Los que soñamos por la oreja
Parece que fue ayer y, sin embargo, han transcurrido un montón de años desde que Black Sabbath me voló la cabeza con un sonido y proyección escénica que han sido referentes para toda la producción metalera posterior. Si entre los actuales lectores de esta columna milagrosamente hay alguno que la haya seguido desde el ya lejano 1988, momento en que comencé a escribirla, sabe que en distintas ocasiones me he referido aquí a distintos trabajos fonográficos del piquete procedente de Birmingham o a los facturados en solitario por mi adorado Ozzy Osbourne, por encima de las tonterías que suele hacer cuando en demasía se adueña de él el espíritu de bufón.
Y como que ningún disco es viejo para ser comentado si el mismo ha resistido la prueba del tiempo, hoy dedico espacio a un álbum de Black Sabbath publicado en 2013 bajo el título de 13, y que para mi gusto resulta una auténtica maravilla dentro de los códigos del hard rock. Este es el primer CD de la banda con el vocalista Ozzy Osbourne en 35 años y ha sido uno de los materiales fonográficos del mundo del rock y del metal que más ha dado que hablar en los últimos tiempos.
Se reúnen aquí, junto al ya aludido Ozzy Osbourne y que es el encargado de poner voz y armónica en la grabación, el guitarrista Tony Iommi y Geezer Butler en el bajo. En la batería, el lugar que siempre ocupó Bill Ward, el otro de los cuatro fundadores del proyecto, ahora pasó a manos de Brad Wilk, miembro de Rage Against the Machine y quien actuase en La Habana en el memorable concierto de Audioslave.
Como álbum, en mi opinión, 13 sorprende por fresco. Ello es en gran medida gracias a lo hecho por el productor Rick Rubin, alguien que es algo así como un especialista en la cirugía plástica de dinosaurios roqueros. Él deviene artífice de que en el CD escuchemos muchos guiños a los clásicos setenteros de Sabbath, sin caer en la autoparodia, un logro que me parece digno resaltar.
Desde el primer corte del disco, el titulado End of the Beginning, el amante de la propuesta original de Black Sabbath se identifica con esa sonoridad en la que encontramos el predominio de temas largos, lentos y letárgicos. De ahí que pueda asegurarse que un estilo como el doom mucho le debe a la tropa que fundaron Iommi y Osbourne. Por su parte, God is Dead la catalogó como una de las mejores piezas de la grabación, sobre todo por el desempeño de Tony Iommi en la guitarra y que sigue siendo un maestro a la hora de diseñar riffs contundentes y pesados, en la línea de la tradición. La sección final del corte es algo que no tiene desperdicio.
En el caso de Loner, me recuerda mucho una antigua pieza de los primeros tiempos del cuarteto de Birmingham, es decir, N.I.B. Otro de los temas que pongo en mi lista de favoritos entre los registrados en 13 es Zeitgeist, de aliento muy onírico y que me remonta a mis años de adolescente fascinado ante el repertorio de los que sin la menor discusión son los padres del metal como género. Algo por el estilo me sucede con Age of Reason, donde nuevamente Iommi saca las manos en un buen solo guitarrístico y además apreciamos una que otra reminiscencia de aires progresivos.
No puedo dejar de recomendar que se preste especial atención a Deaht Father, pieza melancólica y tristona, en la cuerda del Vol. 4 de la agrupación. Y es que en mi caso, por haberme criado con ese sonido denso, oscuro y profundo de los integrantes de Sabbath, cuando ya han pasado varias décadas de mi encantamiento inicial ante la banda, continúo aferrado a lo que en la actualidad estos músicos siguen haciendo en lo fundamental por amor, pues ya no son los pobretones que allá por los 70 se lanzaron a la carretera para comerse el mundo, sino se han transformado en unos señores multimillonarios.
Un balance general de 13 como disco permite asegurar que en el mismo la genialidad y creatividad de Iommi es indiscutible e inagotable (sobre él siempre ha caído el peso sonoro de la banda y lo aguanta sin problema). Por su parte, nos encontramos un Ozzy en buena forma y muy creativo en las melodías; mientras tanto, el aporte de Butler en el bajo no es tan notorio como en la primera etapa, pero sus letras son excelentes, en estilo Sabbath, tratando con simpleza materias filosóficas. Por último, Brad Wilk acompaña bien al conjunto, cerrando un sonido redondo de sólidas composiciones y que hacen de este álbum un más que digno autohomenaje a una de las agrupaciones capitales en la historia del rock.