La tecla del duende
Todavía no me recupero de los pedales. Del insomne pedaleo de esa muchacha y sus compañeras de equipo. Todavía no sé si lo que vi pertenece a la carretera estrecha de la realidad o se pierde en la avenida intangible de las ilusiones.
Dieciocho años. Dieciocho años tiene Arlenis Sierra y se lanzó, con temeridad innombrable, al frente de un pelotón donde estaban las mejores ciclistas de ruta del continente. Dieciocho años, y le faltaban casi 20 kilómetros de los 80 que abarca la prueba. Dieciocho años y cortó sola todo el viento de la aventura. Dieciocho años y un enjambre furioso a sus espaldas, devorando las calles de Guadalajara. Dieciocho años y la batalla a muerte contra su cuerpo, contra el reloj, contra el asfalto, contra la historia, para llegar primero.
Las cámaras iban de sus piernas al cielo, de su fatiga a la persecución. Quince segundos de ventaja, 14 segundos, 13... La van a alcanzar. Ya está explotada. La van a alcanzar, ahora va loma arriba. Bomba, chiquilla, bomba...
Y era ella, pero todos. O todos porque ella. Era el constante impulso de sus pies, de su torso, de sus manos, de sus ojos, de nosotros que ya no teníamos uñas que comernos pedaleando eufóricos frente al televisor. ¿Cuánto falta? ¿Podrá llegar? Dale, que tú llegas ¿Pero y las otras? Qué va, ahora sí la cruzan. Dale muchacha que ese oro es tuyo. Dale, Arlenis, un poquito más...
Y lo hizo.
Llegó. Cruzó. Venció. Y solo en el recuerdo y en las lágrimas puede dibujarse con algo de acierto el feliz quebranto de su rostro, la dulce moledura de sus pies. Aún muchos minutos después, regalaba una sonrisa a medias que es la más bella de cuantas he visto.
Como si hubiésemos presenciado un parto, dijo un cronista. Y dijo bien. Lo único que un parto de trillizas. Sí, porque a 13 segundos de la explosión, América vivió dos nuevas sacudidas.
Calladas, sin más lenguaje que su tenaz fe en la victoria, Yumari González y Yudelmis Domínguez embistieron la meta con unos pedalazos de leyenda. Luego de haber pasado todo el camino como cancerberas del grupo, para que su hermana menor pudiera adelantarse, las dos guerreras dieron la estocada rotunda. Entraron segunda y tercera. Y por primera vez en unos Panamericanos ondearon juntas tres banderas nuestras.
¿En qué libro de aventuras habremos leído esto? ¿En qué pedazo de realidad podremos volver a soñarlo? Arlenis, Yumari, Yudelmis. Oro, plata, bronce. Cuba, Cuba, Cuba.
Nani: De ti, me dejo domesticar. Ale
Kare: Rubia divina, ¿cómo no recordarte si ya miro con tus ojos? Km@sutra
Patry: Estos cuatro años han sido infinitos, como las estrellas. Manu
Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo; sino en el ardor con que lo deseas. Horacio Quiroga