La tecla del duende
Muchas veces, en el ajetreado vivir, nos olvidamos de quienes nos alientan. De esas manos y hombros que están ahí, a la distancia de una palabra o gesto, siempre para nosotros. Los seres queridos, así se titula este premiado texto de Ricardo Cantalapiedra, que ha circulado por las redes desde 2011.
«Los seres queridos constituyen una entidad a primera vista difusa, pero muy presente en algunas ocasiones. De hecho, en estos días son un elemento esencial. Es más, sin ellos la vida sería bastante inaguantable. ¿Cuántos seres queridos tiene una persona normal? Seguramente son más de lo que uno piensa. Lo que pasa es que uno no tiene tiempo ni memoria para dedicarse a ellos. De vez en cuando los añoras desde la lejanía y los años. De vez en cuando te enteras por la prensa de que alguno ha muerto, y es como si te clavaran una puñalada trapera. Hay mucha gente a la que no te ha dado tiempo de decirles que los quieres.
En una ciudad tan grande como Madrid existen muchas personas queridas a las que no ves hace años, pero siguen viviendo dentro de ti, a lo mejor sin ellos saberlo. Incluso hay enemigos a los que echas de menos, porque un buen enemigo es tesoro que nunca te engaña y del que siempre aprendes algo. Muchas veces ocurre que te prometes a ti mismo: «En la próxima vida esta persona no se me escapa».
El número de los seres queridos se va incrementando. Pero, claro, muchas veces no te das ni cuenta, y si te la das, es a toro pasado, cuando ya no habrá otra ocasión para dejarlo establecido. Los seres queridos son en ocasiones gente muy pesada, y solo te das cuenta de su valía cuando se han ido. Hay que tener siempre muy presente que nadie es perfecto, a Dios gracias. Porque la gente perfecta cansa mucho en la vida cotidiana.
Personalmente, entre mis seres queridos de Madrid hay muchas estatuas, incluso sabiendo que todas ellas tienen la cara muy dura. Pero a mí lo mismo me da que Valle-Inclán, o Pío Baroja, o la sirena varada, o la gorda de Botero, o el oso y el madroño tengan la cara más dura que el cemento. Esas cosas me hacen gracia, sobre todo cuando se trata de personas que ya están en otra onda superior. Eso sí, hay en Madrid algunas estatuas a las que desprecio y no me privo de lanzarles a viva voz algunos improperios que prefiero no repetir. No pienso decir quiénes son esas efigies, aunque se puede colegir por el contexto. Prefiero no llevarme mal con las estatuas, algunas de las cuales siguen teniendo mucho poder desde sus pedestales, al igual que ocurre con muchos muertos, cuya muerte guarde Dios muchos años, dicho sea sin señalar. Los seres queridos son otra cosa, por supuesto».
Mi lunita: En el infierno nos esperan. Entraremos juntos. Tu sol
YRZ: Permíteme ser siempre la calma en tu tormenta. Te amo. AUP