Los que soñamos por la oreja
No lo puedo negar: pertenezco a ese maravilloso reino de seres afortunados que viven fervientemente enamorados de sus profesiones. Cuando allá por 1981 decidí optar por la licenciatura en Periodismo, no tenía plena conciencia de la grandeza del universo en que me adentraba. Hoy confieso que, entre esta suerte de historia de lo diario y poesía de lo cotidiano que es la labor del periodista y yo, existe una especie de pacto secreto que me sujeta por un hilo invisible, pero latente, al ejercicio de la profesión, al margen de que entre nosotros esta sea una de las peor remuneradas.
Más de una vez he pensado que no hay aventura tan sublimemente subyugante como esa de enfrentarse a una cuartilla en blanco (léase en la actualidad, la pantalla del PC) y estar consciente de que hay que llenarla con algo que valga la pena. De seguro, ello es un verdadero reto a la imaginación y al talento individual.
De acuerdo con lo anterior, ahora mismo me encuentro en semejante situación, cuando debo escribir unas palabras en relación con Lo que dice mi cantar, libro de Lino Betancourt que no fue concebido como tal sino que es el compendio de una parte de su labor periodística de los últimos años como colaborador del portal digital Cubarte, con especial énfasis en el rico mundo de la trova cubana.
De inicio, quiero dejar sentado que Lo que dice mi cantar tiene el mérito de dar al traste con la idea de aquellos que piensan que siempre las voces del periodismo son perecederas, fruto de la fugaz actualidad y por ende, con ella agonizan pues basta un día para convertirlas en ceniza irremediable, dado que donde muere la novedad se agota el valor del mensaje periodístico.
Yo, por mi parte, estoy claro de que no todo cuanto aparece impreso como libro tiene abierto el camino a la perennidad o, más humildemente, los rumbos conducentes a una aceptable vigencia temporal. Por eso, al compilar los textos de Lino Betancourt aquí recogidos, que ya vieran la luz en un «simple» sitio del ciberespacio como es el portal Cubarte, tanto el autor como su casa editora del Centro Pablo, aspiran a que los ejemplares de esta obra no permanezcan apilados en las librerías por causa de la indiferencia de los lectores, ni que reposen como un fósil en las bibliotecas, envejecidos en el sentido fatal del término que nada tiene que ver con la nobleza de un tomo añoso.
En el libro de Lino no aparecen solo textos relacionados con la trova sino que se abre a otros asuntos de la música, como los trabajos dedicados a Brindis de Salas, Armando Oréfiche, el origen de una canción inmortal como Quiéreme mucho, de Gonzalo Roig; el diferendo que hubo (por suerte, de corta duración) entre Sindo y Corona, el origen de La Bayamesa en 1851 como una serenata, la historia del «casi» desnudo colectivo en los carnavales de 1970 en La Piragua al influjo del tema El perico está llorando y que motivaron la prohibición de la pieza en cuestión, o la evocación del Café Vista Alegre y que le hace añorar a uno la posibilidad de que algún día no demasiado lejano vuelva a existir entre nosotros un lugar semejante.
Lo que dice mi cantar es un verso de una canción de alguien que fuese vecino mío, el desaparecido Pedro Ibáñez, cabeza del Septeto Habanero por mucho tiempo. En la melodía se afirma: Escuchen con atención/ lo que dice mi cantar, / que surjan más trovadores, / que la trova es inmortal.
Y una última consideración. En el instante en que leo trabajos como los que están reunidos en el presente conjunto de «productos comunicativos» (como dicen ahora los que estudian Ciencias de la Comunicación), puestos a disposición de los interesados en el tema por feliz iniciativa de Rafael de la Osa y rápida acogida de Víctor Casaus (dos ejemplos de lo que debiera ser la norma entre los funcionarios de la cultura), pienso que nunca debería encasillarse un escrito en este o aquel género y nadie debería establecer diferencias entre el lenguaje periodístico y el literario, porque lo imprescindible es hacer llegar el mensaje. La vitalidad de un texto no depende del medio donde aparece sino de la sensibilidad de quien lo recoge y para ofrecer sus encantos, tanto valen el libro como el periódico, la revista o el más moderno sitio digital.