Los que soñamos por la oreja
A propósito de que la actual edición de Cubadisco se dedica a la trova, quiero compartir con los lectores de esta columna algunas ideas que rondan mi cabeza. Parto del hecho de que a estas alturas a todos nos ha quedado claro que para el ingreso y la aceptación dentro del ámbito comercial, la creación facturada por trovadores y/o cantautores se ve forzada por las circunstancias a cruzar fronteras genéricas y estilísticas que hasta hace muy poco resultaban infranqueables para los artistas del gremio y que, según el parecer de los más tradicionalistas y ortodoxos, vienen a ser algo así como pecados de lesa humanidad.
Sucede que en aras de insertarse dentro de los ambivalentes espacios de la industria cultural y su circuito de difusión comercial, con frecuencia hay que entrar en un peligroso territorio de pleitesías y desarrollos inocuos que faciliten la circulación y distribución de la obra musical, lo cual representa un proceder diríase que mercenario, pero que, paradójicamente, presupone un poderoso filtro que posibilita visualizar las formas de mayor solidez y vigor en relación con las veleidades ocasionales y las modas espurias.
Al margen de que por las realidades de un lugar como Cuba lo anterior registra peculiaridades específicas —pongamos el hecho cierto de que en nuestro país la industria de la música apenas existe o su desarrollo es incipiente—, no se puede soslayar la realidad creciente de que la canción popular moderna, de la que también forma parte la producción trovadoresca o el híbrido derivado de esta, en la actualidad flota entre las aguas tormentosas de los criterios y gustos que exige o demanda una audiencia mediatizada, y las corrientes sensibles de los autores-compositores que aprecian en este género una legítima manera de expresión musical seria.
Con el arribo de la década de los 90, aparece entre nosotros el mercado como fenómeno, con el cual los cantautores y demás artistas cubanos han tenido que aprender a lidiar. Hasta ese momento, en el mundo musical de la Isla nadie estaba entrenado para ello, ni los músicos ni las instituciones, pues la Revolución nunca estuvo centrada en que la música fuera generadora de ingresos; veía su cultivo como una forma de elevar el nivel espiritual de los individuos.
Así, los hacedores de la Canción Cubana Contemporánea, a sabiendas de que para hacer cultura (léase también música) hace falta economía, se debaten entre hacer una obra de arte, un producto mercantil o un híbrido a medio camino entre uno y otro extremo. El dilema apuntado se convierte en un aspecto significativo en todo análisis que pretenda hacerse en relación con estos temas. Porque lo cierto es que también entre nosotros se crean y aúpan gustos, tendencias, arquetipos y cánones estético-musicales que, llegado el caso, pueden ser objeto de actos de franca y llana manipulación.
Porque si bien en Cuba resulta imposible hablar de la tradicional y clásica alianza entre capital y marketing, en materia de música sí existe lo que se conoce como mainstream, que viene a ser la manifestación visible de lo que se promueve como el signo de triunfo; es decir, la sempiterna presencia de una élite de artistas en los principales espacios de los medios de comunicación, quienes dan la imagen del hombre o la mujer de éxito, en muchas ocasiones asociada a una estética estandarizada.
De tal suerte, aunque en nuestro país los volúmenes de venta de discos no resultan indicadores de triunfo en la misma escala que dicho parámetro lo representa en otras sociedades, el grado de popularidad registrado sí lo es. Y, por supuesto, el trovador y/o cantautor, como cualquier músico, se encontrará expuesto a la tentación de alcanzar la popularidad y todo lo que esta implica.
Los trovadores y/o cantautores que en Cuba sobreviven a los tiempos del mercado impuesto por las nuevas circunstancias, a contrapelo de ser portadores de una de las más legítimas tradiciones en materia de cultura, han pasado a ingresar en las filas de quienes entre nosotros se mueven dentro de una escena alternativa, en la que se comparte una determinada sensibilidad que apuesta por una noción diferente a la mayoritariamente promocionada por los medios de comunicación en el país.
No es nada exagerado expresar que la cruda y descarnada realidad ha llevado a que nuestros clásicos trovadores en muchos casos hoy están relegados a una especie de autoexilio musical, ya que para acceder a los circuitos discográficos y de comunicación oficiales tendrían que transar con su propuesta tal como la han concebido, es decir, producir la paradoja de renegar de su función de trovador. Por suerte para nosotros, hay quienes persisten en echar raíces con lo que hacen, aunque ello los empuje de manera inexorable a marchar a contracorriente, en defensa de un canto que, a pesar de… y no obstante a…, siempre estará presente, no solo en la memoria colectiva de la gente, sino en cada ocasión que precise de aquella expresión significativa que le interpreta.