La tecla del duende
Con la sensibilidad de quien cura cuerpos, porque antes aprendió a tratar almas, nos escribe la doctora Soraya Dueñas Villavicencio. Oprimo el botón «compartir», de nuestro Facebook de papel.
Nací hace más de 40 años en Sagua la Grande, cuando aún no éramos villaclareños, sino villareños, pero ni lo uno ni lo otro me altera mucho; lo que sí me hace vibrar fuerte es ser cubana. Cubanía que me llevó con infinito amor a Estero de Plátano, en la provincia de Esmeraldas, en la costa noroeste de Ecuador. Por allá estuve dos años y por ese sentido de pertenencia tuve un barrio muy mío al que estaré unida toda la vida. Allí viví rodeada de muy humildes pescadores. Mi modesta casa-vivienda-consultorio se identificaba por no estar sobre pilotes como las de los demás habitantes, y en la puerta —casi siempre abierta— comenzó a aparecer diariamente y en tres horarios casi exactos la presencia inocente de Faustino. No estaba enfermo, no traía ningún aviso de alguna parturienta, no necesitaba ningún remedio, pero aparecía. La primera visita fue a la hora del desayuno; la segunda, a la del almuerzo; la tercera, a la hora de comer. Me fui acostumbrando y según pasaban los días su presencia me era necesaria, como también fue necesario decirle algunos días: «Fifty-fifty» y llevar a partes iguales los alimentos que a veces no eran fáciles de adquirir. Así pasaban los días, semanas y meses y ya en el último mes del año, le pregunté, para no dejar pasar su fecha de cumpleaños, qué día había nacido; y me dice dulcemente: «El 24, doctora». Rápidamente preparé el festejo; acudí a ayudas para ampliarlo y el 24 teníamos torta con merengue y una vela, confituras, ensaladas, refrescos, platos fuertes diversos, pastas y otras variedades más. Cantamos «Felicidades, Faustino, en tu día…». Y todos sonreíamos felices, mas Faustino tenía como pena, una pena más íntima que la de costumbre… La mayoría no comimos de la torta disimuladamente para que él pudiera llevarle a su mamá. Al otro día, pensando en cuántos años habría cumplido, ya que él no sabía su edad, como la gran mayoría de los pueblerinos, corrí al estante de las historias clínicas, tomé la suya, busqué su fecha de nacimiento y leí: 17 de julio de 1984. Con lágrimas en los ojos la devolví al estante, no me sentí engañada, menos estafada. Ese día Faustino no había venido a desayunar y a la hora del almuerzo no apareció en la puerta. Por la tarde comí, guardé su porción y salí a buscarlo por donde él vagabundeaba, para recordarle que yo fregaba temprano y que no llegara tarde nunca más.
El jovencito Jorge Troncoso González, ocurrente holguinero, ganó premio nacional de dibujo en el concurso Un mundo al derecho, de la Unicef. ¡Felicidades!