Los que soñamos por la oreja
A las pérdidas en el presente 2016 de figuras de la esfera musical como David Bowie, un outsider que se transformó en ícono mundial, o de Prince, excéntrico genio del pop, el pasado jueves 10 de noviembre se sumó la de Leonard Cohen, famoso cantautor canadiense valorado por no pocos críticos internacionales como un compositor épico y enigmático.
Aunque en Cuba a nivel popular él no es una figura conocida entre nosotros, en el ámbito de los trovadores cubanos más de uno de ellos reconoce en su quehacer influencias de Cohen. Recuerdo que en una entrevista que le formulé a Carlos Varela, a propósito de su fonograma Como los peces, él me habló mucho del legado que en ese disco y en general en su obra como cantautor tenía lo llevado a cabo por Leonard.
De inicio, Cohen se proyectó en el universo de la creación artística como poeta y narrador, pero luego renunció a la literatura y optó definitivamente por la música. Su carrera como cantautor abarcó alrededor de cinco décadas. Para que se tenga una idea de la repercusión de este canadiense a escala internacional, solo téngase en cuenta que, según se estima, se han realizado más de 2 000 versiones de sus composiciones por gente de proyecciones e intereses tan disímiles como Aretha Franklin, U2, Jeff Buckley, REM, Trisha Yearwood, Elton John, Judy Collins y Tim Hardin.
Desde el punto de vista de su lírica, Cohen echó mano a un discurso en el que prevaleció la utilización de un lenguaje cotidiano, en
ocasiones indirecto y en otras harto elocuente y explícito. Entre sus motivos para inspirarse estuvieron los clásicos que llaman la atención de trovadores y/o cantautores, o sea, la soledad y la comunicación con los demás, el amor o el desamor y la fe, la guerra y la política.
Su primer disco vio la luz en 1967, cuando Leonard ya tenía 33 años. Desde lo que fue su ópera prima, la voz rasposa y con aires del típico consumidor de buenos alcoholes, con un registro de barítono, cautivó a miles de fanáticos por doquier.
No puede asegurarse que fuese un compositor prolífero, si pensamos en que únicamente grabó 14 álbumes en sus 49 años de vida musical. Empero, varias de sus canciones se convirtieron en referentes de obligatoria consulta para cantautores anglos, hispanos o francófonos, que lo valoraban como una suerte de «maestro de la desesperanza erótica», definición utilizada incluso por su disquera para una campaña publicitaria a principios del decenio de los 70 del pasado siglo.
Nacido en Montreal el 21 de septiembre de 1934 y de nombre completo Leonard Norman Cohen, procedía de una familia que emigró de Polonia a Canadá. En 1951 matriculó en la Universidad de McGill, donde estudió Letras Inglesas. Su primer libro publicado fue de poesía y se tituló Let Us Compare Mythologies, editado en mayo de 1956, cuando todavía no se había graduado de la especialidad que cursó.
De seguro, la pieza musical más famosa de Leonard Cohen es Hallelujah, considerada por la crítica especializada como una balada majestuosa y reflexiva, pletórica al propio tiempo de religiosidad y de un sentimiento terrenal. Concebida originalmente para un fonograma en 1984 y que fue rechazado por la discográfica al opinar que no era lo indispensablemente comercial, el tema se dio a conocer una década después en la interpretación de Jeff Buckley.
Versionada entre otros por personajes como Bob Dylan y Justin Timberlake, me atrevo a afirmar que, para mi gusto personal, el cover que más disfruto acerca de Hallelujah es el llevado a cabo por Casey McPherson, vocalista y segundo guitarrista del grupo Flying Colors, como parte de un concierto realizado por dicha banda en la ciudad holandesa de Tilburg y distribuido en el CD Flying Colors Live In Europe en octubre de 2014, bajo el sello de la compañía Mascot Label Group. Esta versión posee tal intensidad en su aire «trovero» que deviene una de las propuestas musicales a las que acudo una y otra vez.
Decididamente, es uno de los compositores de música popular con mayor reconocimiento entre fines del siglo XX y lo que va de la actual centuria. Por encima de su muerte a los 82 años de edad, Leonard Cohen permanecerá vivo en el recuerdo de los que en cualquier rincón del mundo gustamos de una cancionística de corte propositivo y que nos haga pensar en más de cuatro cosas.