina de Intereses de los Estados Unidos, donde la gente se paraba a gritar que tenían que devolver a esos trabajadores».
Roberto, hermano de René, rememora como un día especial el de la devolución de los pescadores.
«Me acuerdo —narra hoy— que caminamos como unos locos. Fuimos desde el Cerro, donde vivíamos, hasta el antiguo mercado 1005, por el parque Maceo, a recoger a un compañero suyo, y de ahí hasta el puerto de La Habana, donde fue el acto de bienvenida».
Tampoco faltó René a la Plaza de la Revolución aquel día de octubre de 1976. Tenía 20 años cuando el avión cubano con 73 personas fue derribado en el aire por dos explosivos. Cómo no iba a ir a la despedida de los fallecidos, él, que siempre había soñado con ser piloto, a pesar de que esa idea no le agradaba mucho a su madre.
SALDO DEL CRIMENEntre 1959 y 1999, los actos terroristas, agresiones, invasiones y provocaciones contra Cuba dejaron un saldo de 3 478 muertos y 2 099 incapacitados, así como un elevado costo material. A pesar de las continuas acusaciones de nuestro país, y de las numerosas pruebas presentadas en cada momento, nunca ningún criminal fue debidamente sentenciado.
La guerra se extendió más allá de nuestras fronteras. Y varios de nuestros funcionarios resultaron muertos en atentados contra embajadas en países como Portugal o Estados Unidos.
«Permítaseme recordar que también un 11 de septiembre, pero de 1980, Félix García, diplomático cubano acreditado ante las Naciones Unidas, fue asesinado en la ciudad de Nueva York por uno de los terroristas que hoy se encuentra preso en Panamá junto a Posada Carriles».
Así denunció Fernando González en su alegato de defensa ante el tribunal que lo sentenció. Tenía que hacerlo. Él, que estudió en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales, sabía perfectamente a qué riesgos se enfrentaban los funcionarios cubanos que representaban a su patria.
Aquí, tierra adentro, el pueblo asumió el reto de vivir cada día con la certeza de que cualquier hombre, mujer, niño o anciano; un médico, un abogado, un cocinero o un albañil, podía ser blanco de un acto terrorista.
La familia Guerrero Rodríguez estuvo presente en todas las manifestaciones y marchas convocadas. Mirtha recuerda especialmente la despedida a los mártires de Barbados, por lo doloroso de aquel suceso. Pero su mente evoca otros igualmente dolorosos, como la epidemia de dengue hemorrágico en los años 80.
«También vivimos la guerra bacteriológica que afectó el ganado. Eso trajo graves consecuencias para la población».
«Y la conjuntivitis hemorrágica —añade su hija María Eugenia— que el que más o el que menos cogió su ramalazo».
No hay peor ciego... Y las razones de Cuba son tan claras como irrebatibles. Durante décadas nuestro país le ha solicitado a Estados Unidos que impida y juzgue las acciones terroristas de la contrarrevolución miamense. Y la actitud de las agencias norteamericanas responsabilizadas con hacer cumplir la ley ha sido la inercia y hasta la complicidad.
¿Qué debía hacer Cuba? ¿Esperar el próximo ataque, para después curar a los heridos, reconstruir lo dañado y enterrar a los muertos? En esta guerra hostil que ya dura más de 40 años, ¿tenemos o no derecho a defendernos?
¿Por qué estamos aquí?
En el año 2004, Robertico, uno de los sobrinos de René González, estudiante del octavo grado en la escuela secundaria básica Guerrilleros de América, le escribió a su tío pidiéndole que le explicara a un compañero de aula, nombrado Hugo, qué hacía él en Estados Unidos.
«Él no entiende por qué tú estás preso, tío».
El 10 de junio de ese año, René le respondió a Hugo, aclarándole todas sus dudas. JR publica ahora fragmentos de esa carta.
...Si supongo bien, en el año 1997 tú andarías por los siete u ocho años. Si ya compartías la escuela con Robertico puedo asumir que vivirías en la misma zona y estarías en segundo o tercer grado, en alguna escuela no muy lejos de donde viven mis sobrinos.
Cerca de allí están el Hotel Capri y el Hotel Nacional. ¿Recuerdas las bombas que explotaron allí, causando destrozos materiales y heridas a personas inocentes? Otras estallaron en lugares más distantes de la capital, provocando una de ellas la muerte del joven italiano Fabio di Celmo, evento del que seguramente conoces. Todo esto se planificó desde Miami, donde yo me encontraba junto a mis cuatro compañeros, cumpliendo la misión de evitar cosas como estas. Pero esas explosiones son solo uno de los últimos capítulos que comenzaron tan pronto el pueblo cubano hizo la Revolución.
No sé dónde tú estabas cuando estallaron aquellas bombas en tu vecindario. Quisiera pensar que estabas en alguna otra parte, quizá de paseo o algo así, que no pasaste por el sobresalto de las explosiones, la conmoción de las personas, la alarma, el susto, y que no tuviste que escuchar luego las sirenas de los camiones de bomberos y las ambulancias. Cuando vi las imágenes de los cristales rotos en el Capri, pensé inmediatamente en mis sobrinos, en los niños del barrio, en los cubanos todos y me invadió la rabia de no haber podido evitarlo, y la rabia también de ver el júbilo insano que aquellos crímenes despertaron en algunas almas perdidas al norte del estrecho de la Florida.
Sé que no podemos abarcarlo todo, que esto es una batalla colectiva en la que cada uno hace su parte. A pesar de no haber podido evitar aquello, estoy satisfecho con la parte mía y, si al menos pude evitar a un cubano un sobresalto, una lágrima a una madre, la viudez de una esposa o la orfandad de un solo niño; tal vez con decirte esto último en un solo párrafo hubiera sido, después de todo, suficiente. Razón de sobra para este modesto sacrificio.